Capítulo 13: Traidor.
[24 de noviembre del 2010, miércoles]
*Deimos*
Los días transcurren con una lentitud tortuosa desde que no la tengo cerca. Es como si me hubieran arrancado la mitad del cuerpo. Respirar se ha vuelto automático y la mayor parte del tiempo me siento retraído, extraño. Casi toda una vida acostumbrado a su presencia, y ahora nada.
Vigilarla desde la distancia se ha vuelto mi actividad diaria desde el día en que todo se fue a la mierda, y cada vez tengo más ganas de usar la cabeza de Kenny como candelabro para mi habitación. El deseo que tengo de matar a ese buitre es descomunal; y es que la comparación le queda tan bien por eso es lo que parece, un animal al acecho, esperando el momento correcto para aprovecharse de Kat. Pero antes de que eso suceda tendrá un bonito tiro en el pecho.
La preocupación que tengo estancada en el pecho no merma. Necesito saber quién fue el que la golpeó, pero hasta ahora no he visto nada raro. Hay días en los que suelo seguirla hasta su casa y nada. Tampoco es como si pudiera meterme en ella. Dudo que su abusador viva bajo su propio techo.
¿No me lo quiso decir? Bien, entonces tendré que averiguarlo por mis propios medios.
—¿Y a ti qué te pasa? —le pregunto a Deneb quien camina a la par junto a mí. Desde ayer luce raro, o más bien, incómodo. El siempre tiene algo para decir, pero hoy está especialmente callado.
—Nada —se encoge de hombros restándole importancia. Entrecierro mis ojos hacia él y no hace falta ser adivino para saber que algo le desagrada—. ¿Has averiguado algo?
Niego. La pregunta me pone de malas porque no tengo ni una sola pista sobre quién pudo haber golpeado a Katherine. El que ahora no hablemos solo empeora las cosas, ya que al menos así tendría la confianza de platicarme lo que sucede.
Estoy atado de pies y manos, más eso no va a detenerme a develar la identidad de su agresor.
—¿Y tú? Dijiste que ayer hablaste con ella —suelta una risita nerviosa antes de pasarse una mano por la mata de pelo rubio. Guardo las esperanzas de que le haya dicho algo que nos sirva.
—Si, pero solo nos saludamos y ya. Nada del otro mundo —asiento desilusionado.
—¡Deneb! —una voz masculina nos hace voltear al mismo tiempo. El grupo de robótica le hace de la mano a mi gemelo y este les corresponde el saludo.
—Te veo luego en el almuerzo —dice a la vez que palmea mi hombro y se va tras los cerebritos.
Inhalo profundamente, casi queriendo reunir paciencia. Me encamino de nuevo hacia la cafetería y mi boca se deforma en una mueca; ya no estoy de humor para aguantar el parloteo de Tyna. No es que me moleste su presencia, pero a ella sí y no quiero que piense que tengo algo con Tyna. No cuando todos mis pensamientos le pertenecen a ella, a mi musa.
El barullo de un pasillo aledaño se roba mi atención, haciendo que mis pies se muevan solos hacia este. Hay una pelea. Lo sé por el montón de estudiantes que gritan eufóricos mientras otros sueltan alaridos de horror. Pero de entre ellos sobresale un llanto que he aprendido a reconocer demasiado bien, tanto, como para abrirme paso entre los alumnos y evitar que ocurra una masacre.
Lo que me temía. Jade llora desconsoladamente, con la espalda pegada a uno de los casilleros mientras observa la escena, horrorizada, al igual que todos.
En el suelo, un muchacho yace tendido, con Alya a horcajadas sobre él. Atesta sus puños contra el rostro del chico sin piedad alguna. Sus manos, ya manchadas de sangre, no dejan de golpearlo y el lisiado ya no se mueve, no reacciona. Ha dejado de forcejear y eso significa una sola cosa: Está inconsciente.
Me preparo mental y físicamente para lo que viene.
Alya con un ataque de ira equivale a la fuerza de tres mercenarios, lo último que quieres es meterte en su camino cuando está pasando por uno. Con Deneb siempre hemos salido apaleados intentando tranquilizarla y es que, el más efectivo en estos casos sería papá.
Pero no está y debo arreglármelas para que mi hermana no termine asesinando a medio instituto.
Con pasos firmes los rodeo y me acerco desde atrás. Atrapo a Alya entre mis brazos antes de impulsarme hacia atrás y mi espalda impacta contra el mármol, ya que el que se mueva como larva me desestabiliza. El dolor queda en segundo plano cuando empieza a patalear entre mis brazos y debo ejercer más fuerza para que no se suelte.
Aruña, golpea y me da un cabezazo que me hace gruñir de dolor.
—Alya escúchame —hablo con el tono más pasible que se pueda emplear, pero no deja de retorcerse—. Alya tienes que calmarte, todos te están viendo.
—¡Suéltame! —vocifera y logra apartarme un brazo, pero soy más rápido al momento de volver a encarcelarla.
—Tienes que calmarte. Vamos, respira conmigo —inspiro y expulso el aire de forma pausada, intentando que imite mi acción. Su respiración es frenética, aún así, pone de su parte para alcanzar ese nivel de calma que la regresa a sus cinco sentidos.
Ya no forcejea. Ahora inhala y exhala profundamente mientras su pequeño cuerpo va perdiendo rigidez.
La suelto al estar seguro de que no va a volver a irse contra el chico. Se levanta con la piernas temblorosas y sigue con la mirada perdida. Como si ahora fuera completamente consciente de lo que acaba de hacer, extiende su mano para que la tome y me ayude a levantarme. A comparación del muchacho, no tiene ni un solo rasguño y clava la vista en aquel rostro desfigurado sin la mínima pizca de arrepentimiento.
—¿Qué sucede? —tuerzo los ojos cuando la imponente voz de la rectora inunda la estancia.
Alya está jodida. Todo apunta a que fue ella quien comenzó la pelea y además, es la única que salió ilesa, por lo que la señora Jones asumirá que el lisiado en ningún momento se atrevió a alzarle la mano.