—No tienes esos privilegios.
Riendo entre dientes, Lucas le soltó la trenza dejando que se le deslizara entre los dedos y ella se apartó en cuanto el cabello recogido descansó sobre su espalda. Se había acabado el recreo.
-Elegí esta tierra -dijo respondiendo a la pregunta anterior- por su proximidades a la naturaleza. Aunque la mayoría de los cambiantes lleva una vida civilizada, somos animales y humano en igual medida... llevamos la necesidad de vagar en libertad en la sangre.
-¿Cómo te ves a ti mismo? -preguntó-. ¿Como humano o como animal?
-Soy ambas cosas.
-Una de las dos debe dominar sobre la otra. -Concentrada, frunció el ceño alterando la perfección de su rostro.
¿Un psi frunciendo el ceño? Aquella expresión desapareció al cabo de un segundo, pero él ya la había visto.
-No. Somos un solo ser. Soy pantera y humano en igual medida.
-Creía que eras un leopardo.
-La pantera negra existe en diversas familias felinas. Es el color de nuestro pelaje lo que nos convierte en pantera, no nuestra especie.
No le sorprendía que ella desconociese aquel dato. Para los psi, los cambiantes eran animales, sin distinción alguna. Ese era su error. Un lobo no era lo mismo que un leopardo, del mismo modo que un águila no se parecía en nada a un cisne.
Y una pantera al acecho era una combinación de furia y peligro.
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Sascha observó a Lucas cuando regresó al coche para comer su teléfono con intención de llamar a los SnowDancer. Aprovecho que estaba de espaldas a ella se permitió el lujo de apreciar su pura belleza masculina. Era simplemente... exquisito.
Nunca antes había utilizado aquella palabra, nada ni nadie le había parecido digno de ella. Pero, sin la menor duda, Lucas Hunter se ceñía a la definición.
A diferencia de la fría formalidad de los varones psi, él era pícaro y accesible. Y eso hacía que fuera mucho más peligroso. Había llegado a vislumbrar al depredador que acechaba bajo la superficie; quizá Lucas se mostrara educado, pero llegado el momento de morder, se lanzaría a la yugular. Nadie llegaba a ser alfa de una manada de depredadores a tan temprana edad si no ocupaba la cúspide de la cadena alimentaria.
Eso no la asustaba. Tal vez porque había visto lo que era el verdadero terror en el laberinto de la PsiNet, cosas verdaderamente atroces y viles, la naturaleza manifiestamente depredadora de Lucas le resultaba tan grata como un soplo de aire fresco. Puede que hubiera intentado engatusarla, pero en ningún momento había fingido ser otra cosa que lo que era: un verdadero cazador, un depredador por dentro y por fuera, un macho sensual plenamente consciente del efecto que causaba su sexualidad.
Él le hacía sentir deseo, le hacía sentir cosas brutales y salvajes que amenazaban con resquebrajar la máscara de frialdad que se ponía para sobrevivir y que era cada vez más frágil. Debería alejarse de él tan deprisa como se lo permitieran los pies. En vez de eso, se sorprendió saliendo a su encuentro cuando él regresó con un reluciente dispositivo plateado pegado a la oreja, mucho más avanzado que el invento original de Bell.
—Venderán por doce millones. —Se detuvo a un par de pasos de ella y le indicó que tenía a los SnowDancer al teléfono.
—Eso es el doble de lo que vale esta tierra en el mercado libre. —No pensaba consentir que la intimidaran—. Ofrezco seis y medio.
Lucas mantuvo el teléfono contra su oreja y cuando no repitió la oferta que ella había hecho, Sascha se dio cuenta de que el miembro de los SnowDancer que estaba al otro lado de la línea debía de haberla oído. Era un recordatorio de que, a pesar de que su narcisista raza se consideraba el líder supremo del planeta, los cambiantes poseían poderes extraordinarios.
—Dicen que no están interesados en enriquecer a los psi. No les quita el sueño que no compres. Estarán encantados de vendérsela a tu competidor.
Sascha había hecho los deberes.
—No pueden. El grupo empresarial de la familia Rika-Smythe ya ha invertido todos sus recursos disponibles en un negocio en San Diego.
—Entonces la dejarán tal cual. Doce millones o no hay trato.
La miró de forma penetrante con aquellos increíbles ojos verdes y Sascha se preguntó si estaría tratando de ver su alma. No podía decirle que era un esfuerzo vano.
Era una psi; no tenía alma.
—No podemos permitirnos invertir tanto en el terreno. Nunca recuperaríamos la inversión. Encuéntrame otro —repuso procurando parecer fría y serena a pesar del efecto desestabilizador que producía en ella la presencia de Lucas.
Esta vez él repitió sus palabras al teléfono. Después de escuchar la respuesta, dijo:
—No ceden, pero tienen una contraoferta.
—Escucho.
—Te darán la tierra a cambio del cincuenta por ciento de los beneficios y un acuerdo firmado por el que ninguna de las viviendas le será vendida a los psi. También quieren cláusulas en todos los contratos que garanticen que los futuros propietarios no puedan vender a los psi. —Se encogió de hombros—. La tierra tiene que permanecer en manos de los cambiantes o de los humanos.
Aquello era lo último que se habría esperado, pero los ojos de Lucas expresaban que él estaba al tanto. Y no la había puesto sobre aviso. Eso le hizo desconfiar. ¿Estaba intentando provocar una reacción en ella?
—Concédeme un momento. No estoy autorizada a tomar esta decisión.
Alejándose a cierta distancia, pese a que no era estrictamente necesario, conectó con su madre a través de la PsiNet. Normalmente utilizaban el enlace telepático, pero Sascha no era lo bastante fuerte para transmitir a tanta distancia. Aquel rotundo ejemplo de su debilidad sirvió para recordarle que debía mantenerse en guardia. A diferencia de otros cardinales, ella era prescindible.