Capítulo 43: "Volviste".
[6 de agosto del 2011, sábado]
Cliqueo sobre el último correo que me llegó al e-mail la noche anterior e instintivamente cierro los ojos. No estoy lista para ver su contenido, ni mucho menos para afrontar cual sea el resultado.
—Ey, ¿qué pasa? —Deimos, quien está de pie junto a mí, posa su mano sobre mi hombro.
—No puedo verla —con las manos, hago presión sobre mis ojos.
—¿Quieres que lo haga yo? —asiento con las manos sobre el rostro.
Desocupo la silla del escritorio para dejar que él tome asiento y le doy la espalda, nerviosa.
Hace algunos días, había rendido la prueba de ingreso a la universidad de Abalee junto a los gemelos y, hoy en la tarde, me habían llegado los resultados. Lo primero que hice fue llamar a Deimos para que viniera cuanto antes y, aunque no pudo llegar de inmediato, apenas desapareció el sol, él estuvo tocando la puerta de mi casa.
Agradecía mentalmente que Clark estuviera dormido, así ambos no tendrían que verse.
Deimos ya había visto su nota, al igual que Deneb, y ambos habían ingresado. Solo faltaba yo.
—Bien... veamos —lo oigo cliquear un par de veces y siento un vacío en el estómago. Esto no le hace bien a mis nervios—. No puede ser...
Ahogo un grito con la mano y mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas. Ese "no puede ser" solo significa una cosa y es que...
—¡Entraste! —se exalta, levantándose de la silla. Volteo de sopetón y lo golpeo en el brazo por hacerme asustar.
—Idiota, creí que no había aprobado... —no me deja terminar, ya que planta un casto beso sobre mis labios.
—¿Lo ves? Te dije que entrarías —esboza una sonrisa genuina y me es imposible no contagiarme de ese gesto.
Deimos cree en mí, hasta cuando yo no soy capaz de hacerlo.
—Gracias —rodeo su torso en un abrazo que termina por ser unilateral, ya que lo único que hace es apoyar una de sus manos sobre mi cabeza y la otra en mi cintura.
Me aparta solo un poco, para poder verme a los ojos y pregunta:
—¿Quieres que me quede a dormir hoy? Creo que aún hay un pijama mío por allí... —niego con la cabeza y tuerce los labios en un puchero.
—Ya hemos hablado de esto...
—Me iré temprano, lo prometo —aparta las manos de mi cuerpo para juntarlas a modo de súplica.
—Si te quedas, no querré que te vayas -suspira con fuerza, resignado—. Pronto se acabará esto, lo prometo.
—No prometas cosas que sabes que no pasarán —su tono cambia de golpe por uno de reproche y agacho la cabeza. La culpa se va abriendo paso en mi pecho, destruye y arrasa con todo a su paso, porque él tiene razón. Ni siquiera estoy segura de que las cosas vayan a cambiar para bien—. Lo siento...
—Tienes razón, pero haré todo lo que esté en mis manos para dejar este infierno —hago un gesto con las manos para abarcar toda la casa.
Deimos asiente con una sonrisa triste en el rostro y se inclina para besarme. Esta vez, sus labios se mantienen un poco más de tiempo sobre los míos y el momento termina por alargarse hasta que nuestras lenguas entran en contacto.
Nos separamos cuando nos falta el aire y, en silencio, lo acompaño hasta la puerta principal.
—Buenas noches, musa —susurra antes de plantar un beso en lo alto de mi cabeza.
—Buenas noches —me apoyo sobre un costado del marco de la puerta y me quedo allí hasta ver al Mercedes desaparecer entre las calles.
Soy una maldita mentirosa.
Cambiaré las cosas, de eso no hay duda, pero nada me asegura que la situación se volteará a mi favor y eso es lo que me tiene ansiosa.
Solo espero que así sea.
***
[16 de agosto del 2011, martes]
—¿Tardará mucho? —pregunto por quinta vez a Amelia sin dejar de retorcerme los dedos.
—No, buscaré la medicina y volveré de inmediato —vuelve a responder la enfermera con toda la paciencia del mundo. Asiento no muy convencida.
Se acabaron algunas de las medicinas de Clark y Amelia debe ir a buscarlas, pero no quiero quedarme a solas con el engendro inválido.
Ha mejorado tanto las últimas semanas, que ya no depende demasiado de la silla de ruedas. Hace algunos días, consiguió subir las escaleras con ayuda de las muletillas, aunque tardara media hora en el proceso. Por ello, ahora duerme en su habitación.
Durante las noches, no representa un problema, ya que se queda encerrado en su habitación.
Pero a veces lo escucho. Los pasos pesados, tambaleantes; los gritos y toda la blasfemia dirigida hacia mí.
Las pesadillas se mezclan con la realidad y cada noche debo asegurarme que la puerta de mi habitación esté bien cerrada.
El miedo se materializó y ahora es una sombra pesada que se arrastra junto a mí en cada paso.
Me retiene, no me deja respirar.
Amelia agita su mano a modo de despedida y desaparece por la puerta principal, dejándome plantada en una esquina de la cocina con una horrible presión en el pecho.
Opto por dirigirme hacia mi habitación, ya que aquí abajo no hago nada y al instante me encuentro subiendo las escaleras con premura.
La madera rechina bajo mis pies y siento que mi respiración suena mucho más fuerte de lo que me gustaría. Puede parecer estúpido el que tenga mucho miedo en este momento, pero solo yo sé de lo que es capaz el tipo que se hace llamar mi padre y mientras estemos bajo el mismo techo, siempre estaré alerta.
Llego hasta la segunda planta y debo aferrarme a la barandilla para no caer cuando un ruidito me sobresalta.
Volteo el rostro de sopetón hacia el lugar del que vino aquel sonido y mi pecho se oprime al notar que son las bisagras de la puerta del cuarto de mis padres.
Que es Clark quien intenta salir de la habitación.
Me quedo de piedra junto a la barandilla mientras Clark hace un esfuerzo monumental por abrir la puerta de par en par.