Oigo el canto entrecortado
de los pájaros mudos.
Fracasan advirtiéndome
y caigo en lo más profundo.
En este juego sin reglas
todos salen perdiendo.
—Te voy a matar —Mirko me mira, con el cabello cubierto de ramitas y hojas secas.
—¡¿Lo tienes?! ¿Lo tienes?! —siento como me pican los dedos, él suspira y sonríe.
—¿Sabes lo pesado que es esto para un ratón? ¡Me caí por la ventana!
Sé que está intentando fingir que está molesto conmigo, pero es imposible. Niega con la cabeza y coloca el teléfono en mi mano. Yo doy un saltito y las gotas que están aún en las hojas de los árboles a nuestro alrededor se espantan. Lo aprieto entre mis manos y suelto un suspiro.
Entonces volteo a todos lados para asegurarme de que no haya nadie más alrededor y me acerco a Mirko. Enciendo el aparato y de inmediato salta la notificación de llamadas perdidas.
—Siete —dice por lo bajo, abriendo la boca y cubriéndosela con su mano.
—¡Te lo dije! ¡Lo sabía! —Quizás hablé demasiado fuerte, él abre sus ojos y aclara su garganta. Yo aprieto los labios.
—Bueno, te creo. Pero entonces tenemos que ir lo antes posible.
Yo asiento y él se da la vuelta, aún limpiándose el cabello y la ropa. Debería sentirme culpable, porque sé que aunque Mirko se acaba de convertir en un roedor para robarle el teléfono a Madre, yo no estoy segura de si habría hecho lo mismo por él.
Caminamos despreocupados hasta el borde de la comunidad, y cuando estamos seguros de que no hay nadie cerca, comenzamos a subir hasta la zona humana.
Me niego a aceptar que es una coincidencia, o que los dolores no tienen nada que ver con las cosas extrañas que están comenzando a ocurrir. Mirko cambia de expresión cada pocos minutos, pasa de la seriedad a la sorpresa, luego a la preocupación y otra vez a la sorpresa. Sé cómo funciona su mente y en este momento intenta hilar la trama de todas las películas de misterio que ha visto en su vida.
—Puede ser algún espía… —susurra para sí—. O que la cámara se active cada vez que el teléfono suena… —Se da la vuelta y me toma de los hombros— ¡¿Y si nos están viendo?!
Estoy a punto de reclamarle qué tiene que ver eso con los dolores, pero me muerdo la lengua. Si le confieso ese pequeño detalle, de seguro voy a hacer que sus delirios de persecución se disparen diez veces más.
—Hace tiempo vi una película…
—Mirko, ya hablamos de esto —suspiro, pero le dedico una media sonrisa.
—No, no. Escucha. Tiene sentido. —Apresura el paso, emocionado— Era la víctima de un secuestro y llamó a un tipo random y él tuvo que ayudarla a escapar, ¡sin cortar la llamada!
Una tras otra, entre tantas ideas descabelladas e irrelevantes, nos alejamos cada vez más de casa. Cuando nos adentramos a la zona humana de Aldoba, él comienza a hablar menos y más bajo. Está alerta, y a menudo me detiene y se convierte en algún pájaro para ver nuestro entorno y asegurarse de que no haya vigilantes cerca.
Los problemas en los que nos podríamos meter si supieran que estamos intentando entrar en una casa humana, son indescriptibles.
—¿Estás seguro de que es por acá?
—Que sí —responde— Yo vengo todo el tiempo. Tú solo fíjate que no esté Marco por acá.
—¿El del parche? —Mirko asiente y yo hago lo mismo.
Me siento como si estuviera viviendo dentro de una de esas películas, él actúa con la naturalidad que solo genera la costumbre. Yo no puedo dejar de apretar el teléfono en mi mano, rogando por todo lo que es bueno que no me llamen en este momento.
Cuando llegamos a la casa, Mirko se sube a un árbol y lo sigo ayudándome con las gotas de rocío que quedan en las hojas. Siento escalofríos y miro constantemente a nuestro alrededor. No he reconocido a nadie, sé que no hay vigilantes cerca, pero ¿qué pasa si solo saben esconderse muy bien?
El rostro de un chico barbudo se asoma en la ventana y yo tengo que concentrarme para no perder el balance. Sus cejas pobladas están fruncidas, me mira y luego a Mirko, pero mi amigo asiente y él abre la ventana y nos ayuda a entrar.
Estamos en un ático iluminado con lámparas blancas, el desconocido nos lleva al menos una cabeza y tiene la espalda más ancha que he visto en mi vida. Yo me acerco a Mirko mientras él se asegura de cerrar la ventana.
—¿Estás seguro de que es buena idea? —Hace un frío casi sobrenatural, Mirko rodea mis hombros con sus manos.
—Tranquila, si hay alguien en toda Aldoba capaz de ayudarnos, es él.
«¿Pero a qué precio?»
Cuando Mirko me confesó que se había hecho amigo de un avin nuevo y que estaba de acuerdo en revisar las llamadas, jamás pensé que fuera tan intimidante. Mucho menos que tendríamos que escabullirnos como si estuviéramos haciendo algo malo.
¡Solo estamos visitando a alguien! Por más aterrador que parezca, es una vez más la muestra perfecta de que no tiene ningún sentido esta división drástica entre humanos y avins.
—Hola —Una voz proveniente de una esquina hace que de un salto.
El pequeño ajusta sus anteojos y nos mira a mí y a Mirko con una sonrisa y una computadora en sus piernas. Está sentado con la espalda pegada a la pared y casi se mimetiza con la madera de su entorno.
—¡Amir! —Mirko sonríe y se acerca al pequeño.
Antes de que pueda hacer lo mismo, siento el aliento de alguien mucho más alto que yo a mis espaldas. Volteo y me encuentro con sus ojos negros y los mechones del mismo color cayendo sobre tu piel morena, se escapan del moño que tiene sobre su cabeza, como si nunca hubieran pertenecido a él.
—Elara, ¿no? —Su voz es gruesa y gutural. Yo asiento sin poder emitir ningún sonido y para mi sorpresa él me dedica una sonrisa blanca, hermosa, cálida—. ¡Me alegra poder conocerte por fin!
Me abraza y me carga como si fuera una niña, su actitud gentil no combina para nada con la primera impresión que tuve de él, pero por fin puedo respirar. Se separa de mí y besa mis mejillas, no deja de sonreír.
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Editado: 14.11.2022