Salgo de la enfermería con cautela con mis pensamientos aún rebosantes de alegría ante la noticia reconfortante de que mi bebé está vivo. Me encuentro rodeada por una multitud de refugiados que han hecho de estas cuevas su hogar temporal. Sus rostros muestran el cansancio y la preocupación, pero también una determinación feroz de sobrevivir en medio del caos que nos rodea.
Me uno a ellos, curiosa por explorar las profundidades de las cuevas que ahora nos sirven como refugio. Las paredes de piedra cruda y las sombras danzantes nos rodean mientras avanzamos por los estrechos pasillos, nuestras antorchas iluminando el camino por delante.
Pronto descubro que estas cuevas albergan vida propia, una comunidad unida por la adversidad y la necesidad. Pasamos junto a grupos de niños que juegan entre maizales donde apenas consigue filtrarse algo de luz del sol, sus risas resuenan en los confines de la caverna lo cual me hace sentir en una suerte de presente distópico en el cual no tengo idea de cómo fue que pudimos caer, si mi yo de hace unos meses recibía la noticia de que hoy estaría aquí pensaría que se trata de una suerte de historia de ciencia ficción.
Más allá mujeres y hombres trabajan juntos para preparar alimentos y conservando ganado carneado, también otros permanecen al cargo de cuidar de los enfermos y heridos, compartiendo la carga de la supervivencia en un mundo despiadado, lo cual me hace entender que no se trata de médicos o enfermeros quienes nos cuidan sino personas al servicio de la supervivencia.
El sanador me lleva hasta la mujer de cabellos grises quien advierte mi salida del peligro y acude en mi dirección con una presentación pertinente:
–No pudimos antes tener una presentación competente–dice ella–. Mi nombre es Alara y soy la líder de este refugio.
–Refugio, no comuna–murmuro.
–Así es, quedamos excluidos por las disposiciones gubernamentales mayores o en algunos casos nos agrupamos a sabiendas de que estar aquí es mejor que quedar expuestos a que un gobierno de porquería prometa salvarnos, cuando bien sabemos que ante el riesgo inminente solo procuran tener su trasero bajo protección.
El sanador se retira y nos deja a solas mientras ella me sigue comentando acerca de las normas mientras observo la manera en la que se vinculan entre ellos.
–Si nos hubiéramos conocido bajo otras circunstancias, probablemente nuestra gente no te hubiera dado asilo–me comenta, sé que lo dice por la situación política de mi prometido. Bueno, no sé si seguirle llamando así.
–Yo tampoco lo hubiera hecho, sabiendo cómo se comportan los que deberían cuidarnos, en verdad solo aprovechan la situación tan grave para atacar y corresponder a sus intereses particulares.
–O para devolver favores que la guerra propone. Más bien, que impone.
–Desde el anuncio de la cuarentena y mi salida al mundo exterior solo he sido víctima de sufrimiento, esta es la primera vez que recibo algo de compasión y lo valoro mucho. Solo me importa que mi hijo pueda estar a salvo.
–¿No te preocupa?
–¿El qué?
–El mundo que le estamos dejando, que recibirá cuando llegue.
–Considero que quienes resisten a la malicia y la perversión que unos pocos mantienen desde sus altos mandos, son aquellos que en verdad pueden hacer que cambien.
–No va a cambiar. La esperanza de dejarle un mundo mejor a nuestros hijos no va a cambiar, les dejamos guerra, enfermedad, abusos, vulnerabilidad, soledad, una economía frágil, contaminación, dolor, la lista sería de nunca acabar.
–¿Entonces por qué lo hacen?–contraataco, quizás a la defensiva por hacerme yo misma a la idea de que en verdad no valga la pena seguir luchando–. ¿Por qué ustedes se agrupan y se ocupan por sobrevivir si pensaran que no vale la pena hacerlo?
Su rostro se ilumina en una sonrisa que evidencia unos dientes amarillentos, gesto que me da la pauta de que me ha conducido en la conversación exactamente por donde ella pretendía ir.
–Nos agrupamos porque no creemos en el bien ni en el mal, porque en algún punto consideramos que la vida tiene sentido y cada uno cumple con un propósito. Porque concebimos todo como un conjunto desde el talento y el aporte de cada quien, es una oportunidad de establecer el orden propio cuando el ajeno se ocupa en ser destruido por sí mismo.
–O sea que ustedes se plantean una manera de vivir distinta, como una suerte de anarquía valiéndose de que los grandes líderes de allá afuera se ocupan de su propio exterminio.
–Así es.
–Cuando esto termine y Mereel levante nuevamente sus fronteras, los líderes seguirán siendo líderes. Bajar a un amo implica elevar a otro amo aún más feroz.
–Y ese emerge de las minorías y los excluidos.
–¿Ese es el objetivo de todo esto? Cuando todo termine, ¿formar vuestro propio partido político o manera de gobernar?
–No hay manera de pensar una manera mejor de gobernar cuando no estás a favor de los modos de quienes están ya ahí arriba. ¿No te has puesto a pensar en cuánto imbécil está ocupando bancas de decisión? Que ya sabemos que ese imbécil que levanta la mano no lo hace a criterio propio, cuenta con otros favores adicionales a los cuales debe responder. Nosotros no nos arrastramos por nadie.
Asiento.
Me gusta su manera de pensar y de plantear las cosas, no por nada es líder en esta agrupación que resiste, aunque realmente no sé si me interesa saber cómo es su manera de pensar, lo que es cierto es que esta mujer tiene sed de justicia con quienes ocupan altos rangos al igual que ambición por ser quien los ocupe.
Como Nazka.
Él es parte de esos imbéciles que responde a intereses ajenos y me siento terrible por abrir los ojos finalmente.
Toda mi vida he vivido en una hipócrita mentira creyendo que él era alguien bueno y ni siquiera le llegaba el coraje para ser malo.
Siempre fue un títere que me abandonó a mi suerte en cuanto pudo y se posicionó tan alto como su ambición se lo permitió.
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Editado: 29.10.2024