Sascha le estaba resultando difícil mirar a Lucas a los ojos pues le asustaba que él pudiera ver las eróticas imágenes que se sucedían dentro de su cabeza como si de una película se tratase. ¿Qué le estaba ocurriendo? La noche anterior la había pasado sumida en el sueño más sugerente de toda su vida y había despertado resollando en busca de liberación, con la piel empapada en sudor.
Y Lucas había sido el protagonista de sus fantasías.
Había programado su cerebro para soñar con él y, así, quitárselo del pensamiento, planeando dejarse llevar por los sentidos en la seguridad de su mente y deleitarse hasta estar saciada. Había sido un fracaso estrepitoso. Le había saboreado y resultaba que ahora deseaba mucho más. Igual que un adicto, ansiaba experimentar de nuevo las sensaciones que él le había mostrado.
—Dentro de veinte minutos voy a llevarte a que conozcas a Clay Bennett, nuestro jefe de obra. Después de eso quiero enseñarte los materiales que vamos a emplear para la construcción, dado que quieres comprobar dos veces hasta la última tuerca y tornillo. —Sus ojos verdes dejaban entrever cierta socarronería y diversión.
Sascha no pudo evitar recordar cómo aquellos mismos ojos la habían mirado mientras utilizaba la boca para llevarle al orgasmo. Eso le hizo reaccionar. Sus escudos se estaban resquebrajando de nuevo y él era el catalizador.
—Gracias por decírmelo.
Intentó anotar los detalles en su agenda electrónica, pero apenas era capaz de ver más allá por culpa del zumbido que no dejaba de sonar en su cabeza. Aquello era grave, muy grave. En lugar de contenerlos, los sueños parecían haber fortalecido los sigilosos tentáculos de la locura.
—Tienes pinta de no haber dormido bien.
¿Percibía cierta insinuación en aquellas palabras? No, se dijo ¿Cómo iba a ser eso posible? Era ella quien había tenido esos sueños. Sin duda Lucas no necesitaba desahogarse con fantasías, había visto la forma en que las mujeres le miraban. Y ¿por qué no? Era un hombre que hablaba claramente sobre su sexualidad e incluso ella comprendía la clase de pasión descarnada que un varón como él podría suscitar.
Su mente amenazó con despojarle de la cordura una vez más, de modo que levantó un escudo mental tras otro.
—Mi descanso se vio perturbado, pero soy perfectamente capaz de funcionar. —Tan pronto como se hiciera con el control de sus desbocados pensamientos.
—¿Pesadillas? —La observó con la concentración de un cazador que acecha a su presa.
—Los psi no soñamos.
Era un hecho reconocido. Si eso era mentira, pensó, ¿qué otras mentiras le habían contado? ¿O acaso era cierto para el resto de los psi? ¿Ni siquiera vivían en sus sueños?
—Es una lástima —adujo Lucas. Aquella voz un tanto áspera se suavizó, imprimiendo cierta languidez a su tono—. Los sueños pueden ser muy… placenteros.
Sintió un ardor húmedo y apretó los muslos, aterradoramente consciente de que su cuerpo había reaccionado de un modo que un cambiante podría detectar. El pánico la impulsó a enterrarlo todo profundamente en los compartimentos secretos de su mente.
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La pantera que moraba en Lucas se agazapó siguiendo con atención cada movimiento de Sascha. Hombre y bestia estaban desconcertados… ¿Qué tenía esa mujer que había provocado el sensual erotismo de aquel sueño? En la vida real era fría como el hielo, tan accesible como un trozo de metal… Dejando a un lado aquel resquicio de pasión en aquellos ojos de cardinal que Lucas se negaba a creer que fuera fruto de su imaginación.
Se quedó petrificado cuando captó signos apenas perceptibles de excitación femenina. La pantera arremetió contra las paredes de su mente diciéndole que la tomara, que ella estaba preparada. El hombre no estaba tan seguro. ¿Y si se trataba de un truco psi? ¿Quizá la puerta trasera que daba acceso a su mente? Hasta que lo supiera a ciencia cierta, no acariciaría a Sascha salvo en sus sueños.
—Los psi no saben nada acerca del placer —comentó, bajando la mirada hacia la pequeña agenda electrónica—. Y pretendemos que siga siendo así. ¿Nos vamos a ver al jefe de obra?
—Después de ti. —Se puso en pie y, con un ademán, gesticuló en dirección a la entrada—. ¿Cómo está tu madre?
Era hora de empezar a indagar. No podía olvidar el motivo de aquella charada.
—Bien. —Sascha llegó al ascensor de cristal y esperó a que subiera.
—Es una mujer extraordinaria —comentó Lucas—. Según he oído, se convirtió en consejera a los cuarenta. ¿No es una edad temprana para alcanzar un rango tan importante?
Sascha asintió.
—Tatiana Rika-Smythe era más joven cuando la nombraron. En estos momentos solo tiene treinta y cinco años.
—¿Los Rika-Smythe no son vuestros principales rivales en los negocios?
—Eso ya lo sabes.
Lucas se encogió de hombros y le indicó que entrara en el ascensor.
—Nunca está de más asegurarse.
En aquel ambiente cerrado, el aroma de Sascha resultaba embriagador para sus sentidos animales. Era toda una mujer, sensual y apenas excitada, y él estaba muy interesado. La arrogante pantera estaba convencida de que su reacción no era una artimaña.
Tuvo que sofocar el gruñido que se formó en lo más profundo de su garganta. No era el momento de acechar a aquella presa en particular.
—Es bien sabido que los Rika-Smythe y los Duncan tenemos los mismos intereses comerciales.
—¿Cómo puede tu madre trabajar con Tatiana siendo rivales?
Las puertas se abrieron en la primera planta. Sascha salió junto a él, grácil e inquietantemente hermosa, con aquellos ojos que sobresaltaban a la gente que se cruzaba con ellos. A los cardinales no solía vérseles con frecuencia fuera de las enrarecidas paredes de las sedes centrales de los psi. Era primordial que descubriera por qué se le había otorgado el honor de disfrutar de la compañía de Sascha Duncan.