Entre callejuelas y aparcamientos nos fuimos moviendo con sigilo, apenas avanzábamos a una velocidad aproximada de 10 kilómetros por hora. Se escuchaban ruidos raros en los alrededores, los tejados, algunas casas, garajes, en todas partes; eran estallidos sonoros muy molestos y perceptibles desde las zonas cercanas.
Las calles frente a nuestra casa estaban despejadas, el silencio era ensordecedor a pesar de una que otra mascullada de aquellas cosas. Reagan detuvo el auto frente al garaje y se giró hacia mi, viéndome con sus ojos azules abiertos como nunca antes; su piel era blanca y encima de su ceja tenía una pequeña cicatriz, marca de su antiguo trabajo.
— Escúchame bien princesa, no te despegues de mí en ningún momento, ¿ves este trocito del arnés? — dijo sujetándose el arnés que sostenía la navaja o cuchillo táctico en su pierna derecha, — quiero que con tus manitas lo aprietes con fuerza y en ningún momento te separes, ¿está bien?
Asentí con la cabeza prestándole toda la atención del mundo. Salió del Jeep con el dedo puesto en el gatillo del M16 lleno de accesorios, lo más llamativo que poseía era una pequeña calavera que colgaba de adorno en el mismo. Cuando estuvo afuera, empuñó el rifle como si fuera de juguete y a través de la mira óptica repasó todo el lugar con cuidado, girando 360 grados en el lugar. Unos pasos cortos hacia adelante, volvió a inspeccionar todo, y con la mano que sujetaba el soporte del cañón me hizo una seña, era seguro salir del coche. Me escabullí entre los asientos con cuidado de no hacer ruidos hasta llegar a su lado; estaba asustada y ansiosa, el aire que filtraba la máscara apestaba, y no sé si era por el tiempo que llevaba guardada o si era el propio oxígeno que estaba oliendo tan mal. Le sujeté con fuerza el pequeño sobrante de cuero del correaje donde se guardaba el arma terciaria y él me miró de reojo sonriendo con delicadeza.
Nuestra casa era grande, de dos pisos y un sótano; lo más probable es que mamá y Matt estuviesen escondidos en lo segundo, porque era la única parte donde la ventilación tiene filtros anticontaminantes, además, era el lugar más seguro. Con pasos pequeños y rápidos avanzamos por la puerta del garaje. Papá revisaba cada esquina, se inclinaba antes de entrar a una habitación o al abrir la puerta, siempre con el dedo puesto en el accionador de disparo. Todo estaba tal y como la habíamos dejado; pensé que tendría rasguños en las paredes blancas o en el suelo de madera, todos los nubles destrozados, las puertas abiertas, la electricidad fallando como en las películas. Todo estaba en su lugar, el sofá, la tv, incluso la vajilla estaba limpia y en su sitio. Mi piel se erizaba del miedo cada vez que un ruido raro invadía el sólido silencio, podía escuchar mi agitada respiración a través de la máscara, y el cristal cerca de la membrana por donde pasaba el aire se empañaba poco a poco con cada bocanada de oxígeno.
Nos detuvimos en la entrada del subterráneo, me coloqué en una parte de la puerta y Reagan en la otra, nos miramos y él asintió con la cabeza — ¿lista? — fue lo que quiso decir, y con mi mano le hice el mítico —Ok—. Abrió la puerta, y bajó dos escalones despacio con el rifle en la zona de disparo, listo para cualquier acción inesperada. Todo estaba oscuro al llegar abajo, costaba mucho poder ver entre la poca claridad que se filtraba por la entrada. Con su mano enorme dio dos golpecitos en uno de sus bolsillos al costado del chaleco y regresó su mano a la empuñadura, mientras yo rebuscaba en el apartado que me señaló. Una pequeña pero potente linterna nos estaba alumbrando ahora, gracias a ella encontramos una mesa de herramientas tirada sobre el suelo en un rincón y un grupo de sillas haciendo el papel de barricada. Hizo una seña con sus gruesos dedos y me puse detrás de él, apretó con fuerza la empuñadura del M16 y avanzamos con lentitud sorteando los obstáculos hasta que, por torpeza, derribé uno de los asientos creando una reacción en cadena para que todos los demás cayeran. De la parte superior de la mesa tumbada salió una pistola de clavos amenazando con disparar; papá la solía tener en su caja de herramientas roja de cuatro compartimientos en aquella esquina, era muy útil para todo tipo de reparaciones. Reagan me cubrió con su enorme torso para que ningún clavo de la ráfaga impactara; de todas maneras ninguno acertó en nosotros, fueron disparos a ciegas que se dispersaron en los alrededores.
— ¿Ilinois? — susurró papá.
— ¿Reagan, eres tú? — respondió mamá asomándose con lentitud.
Mi padre se abalanzó sobre ella y Matt, que estaba escondido en lo profundo de la esquina con los ojos asustados y ansiosos; también acudí al emotivo momento y los abracé con fuerza, como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
– Oh Reagan, tenía tanto miedo. En las noticias hablaron de ataques químicos en diferentes lugares del país y que habían desplegado a la guardia civil en las calles — dijo mamá sollozando, — intenté llamarte, pero las comunicaciones cayeron, todo fue tan rápido.
— Está bien cariño, calma, todo va a estar bien a partir de ahora. — susurró papá con ternura antes de girarse hacia a mí.
— Leta, quédate con tu madre y Matt, voy al Jeep a traerle dos máscaras, ¿Está bien?
— Si, papá — respondí.
No sabíamos que el problema era el aire que respirábamos, apenas teníamos conocimientos de lo que estaba sucediendo como para comenzar con teorías conspirativas, pero mamá reaccionó de forma inteligente. Fuesen ataques químicos o no, ella se dio cuenta de que debía ocultarse allí donde la encontramos, justo debajo de una toma de aire purificante, eso los mantuvo vivos a ambos hasta que llegamos. Mamá fue profesora de biología por varios años en facultad de ciencias del MIT, era una persona muy inteligente y condecorada por la sociedad de científicos como una mujer de ciencias. Su trabajo se vio deteriorado cuando Matthew comenzó a empeorar con el asma, y se limitó a trabajar en casa para algunas organizaciones científicas de estudios biológicos diversos; estaba a punto de lanzar una tesis sobre mutaciones en el Antrax cuando todo se descontroló.