El clima no parecía haber cambiado en nada, seguía igual, con el aire frío que nos calaba los huesos y nos obligaba a usar varias capas de ropa para poder entrar en calor; así como la ligera llovizna que caía del cielo y nos obligaba a mantenernos en casa, aunque para nosotros no era igual, no podíamos quedarnos en casa frente a la chimenea, ni tomar alguna taza de chocolate caliente mientras mirábamos algo en el televisor, porque a pesar de la lluvia que arreciaba allá afuera, el mismo infierno estaba a punto de desatarse en unos instantes.
– Así que finalmente se fue – resopló Leander al echar un vistazo a la entrada de la casa y ver a Dimitry en el lugar en el que antes estaba Mihail.
No respondí. Me quedé en silencio mientras que los cuatro Ivanov subían los escalones para ingresar a la casa.
Mihail no podría estar aquí ahora, no cuando era cuestión de horas para que todo comenzara, justo ahora estábamos en cuenta regresiva y él debía de ocultarse antes de que la bomba finalmente estallara.
– ¿Porqué te habías tardado en venir, Dimitry?, ¿ocurrió algo?
El rostro de Dimitry se notaba agotado, tal vez era debido a la vejez o se debía a que por primera vez en mucho tiempo le mentiría al niño que vio crecer. Sus cansados ojos color marrón se desviaron disimuladamente hacia los míos, cómplices de lo sucedido hace unos días donde le había pedido encubrir este secreto, a pesar de que se había opuesto al principio, al final aceptó que debía de guardar silencio por el bien de todos, estábamos a un paso de terminar con todo este enredo, solo unas cuantas horas y todo habría quedado resuelto, o al menos eso esperaba.
– No pasó nada, señor. Solo tuve algunos inconvenientes.
Leander no preguntó nada más. Sus cejas se fruncieron en desconcierto pero aún así no le dio tantas vueltas al asunto, aunque podría suponer que en su cabeza ya estaba buscando alguna explicación al retraso de Dimitry ante su llamado.
– ¿A qué le estás dando tantas vueltas ahora? – pregunté con curiosidad una vez que Leander cerró la puerta de entrada detrás de nosotros.
– No pasa nada, luego veremos lo de Mihail.
Fue lo único que dijo sin tomarle tanta importancia, besó mi mano en un gesto cariñoso y se despidió para subir con Zev y ver algunos asuntos de la empresa, yo en cambio me quedé unos segundos parada frente a la puerta sin saber que hacer, para después decidirme por ir a la cocina a comer algo pero el timbre de la puerta me interrumpió en mi trayecto. Desconcertada me di media vuelta para fijarme en la pantalla para ver quien tocaba, mis manos temblaron sobre los botones para marcar la contraseña y abrir la puerta con desesperación al ver el rostro de mi madre frente a la puerta.
Las lágrimas bajaron de mis mejillas al verla ahí, con su cabello del mismo tono que el mío y sus ojos color café brillando por las lágrimas que se habían acumulado en ellos. Un nudo apretaba mi garganta impidiéndome respirar con normalidad, la había extrañado, la había extrañado tanto que olvide aquella discusión que habíamos tenido y me abalancé directo a sus brazos, inundando mis fosas nasales con su aroma tan familiar que hace tiempo no olía.
Ella me abrazó de igual manera, apretujándome entre sus brazos sin soltarme, con sus lágrimas calientes cayendo sobre mis hombros, abrazándonos con euforia mientras ella repetí en murmullos: lo siento.
– No tienes porqué disculparte, madre. Sé que querías lo mejor para mí y por eso estabas molesta – dije sin apartarme de su lado. Ella me sostuvo por los hombros, deshaciendo nuestro abrazo y acunando mi rostro entre sus manos frías.
– Lo sigo estando, Yelen. No sabes lo que significa meterte con los Ivanov, aún eres muy inocente, aunque creas tener el control, ellos son simplemente impredecibles.
Aparté mi mirada de la suya para desviarla hacia sus espaldas, hacia aquel jardín que estaba cubierto por la nieve, donde las flores dormían debido al invierno. Lo tenía presente, siempre tenía presente que la familia de Leander no era un juego, pero tenía la esperanza que esto acabara y que tanto Leander como yo, pudiéramos escribir nuestra propia historia sin que otros intervinieran en ella.
– No quiero discutir, mamá, no cuando por fin viniste a verme.
Su rostro serio se convirtió en uno de alegría cuando ella sonrió.
– ¿Porqué no lo haría? Mi Yelen tendrá un bebé, ¿como podría abandonarte a tu suerte?
Le devolví la sonrisa mientras la abrazaba nuevamente, sintiendo el calor de su cuerpo entre el mío, el aroma familiar que desprendía de su ropa, así como el cariño maternal que solo una madre podría tener a su alrededor. Me sentía completa, porque ahora tenía ese pedazo que me hacía falta en mi vida que era mi madre.
– Gracias – mascullé entre lágrimas. Ella me sostuvo aún más fuerte. – Por no dejarme, madre.
– Estar en esta familia es un peligro, Yelen. No puedo ver como mi hija va directo a las llamas, pero si no puedo detenerte, entonces me quedaré a tu lado, eres la única familia que tengo y la que siempre tuve.
Sus manos acariciaron cada parte de mi rostro, como si estuviera tratando de grabar cada parte de mí o tal vez recordando cada facción de mi rostro que solo había visto en fotografías por no tenerme cerca.
– Estaré bien, mamá. Leander va a cuidarnos, a mí y a nuestro hijo, estoy segura de ello.
Ella asintió dejando salir un suspiro. – Si así lo dices.
– Vamos pasa, no te quedes en la puerta.
Aún tenía muchas cosas que decirle, tantas cosas por contar pero supongo que eso tendría que esperar para después.
Un hombre desconocido con una capucha cubriéndole el rostro venía hacia nosotras. Los guardias de la entrada se pusieron en guardia de inmediato, impidiéndole el paso, pero el hombre no hizo nada más que dejar sobre el primer escalón de la entrada lo que parecía una invitación. Uno de los guardias, el más joven que tenía un enorme lunar justo debajo de su barbilla, me miró esperando a que le dijera que hacer con el sobre que mantenía en sus manos.
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Editado: 14.02.2022