—Maldita sea. Ella lo decidió —escuchó Abril desde la habitación. Se frotó los ojos aún somnolienta—. Ya te he dicho, solo me llamó, me dijo que no y luego no dio explicaciones —era Samuel. Abril no se imaginaba con quien estaba hablando, pero se escuchaba irritado—. Haz lo que se te dé la gana. Yo no tuve nada que ver en esa decisión —resopló. Se levantó de la cama y se dirigió al balcón, donde se encontraba Samuel.
—Samu —susurró Abril. Samuel se volteó frenéticamente y se metió en celular en el bolsillo trasero, la miró nervioso—. ¿Con quién hablabas? —preguntó, confundida.
—Emm, con nadie, estaba intentado levantarte de la manera más creativa —dijo, dudoso—, e invente un guion melodramático —Abril lo miró con el ceño fruncido—. Ya sabes cómo soy —dijo acercándose y dejándole un beso en la cabeza—. Hasta recién levantada te ves guapa —susurró. Abril sonrió mientras lo abrazaba por la cintura—. Estoy seguro que eres hija o familiar muy cercano de Afrodita.
—Ya sh —lo calló, suavemente. Le gustan ese tipo de agasajo pero a veces Samuel exageraba —. Me iré a dar una ducha, luego bajo a hacer el desayuno.
—Está bien —susurró, soltándola. Ella se dirigió al baño. Soltó un gran suspiro, pensando en lo que hubiera pasado si Abril se enterara con quien estaba hablando. Debía ser más cuidadoso.
Luego de que Abril saliera del baño ya cambiada, se metió él.
Abril prendió los parlantes de la casa y reprodujo varias canciones de Louis Amstrong. Limpió la cocina y preparó huevos revueltos, un jugo de papaya, pan con mermelada y café. Justo cuando ella terminaba bajó Samuel, tarareando la melodía de la trompeta.
—Me encanta que te encante Louis —gritó para que se oyera por encima de la melodía de la trompeta. Abril asintió sonriendo.
—¿SABES QUE MÁS ME ENCANTA? —gritó. Samuel puso los ojos en blanco, acompañado de una sonrisa. Abril reprodujo you could be mine. Abril movía las manos simulando estar en la batería y Samuel en la guitarra. Cantaron toda la canción entre gritos y saltos e imitaciones al cantante original. Abril iba sirviendo en la mesa cada plato mientras movía las caderas al ritmo de la canción. Samuel imitaba al guitarrista de la banda. Luego de ese momento de adrenalina, se relajaron y se sentaron a desayunar.
—Wow, eso fue lo máximo —dijo Samuel. Abril asintió y comieron en silencio. Luego de comer Samuel se encargó de lavar los platos y Abril limpiar la casa.
—Samuel —lo llamó desde la sala
—¿Uhm? —respondió él desde la cocina.
—¿Hoy si vamos al bar?
—Si, hoy debemos ir —respondió, un poco tenso.
—Bien.
Luego de terminar de limpiar la casa decidieron ir a dar una vuelta al parque, solían hacerlo muy poco, pero las veces que lo hacían era muy agradable.
Abril salió del auto esperando a que Samuel encuentre un lugar para aparcar.
El parque por las mañanas es muy fresco. En particular el parque es el que está más alejado a la ciudad, y se respira el aire más puro. Abril se sentó en una banca metálica, sacó su celular para pasar el tiempo mientras veía reels. Luego de unos minutos, pasó un hombre agradable vendiendo algodón de azúcar y manzanas acarameladas.
Ella estaba indecisa de su elección, ya que los dos eran sus favoritos, pero solo le alcanzaba para uno. El hombre al ver su divertida expresión y su humildad, le obsequió el algodón de azúcar y ella compró la manzana —que era la más costosa—. Ella agradeció y el hombre correspondió gustoso. Luego de unos minutos apareció Samuel con dos algodones de azúcar y dos manzanas. Sabiendo que eran los favoritos de Abril.
—Me encontré a un hombre de lo más agradable —dijo Samuel, sonriente—. Y le compré... vaya veo que ya te lo has topado —dijo mirando a Abril dando un gran mordisco a la manzana y al lado de ella tenía una funda de algodón. Ella aún con comida en la boca sonrió. Tragó rápido y respondió:
—Si, solo me alcanzó para la manzana —se encogió de hombros, sonrió y continuó—: y él me regaló el algodón.
Samuel la miró con desaprobación.
—Abril, no era que le aceptes —dijo, reprobatorio—, es un arduo trabajo en el que realiza. Quizá por darte este algodón esté perdiendo dinero —Abril curvó su boca hacia abajo—. Pero no te preocupes, vamos a buscarlo y le pagamos ese algodón —Samuel le extendió su mano para que caminaran juntos. Abril la tomó, guardó los algodones y manzanas en su mochila. Luego de caminar unos metros tomados de la mano, encontraron al hombre, él miró a la pareja con una enorme sonrisa. Samuel y Abril le sonrieron de igual manera.
—Hola chicos —dijo el hombre, con una enorme sonrisa. Ellos asintieron, correspondiendo al saludo—. Son una hermosa pareja—continuó hablando. Abril y Samuel ya acostumbrados a esos halagos asintieron.
—Mucha gracias, don José —respondió Samuel, el hombre asintió y se sentó en una de las bancas metálicas—. Lo estábamos buscando.
—¿Ah, si? Entonces, ¿para qué soy bueno? —preguntó, ansioso.
Samuel sacó unos centavos y se los dió. El los recibió confundido pero aún así sostenía esa sonrisa sincera. Samuel le dijo el motivo por el que le estaba dando los centavos. José al inicio puso objeción, dijo que fue un gusto darle aquel obsequio, pero terminó cediendo, sabía cuáles son las necesidades en su hogar. Pasearon por los alrededores del inmenso parque. Pararon frente a un estanque. Se mantuvieron en silencio, mientras miraban a unos niños jugueteando. Escucharon el click de una cámara fotográfica. Abril pensó en Alan.
—Hola —escucharon una voz conocida, a sus espaldas. Abril abrió los ojos de par en par y Samuel contuvo el aire. Los dos voltearon para ver de quien se trataba.
Alan.
—Ho-hola —tartamudeó Abril, nerviosa. Samuel se quedó mirándolo con su dura y fría mirada. Alan se acercó a ellos, dejó colgada la cámara fotográfica en su cuello, vestía como es habitual.