La familia.
Algo que todos dicen que es lo único que puedes tener con seguridad, personas que están unidas a ti con sangre, personas que estarán para ti incondicionalmente; eso es lo que llaman familia. Aunque si eres una niña huérfana ese concepto varía mucho, pueden ser personas que conoces hace apenas unos meses, pero que te han escuchado y ayudado, o pueden ser personas que han estado a tu lado cuando más lo necesitabas. Incluso puede ser el hombre de la esquina sin hogar con el que hablas todos los días al pasar en la calle para ir a la escuela, o el panadero con el que charlas siempre que compras uno de sus deliciosos panes franceses. Cuando eres alguien que no ha tenido una familia real nunca, encuentras consuelo y familiaridad en cada rincón, sin importar quién sea o quién haya sido.
Yo soy Amber, una huérfana más en el mundo, un número más entre otros más en el sistema del gobierno, otro niño desdichado que no tiene padre. A mis 15 años de vida he aprendido a aceptar el hecho innegable de que solo soy una más en el montón, sin ese delirio adolescente de querer ser “diferente”, después de todo ni siquiera tengo una familia que diga mis cualidades especiales, alguien que me diga que soy única. Cualquiera diría que a estas alturas ya superé la ausencia de mis padres, pero de hecho no puedo hacerlo, no cuando siento que es la pieza que me falta en este rompecabezas tan difícil de hacer; estoy segura de que si los tuviera me sentiría menos miserable.
Vivo en el orfanato “Las Hermanas de la Misericordia”, sí, el típico orfanato con monjas, pero eso es algo que, realmente, me importa muy poco; después de todo ellos me han brindado comida, techo y cama, incluso la escuela. Las hermanas no tienen tiempo ni capacidad para enseñarnos ellas mismas, así que han hecho un convenio con la escuela local Baxter para que podamos asistir todos nosotros, y ellas a cambio dan mensualmente una charla religiosa a todos los estudiantes de esa escuela, más algunas clases de coro.
Aquí somos todos muy unidos, incluso hay quienes vuelven después de ser adoptados a visitar a sus antiguos amigos, platicando sobre su nueva vida, sus nuevos padres y su nuevo hogar. Aunque muchas veces no vuelven más de tres veces, con el tiempo nos olvidan, ignorando por completo que muchos de nosotros ni siquiera podremos irnos de aquí hasta la mayoría de edad, ya que ser adoptados es una posibilidad muy escasa. Yo, por ejemplo, me tendré que quedar aquí hasta mis 18, nadie quiere adoptar a una adolescente, siempre prefieren a una niña de nueve u ocho años, nunca a una de quince. No soy la única que tendrá que esperar a su mayoría de edad, hay varios chicos en mi misma posición.
En parte el hecho de que no me adoptaran es mi culpa, nunca me muestro realmente interesada cuando hay una entrevista de adopción; de hecho, siempre alegan que soy muy antipática, o dicen cosas como «Buscamos a alguien más alegre», o «No creo que pueda con nuestro entorno», pero sé que en realidad piensan que soy un dolor de cabeza. Seamos honestos, ¿quién querría lidiar con una adolescente antipática? Exacto, nadie.
—¡Niñas, hora del desayuno! —exclama la hermana Ofelia al entrar al dormitorio—. Dense prisa o llegarán tarde a la escuela.
—¡Sí, hermana Ofelia! —respondí.
Termino de meter mis libros en el bolso, me peino y me pongo mis zapatos. Halsey se acerca hasta mí sonriendo, haciendo mover sus dos coletas rubias en el aire con cada brinco que da. Halsey es mi mejor amiga, la única de hecho, ambas llegamos en la misma semana, ambas somos huérfanas, y ambas llegamos siendo apenas unos bebés. A veces quiero creer que nuestros padres murieron y por eso hemos terminado aquí, no quiero creer que realmente nos han abandonado, y es que ¿quién querría pensar eso? ¿Quién querría creer que sus progenitores no quisieron estar con ellos y en su lugar la dejaron en la puerta de un orfanato sin siquiera darle un nombre propio? Es una realidad tan deprimente que me sorprende que muchos aquí no se hayan suicidado, yo no lo haría, no por miedo o porque esté feliz con esto, sino porque tengo la esperanza de encontrar una familia en algún lugar; en mis amigos —los cuales haré más adelante—, en mi novio o quizá yo pueda crear una propia.
—¡Tierra llamando a Amber! —exclama Halsey, sacudiendo su mano frente a mi rostro, sacándome de mis pensamientos.
—Lo siento, estuve pensando...
—En Jerry Clayton —dice Halsey haciendo un baile extraño con sus cejas.
La simple mención de este me hace ruborizar de sobremanera.
—Cállate —digo mirándola mal, a lo que ella solo sonríe con malicia.
Jerry Clayton, el súper atleta de ensueño, el popular de la clase, el moja bragas. Tantos adjetivos para describirlos y tan poco tiempo, trataré de hacer el mejor resumen que pueda. Está en mi misma clase, es uno de los mejores estudiantes, sobre todo en literatura; es el capitán del equipo de soccer... y el novio de Ámbar Taylor, sí, su nombre es muy parecido al mío, pero hasta ahí. ¿Quién es ella? Se preguntarán, pues no es nadie más ni nadie menos que la reencarnación de Regina George hecha pelirroja. Es una chica tan falsa, que muchos no logran ver más allá de su máscara de “niña buena”. Por desgracia aún no ha llegado ninguna Cady Heron que la ponga en su lugar, y yo no me atrevo a tomar ese puesto tan peligroso.
Salimos del dormitorio y nos agrupamos todas frente a las puertas en una fila de la más pequeña, hasta la más grande y caminamos todas juntas hasta el comedor grupal, el cual es muy parecido a la cafetería de una escuela cualquiera, solo que aquí la comida es más sabrosa. La hermana Gladys cocina realmente bien, es una de las cosas que agradezco siempre antes de comer, tenerla es como una bendición enorme. Hacemos una fila dispareja mientras esperamos que sea nuestro turno para ir a comer, con cada paso que doy siento el delicioso olor de la comida, cada vez más fuerte e intenso.