El chirriante sonido de la tetera en la estufa fue lo que logró escuchar a penas desperté. Las sabanas de mi cama eran delgadas y suaves, tenían una textura fina y cumplían su propósito en las noches frías de Moscú, pero por alguna razón no se comparaban con aquellas sábanas afelpadas que se quedaron en aquella que había sido mi habitación.
Aún podía recordarla, a pesar de los sucesos que nos rodearon estos últimos días, aún podía recordar con claridad aquel aroma a libros que desprendía la pequeña biblioteca del piso de arriba, aún recordaba que el último escalón de las escaleras siempre chillaba al ser pisada, así como el aroma a rosas de campo que inundaba toda la mansión y la suavidad de las colchas donde dormía, el shampoo de rosas que Leander había comprado para mi y el viento fresco del campo golpeteando mi rostro cuando montaba a Duquesa. Quizá eran cosas pequeñas, y tal vez los momentos que vivimos juntos no fueron tan significantes, pero para mí sí lo fue. Aquella cotidianidad con la que salía de mi habitación para luego bajar y encontrarme a Leander en la mesa, con la comida frente a él esperando a que yo bajara a desayunar, eran acciones que habían hecho latir mi corazón sin poder detenerlo. Solo con una mirada a esos ojos azules, había hecho que cayera en sus manos sin pensarlo.
– Yelen, ¿ya estas despierta?
Leander se asomó en la puerta de la habitación, con su flequillo cayendo sobre su frente por su reciente baño, podía notar que así había sido porque algunas gotas de agua se resbalaban por su negra cabellera.
– Justo acabo de despertar.
Él me dedicó una dulce y minúscula sonrisa.
– Entonces baja a desayunar – dijo para después cerrar nuevamente la puerta y marcharse.
Parecía un tanto nervioso por estar aquí, creo que todos en la casa también lo estábamos.
Era incómodo, realmente incómodo estar en este lugar. La mansión Ivanov era enorme, con artículos costosos y colores realmente intimidantes, había una pintura de leopardo en la entrada que realmente te hacía querer salir corriendo al momento de mirarla. El leopardo te miraba con aquella gracia tan sublime que poseía, con sus ojos felinos llenos de fiereza mientras mostraba sus intimidantes colmillos y sus prominentes garras. El leopardo era un depredador demasiado elegante a decir verdad, pero así como poseía esa elegancia, así también poseía ese desgarrador instinto animal.
Cuando el doctor aprobó el traslado de Yerik del hospital a su casa, fue la señora Agnes quien ordenó que lo llevaran a la gran mansión Ivanov, ubicada en el centro de Moscú. Era una enorme construcción que solo había visto un par de veces en televisión. No tenía un jardín grande, todo lo que rodeaba la mansión era aquellos enormes muros que parecían ser una fortaleza, donde todo el interior parecía ser de mármol; blanco y puro.
Era una mansión con aires de antigüedad, debido a que por generaciones esta enorme construcción solo había pertenecido a los Ivanov y esa tradición seguía hasta los tiempos actuales.
Yo no me había sentido tan segura con la idea de quedarme en este lugar, pero Agnes había insistido en que todos estaríamos mejor aquí, en lo que Yerik se recuperaba. Los hermanos Ivanov habían aceptado, y yo me había quedado porque Leander también estaba aquí.
Nuestra relación aún era un enigma. Algo a lo que no le podías poner una etiqueta y que aún no teníamos una definición para ello. Nunca había estado en una relación en toda mi vida fuera de Erick, así que no sabía como era dar el primer paso para que a esto que nosotros sentíamos, le fuera dado un nombre, pero, ¿Porque el amor no podía ser llamado simplemente amor? sin necesidad de añadirle algo que le defina y que eso nos lleva a sentirnos inseguro de los sentimientos de la otra persona.
El amor es realmente algo confuso. Te lleva a la cima en cuestión de segundos y así mismo te baja al abismo. Yo en estos momentos me encuentro en el limbo. En el limbo, donde todas mis emociones se encuentran atadas porque las circunstancias que nos rodean no nos dejan salir a flote este amor. Nos mantienen atados a sus cadenas.
Cuando estuve abajo. Lo primero que pude notar, fue la silueta femenina de Agnes Ivanov, ella estaba de espaldas a mi, pero podía asegurar que su mirada estaba puesta en un punto en específico, sin moverse, sin siquiera parpadear. Sumida en sus recuerdos y en aquel dolor que sentía.
Cuando estuve mas cerca de ella, pude prestar atención a lo que ella estaba viendo. Era la puerta de entrada. Agnes la miraba con melancolía, como si con solo verla trajera con ella aquellos tan amargos recuerdos.
– Señora Agnes – la llamé al estar junto a ella.
Ella se volvió hacia mi tan rápido como me escucho. Sus ojos se encontraban cristalizados por las lágrimas que trataba de esconder tras la sonrisa amable que me ofrecía.
– El desayuno esta listo. Creo que todos ya están en la mesa, así que hay que irnos.
– ¿Porque insistió en que todos nos quedáramos aquí? – pregunté, no pudiendo retener las ganas de hacerlo. La curiosidad había vencido finalmente en mi y me atreví a preguntar, esperando pacientemente una respuesta.
Ella dudo. Por la expresión de su rostro sabía que quería mentirme, ella podía disimular ser fuerte pero realmente estaba demasiado temerosa de todo, lo podía decir con seguridad porque cada vez que había un problema, buscaba refugiarse en Leander.
– Porque quería hacer un recuerdo feliz – dijo finalmente. Con sinceridad.
Mi estómago se revolvió al ver la mirada afligida que había en su rostro. Sentía compasión por ella, claro que lo sentía. Todos ellos, tanto Agnes, como los hermanos de Leander, no pertenecían a este lugar y luchaban todos los días por pertenecer a él para así poder sobrevivir y aún sabiendo eso, yo también estaba eligiendo por mi propia voluntad adentrarme en esa oscuridad.
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Editado: 21.04.2022