Los cuatro chicos se fueron para el barrio dónde creció Layla. Cuando digo los cuatro no incluyo a Owen, obvio, sino a Carla. La idea de invitarla le surgió de improviso, la llamó y ella aceptó. Alan y Carla se conocían porque frecuentaban el mismo ámbito social, ambos pertenecían a familias acaudaladas, a Emma se la presentó cuando llegó, se sintió bien unir en un mismo espacio, a sus mejores amigos. Alan, Emma, Carla y Layla, disfrazados, salieron juntos. Hermes, el chófer los llevó en la limosina. Ninguno quería la responsabilidad de conducir, lo único que deseaban los chicos era divertirse.
Alan se disfrazó de vampiro, uno muy atractivo y sexy por cierto. Inconscientemente quería que Layla se fijara en él, pero ella solo lo veía como un hermano, en sus ojos solo había un hombre, uno que a pesar de cambiar de forma la seducía de igual manera y era al único que podía amar. El disfraz de Emma y Layla era de brujas, con vestidos muy cortos, ajustados y negros, de cuellos largos, con un llamativo sombrero característico y el cabello suelto debajo. Carla iba vestida de mujer de época, sin saberlo se había vestido como cuando era Ariete, traía un vestuario similar al que llevaba el día que conoció a Lucifer un milenio atrás. La noche prometía ser divertida, los amigos de su vieja escuela estaban presentes, hasta el hermano menor de Emma, su “pequeño” enamorado, que la saludó embobado y no se apartaba de su lado desde que llegó. El chico estaba disfrazado de Batman: el caballero de la noche y a Layla le pareció adorable.
Layla estaba feliz y emocionada de estar en la zona que la vio crecer, reencontrarse con sus amigos de la infancia, su gente, los mayores que una vez formaron parte de su vida y que le daban golosinas a los niños en las puertas de sus casas; recordaba que hacía algunos años atrás, ella fue uno de esos pequeños que recibió sus atenciones. Los recuerdos bonitos del pasado la hicieron sonreír.
Caminar libremente por las calles decoradas para la festiva ocasión, con calabazas de caras sonrientes alumbradas en su interior, colgadas en distintos lugares; sábanas blancas con ojos y bocas, que simulaban ser fantasmas; esqueletos y murciélagos. Se detuvo frente a una casa decorada como si fuera la vivienda de una bruja real, habían múltiples calabaza colgadas por doquier, alumbrando su frente cómo recimos y hasta un espantapájaros.
—Es muy lindo tu barrio, la tradición de Halloween está muy presente aquí —comentó Alan, admirando la casa que Layla contemplaba.
—Desde que tengo memoria, siempre a sido así.
—Gracias por invitarme.
—No estés tan cerca de ella, Layla tiene novio —le reclamó Carla.
—Lo sé muy bien —respondió Alan, pero es mi amiga y la protegeré.
—No seas tan sobreprotector, nada le puede suceder aquí, está en su lugar de origen.
Carla estaba ignorante del peligro que acechaba a Layla, pero Alan había sido testigo, aunque no lo podía confesar, lo único que podía hacer era mantenerse firme a su lado.
—Yo también te cuidaré —dijo Max, aprovechando la oportunidad para tomarla del brazo libre.
—Chicos, tranquilos, estoy bien —se se zafó del agarre de ambos.
Emma estaba conversando con otra chica un poco más adelante. Continuaron caminando. Habían tantas personas que a veces se les dificulta avanzar, pero a ningunao les importaba, todo lo contrario, lo sentían agradable. Su amigo Alan la sostenía protector por un brazo. A pesar de que se había soltado antes de su agarre, la había atrapado de nuevo. Costaba reconocerse, no solo por los trajes diversos, sino también por la oscuridad, a pesar de estar alumbradas las calles por los faroles nocturnos, nunca sería igual que la claridad del día.
Todo iba bien hasta que Layla sintió unas finas garras atravesando la piel de sus hombros, clavándose profundamente, desgarrando la carne sin piedad; punzadas lacerantes la invadieron, la sangre brotó de sus lesiones como hilillos y la chica gritó a todo pulmón por el intenso dolor. La tragedia llegó y fue inevitable.
Mika voló sosteniendo a su víctima con fuerza y por más que Alan se aferró a Layla, no pudo evitar que la arrancara de sus manos. La llevó volando hasta una carretera muy transitada por los vehículos y la dejó caer frente a un automóvil. Todo fue tan rápido e inesperado que nadie tuvo tiempo de reaccionar. El carro no pudo evitar el cuerpo que salió de la nada e impactó de forma brusca y fatal. Sin poder detenerse le pasó por encima a la chica, dos de sus neumáticos le pasaron por encima, uno por su cabeza y el último por su estómago. Layla perdió su vida sin remedio.
Todo ocurrió tan rápido que Layla no tuvo tiempo de reaccionar, Meka hizo su maniobra a velocidad de la luz, solo fue presa del terror por ese breve tiempo hasta su muerte rápida, pero demasiado dolorosa. Subestimaron la maldad de Meka y lo inesperado y veloz que podía actuar.
Owen llegó al fatídico lugar, pero demasiado tarde, aunque presintió el peligro su velocidad no fue suficiente. Lo precenció todo, sin embargo no pudo hacer nada para salvarla. Esta vez la suerte no jugó a su favor. Quedó destrozado. El grito desgarrador que surgió de su garganta aterrorizó a todo aquel que fue capaz de escucharlo. Su dolor fue tan fuerte que creyó que moriría. Su corazón, que había sanado de su lesión, volvió a doler, sin embargo en esta ocasión fue infinitamente más fuerte que cuando se agrietó de verdad. La noche se volvió demasiado fría y oscura, todo foco de luz explotó tras el lamento desgarrador. Un fuerte viento vatio en todos los sentidos, relámpagos ruidosos azotaron todo el lugar y uno en particular, demaciado intenso, traspasó a Meka derribandola cuando intentaba escapar. Owen voló hacia la demonio sin perder tiempo y la atrapó entre sus enormes manos, clavando sus garras en la dura piel sin piedad. Se había vuelto un gigante sin poderlo controlar.
—Morirás aquí junto a ella, no te dejaré vivir un minuto más, no lo mereces —su voz gélida y su mirada roja de ira, le advirtieron a Meka lo que le esperaba.
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Editado: 02.07.2022