Recuerdo que la última mañana en la que pasé un día normal, estaba muy lejos de mi mente; en sí, ese sería el comienzo del fin de toda la humanidad. Mi mamá había sintonizado el canal de noticias y hablaban sobre el brote de una enfermedad rara en España, ella y mi padre no le dieron importancia alguna. Los emigrantes africanos que llegaban a costas europeas buscando prosperidad traía consigo una cantidad increíble de enfermedades, eran normales los brotes concentrados de ébola y otros virus mortales.
Me hice una coleta antes de sentarme a desayunar con mi hermano menor, tenía nueve años y yo doce casi recién cumplidos; el 5 de marzo fue mi cumpleaños en casa de mis tíos políticos, los amigos de mi papá. Todas las mañanas nos sentábamos en la mesa a desayunar unas tostadas con jalea y chocolate, echábamos unas carcajadas en lo que mi padre mandaba a callar para poder ver el pronóstico del tiempo, luego cada uno tomaba su camino al trabajo o la escuela... Nunca pensé que extrañaría tanto eso.
- ¿Dónde pusiste mi gorra Ilinois? - gritó mi padre desde su cuarto.
- La estoy lavando amor - respondió mi madre desde el sótano.
A veces parecía una casa de locos, pero nos gustaba como era todo. Nos llevábamos genial y los más importante, nos amábamos.
Esa mañana de vacaciones sería la primera de todas en las que papá me llevaría a disparar un arma real, todo este tiempo solo me enseñaba tácticas de combate cuerpo a cuerpo o de campo, siempre en los Paintball. Reagan era una mole, medía casi dos metros y tenía una barba bastante tupida, el cuerpo de un súper héroe de la Marvel Comic, muy listo y de gran temperamento. A veces me ponía a pensar como mi mamá terminó con él. Reagan era un escurridizo, y siempre tenía que cumplir misiones clasificadas con su escuadrón. Sin embargo, cuando nací todo cambió: se retiró de los SEAL y se convirtió en bombero, pensó en su familia y en como la afectaría si en una de sus labores no regresara a casa... en el marco de la chimenea estaría la bandera y un cuadro suyo con todas sus condecoraciones.
- ¿Estás lista Leta? - Así me llamaban cariñosamente.
- Un poco nerviosa, a decir verdad - respondí bajando la vista.
Se acercó, era casi cuatro veces yo, puso su mano enorme con dedos gruesos y arrugados sobre mi cabeza y me acarició el cabello.
- Ya verás que divertido es.
Me dio un beso en la frente y se marchó al sótano con pasos agigantados donde estaba mi mamá. Al irse, escuché unos ruidos en el exterior,. Eran nuestros vecinos que cargaban la minivan de maletas como si se fueran de viaje. Los Perklins no solían viajar, la única vez que dormían fuera de su casa era un fin de semana ocasional donde visitaban a sus padres en las afueras de la ciudad. Todo era muy raro, pues ellos no eran los únicos que se marchaban. Los Harrison, nuestros vecinos del otro lado de la calle, también estaban llevando maletas y cajas en su camioneta.
- Muy bien chiquita, vamos. - dijo Reagan arreglándose una gorra que decía KingFish en la parte superior.
Nos dirigimos a la puerta y al salir, la curiosidad del porqué todos, o casi todos se marchaban también lo conmovió un poco. Sin dejar de lado aquello, nos montamos en un Ford GT clásico de color negro y salimos a la carretera. Las calles principales estaban cargadas de autos, los semáforos atascados y los policías intentaban mantener un orden en el caótico tráfico. Los lugares cambiaban sus carteles de abiertos a cerrados, incluso mi cafetería favorita donde vendían malteadas de chocolate con temática de Harry Potter, había bajado las ventanas protectoras.
Todo era demasiado raro, qué podía imaginar con doce años que se acercaba el fin de la humanidad.
- ¿Papá? - le toqué la ajustada camisa de cuadros.
- Dime cariño - respondió con el ceño fruncido mientras miraba a su alrededor.
- ¿Sabes qué ocurre?
- No princesa, pero sospecho que pronto sabremos.
Avanzamos hasta llegar a un gran establecimiento con dos rifles sobre un letrero. Las armas de Billy, con letras parecidas a las que ponen en las películas del oeste. En el exterior de la entrada había una gran fila de hombres, - a lo sumo unos 150 - todos esperaban para comprar un arma. Papá tocó el claxon, y luego de unos 3 minutos la puerta del garaje, que estaba encajado en un costado de la tienda se abrió, entramos y aparcó su coche dentro.
- ¿Qué tal Billy? - dijo papá bajándose del coche.
Era tan grande y fuerte que al salir del asiento puso su mano encima de techo de GT y el auto se inclinó hacia el comprimiendo los amortiguadores con fuerza.
- ¿Qué pasa Reagan? - dijo un señor bajito con una barba canosa y el rostro arrugado, tenía en el brazo un tatuaje de unas serpientes envolviendo el cañón un revólver.
- Oye, ¿qué sucede allí afuera? - Preguntó mi padre.
- La gente anda como loca. En las noticias se especula de un ataque terrorista con armas químicas a las potencias de la OTAN - respondió el sujeto saludándome de lejos con su mano.
- Eso es una total locura - espetó mi padre todo ingenuo.
- ¿No viste las noticias de lo que sucede en España?
- Si bueno, un poco nada más, pero es solo otro brote de ébola o algún virus raro ¿no?
- Los hospitales en España están colapsando. La gente muere ahogada, asfixiada, pero en la sangre y los pulmones no aparece nada raro. Solo comienzas a toser hasta que el aire te empieza a faltar y mueres.
- ¿Gas? - preguntó papá cruzando los brazos.
El señor movió su cabeza de un lado a otro negando, se acercó al oído de Reagan y dejó escapar un susurro perceptible para mis jóvenes oídos.
- Mi amigo del MI-6 dice que no detectan nada dañino como gas, radiación o cualquiera de esas cosas. Sin embargo, tienen informes de que Rusia acaba de mover medio ejército a sus fronteras.
Papá se quedó callado por unos segundos, se giró hacia a mí y sonrió.