El miedo se cuela en mi mente como un veneno lento mientras sostengo a Ignis contra mi pecho. Su calor, aunque ahora más controlado, sigue siendo un recordatorio constante de su naturaleza inusual. Alara, siempre vigilante, se sienta cerca. Sé que intenta ayudarme, pero la preocupación nunca abandona su rostro.
–Debemos mantenerlo seguro–susurra Alara, sus palabras casi inaudibles en la tenue luz mortecina de esta comuna de refugiados.
Asiento, agradecida por su apoyo. Sin embargo, el temor se arremolina dentro de mí. Ignis, mi pequeño y ardiente hijo, es un milagro y también una amenaza. Los demás en la comuna nos miran con recelo, se escuchan susurros furtivos y miradas de soslayo que se mezclan con la oscuridad. Temen lo que no comprenden…y yo no puedo culparlos. Apenas puedo comprenderlo yo misma desde el corazón porque es mi bebé, por todos los cielos, es mi hijo.
La noche avanza lentamente y la cueva está en silencio, salvo por el leve crujido del fuego en las antorchas. Me recuesto en nuestra improvisada cama de paja y telas, tratando de encontrar algo de comodidad. Ignis duerme tranquilo, su pequeña figura está envuelta en mantas especiales para contener su calor. Cada vez que cierra los ojos, me invade una mezcla de amor y pavor.
De repente, un sonido distante rompe la calma. Un crujido de pasos, tal vez. Me incorporo de inmediato, siento el corazón latiéndome con fuerza. Alara también se tensa, sus ojos ahora están alertas y sus manos listas para desenfundar su cuchillo.
–¿Qué fue eso?–susurro, aunque sé que Alara está tan desconcertada como yo.
–Probablemente solo alguien pasando–responde, aunque sus ojos delatan cierta duda.
Nos quedamos en silencio, escuchando. Los pasos se desvanecen, pero el miedo permanece. Me recuesto de nuevo, abrazando a Ignis más fuerte. Mi mente se llena de pensamientos oscuros. ¿Y si alguien intenta hacerle daño? ¿Y si temen tanto su poder que deciden deshacerse de él?
–No dejaremos que le hagan daño–dice Alara, como si hubiera leído mis pensamientos.
–Gracias–murmuro con mi voz quebrada por la emoción.
–Estamos juntas en esto. Protegerías a este hijo con todo lo que somos.
Cierro los ojos, tratando de encontrar algo de paz en sus palabras. Pero la preocupación nunca se disipa del todo. Los días que vienen serán duros, lo sé. Necesitamos encontrar una manera de integrarnos en esta comunidad sin despertar más temor o ira.
La noche se hace interminable, y apenas consigo dormir. Cada pequeño sonido me sobresalta y cada sombra parece esconder una amenaza. Finalmente, el primer rayo de sol se cuela por la entrada de la cueva y me permito relajarme un poco. Alara también parece aliviada de ver la luz del día.
Nos levantamos con cuidado y ella me ayuda a preparar a Ignis. Su calor es menos intenso ahora, y parece más tranquilo. Me pregunto si es consciente del peligro que lo rodea. Espero que no. Es demasiado pequeño para entender la crueldad del mundo en el que ha nacido.
–Vamos–dice Alara–. Debemos ir al comedor y ver qué podemos hacer hoy.
Asiento, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. Sigo a Alara a través de los pasillos de la cueva con Ignis acunado en mis brazos. La gente nos observa con sus ojos llenos de curiosidad y miedo. Trato de mantener la cabeza alta, pero es difícil ignorar sus miradas.
En el comedor, otros refugiados están ocupados preparando el desayuno. El aire está lleno del aroma del pan recién horneado y té de hierbas caliente. Encuentro un rincón tranquilo y me siento con Ignis, tratando de mantener un perfil bajo.
Thorian aparece de repente, su presencia imponente siempre una mezcla de consuelo y tensión para mí. Se acerca con un gesto serio con sus ojos fijos en Ignis.
–Necesitamos hablar–dice, su voz es baja y urgente.
Asiento, sabiendo que no hay escapatoria. Me levanto con cuidado, siguiendo a Thorian a una esquina más apartada. Alara nos sigue con la mirada, siempre alerta.
–¿Qué sucede?–pregunto, intentando mantener la calma.
–Debemos encontrar una solución para proteger a Ignis–dice Thorian–. La población de esta comuna está asustada y no podemos culparlos. Pero debemos asegurarnos de que no le hagan daño.
–¿Y cómo propones que hagamos eso?–pregunto, sintiendo una mezcla de esperanza y desesperación.
–Trabajaremos juntos. Hablaré con los líderes de la comuna. Intentaré ganarme su confianza y mostrarles que Ignis no es una amenaza.
–¿Estás loco? No pienso permitir que se acerquen a mi bebé.
–No hay otra manera de convencer a un perro furioso que otro de su misma especie, aunque de distinta raza, no es precisamente un enemigo.
–Gracias por tratar a mi hijo como un animal.
–No, de hecho. Pero todos somos animales a final de cuentas.
Se acerca la noche otra vez.
Estoy en el refugio, intentando alimentar a Ignis, cuando ese hombre, el mismo que me había insultado antes, se acerca de manera amenazante. Su mirada es dura, llena de odio y miedo.
Alara se ha ido a bañar a las aguas cálidas y Thorian no está aquí, probablemente anda cazando.
–¡Tú!–exclama, señalándome con un dedo acusador–. ¡Tú trajiste al dragón! ¡Ese niño es una bestia del infierno!
–¿Qué quieres? ¡Vete de aquí!
–¡Ese niño es fruto del mal que nos invade! ¡El demonio está entre nosotros y nadie es capaz de ver a la bestia!
Mi sangre hierve. Ya he soportado suficiente. Me levanto, sosteniendo a Ignis cerca de mí, y le devuelvo la mirada con igual furia.
–No tienes idea de lo que estás diciendo. ¡Ignis es un bebé, no una bestia!
–¡Es una abominación!–grita, dando un paso hacia mí–. ¡Y tú eres responsable de todo esto! ¡Mi esposa y mis hijos murieron en esa cueva por tu culpa!
Las palabras salen de mi boca antes de que pueda detenerlas.
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Editado: 29.10.2024