Todo parecía transcurrir con normalidad en ese día soleado mientras mi familia y yo disfrutábamos de nuestra visita a la playa. El amor por el mar nos llevó a explorar una zona rocosa conocida como el Peñón, famosa por sus leyendas locales. Sin embargo, nuestros planes se vieron truncados cuando mi abuelo comenzó a sentirse mal, y tuvimos que abandonar apresuradamente la playa.
De regreso en la comodidad de nuestro hogar, una extraña sensación de incomodidad se apoderó de mí. Decidí pedirle a mi madre que revisara mis pies, ya que algo no parecía estar bien. Fue en ese momento, al quitarme las zapatillas, cuando la pesadilla comenzó a desplegarse ante mis ojos. Mi media estaba empapada de sangre y no pude contener las lágrimas y los gritos. Mi madre, al borde del colapso, se apresuró a ayudarme.
Con cuidado, fui retirando mi media y descubrí que pequeños animales, gusanos y criaturas repugnantes se aferraban a la planta de mis pies. Era una escena macabra y mi padre, superando su propia repulsión, intentó eliminar a las criaturas lo mejor que pudo. Usando el mango de un cubierto de plata, separó con precaución a los pequeños invasores, aliviado de que solo estuvieran adheridos a mi piel. Pero, lamentablemente, no fui lo suficientemente rápida en darme cuenta de que una de esas criaturas ya se había adentrado en la piel de mi talón.
Al día siguiente, me llevaron de urgencia al hospital, pero ya era demasiado tarde para salvar mi pie. Las criaturas habían dejado su marca irreversible. Me invadió la angustia y el remordimiento al comprender que, si hubiera prestado atención a esa extraña sensación desde el principio, tal vez todavía tendría mi pie.
Moraleja: Cuidado por donde pisas.