La Oscuridad Stendhal Cotard (st)

El demonio que habita en mi cuarto.

No tengo vida desde que me postre inerte sobre una camilla y una sala de emergencias mas roja que la misma sangre. La amnesia me consumió la memoria y perdí el recuerdo de la felicidad, el recuerdo de risa, y sobre todo, las intensa manera de tener un corazón colorido.

Ahora soy inmortal en el mundo de los vivientes, la descomposición constante de mi cuerpo me hace pensar que soy un zombi con Cáncer que cuando estuvo vivo jamás aprendió a vivir, y ahora solo le queda aprender a sufrir.

Yo. Cameron Dias. Tengo el alma impetuosa por Quimioterapias, mantengo el control de mi floja cuerda suicida bajo fármacos que anestesian a los fantasmas que me atormentan por rituales mortales con un cuchillo malabarista entre mis manos. No poseo el don de empatía, ni la manifestación del amor. No tengo una cualidad deslumbrante que me deje bien vista ante los ojos de los demás. Socialmente soy un asco y debido a físico tan perturbador carezco de amigos, de hecho, no los tengo, solo me abriga el don paciente de mi hermana Steicy, es mi hermana porque que a pesar de que soy una temible criatura patológica no ha dejado de amarme y de tratarme como una persona normal, aunque sea de otro linaje.

Vivo en la penumbra de mi habitación, donde poseo la habilidad celestial de dialogar con los ángeles. Mi visión infrarroja centellea con los pigmentos ensangrentados que dejan las huellas sonámbulas de los animales que vienen a visitarme. Hablo mucho con ellos. Poseo nostalgias tan grandes que puedo descifrar cuando los arboles lloran, saber, si una flor, puede caminar sobre los insomnios de una atmósfera fugaz.

Ha veces mientras duermo, puedo sentir el abrazo de un lazo en el cuello. Incluso sentir como personas, me saludan y me agradecen por mi existencia. Tacto una belleza en la inesperada noche como una plataforma proveniente del edén. He visto a mi madre caminar por los pasillos de mi casa, la he visto, tirada en el piso, con el cuello teñido de rojo dejando ríos fosforescentes que llega hasta mi cuarto. He sentido a mi hermana, llorar toda la noche en mi habitación, me designa en la ciénaga con odio y ultratumba. He comprobado, y estoy muy segura, de haber visto a mi padre salir del espejo con los ojos negros como la llama del augur, vestido de frío, y arañándome toda la noche la piel. Mientras que un demonio se disimula y se asoma de entre las cortinas burlándose de mi. Recordándome que el infierno existe aquí en la tierra y que la felicidad solo es un cruel mito creado por el hombre.

 

No he podido dormir en paz desde entonces. Dicen que los muertos descansan en paz. Los muertos deben estar muy felices allí donde estén. Yo vivo entre unas cadenas que me ejecutan el alma, constantemente se me dilatan los ojos y puedo ver la dimensión de los extraterrestres, color neón, ahí vivo, pleno conocimiento de no tener cordura, caer entre colibrí caníbales que carcomen mi corazón, mi cabello nieve mueve el invierno por toda mi espina dorsal, mis huesos son de porcelana, tienen un recubrimiento catéter capaz de doblarse con la bulla de un orfeón de sirenas. Versada en la ley de vomitar profecías me arrastro entre los monstruos monarca que rigen mi existencia. Yo, mujer, de incontables frenesíes fantasmales, soy el experimento sucio de las raíces del sacrificio.

Es mi hábito, estar en la luna especulando cosas extraordinariamente enmarañadas. Tal vez sea por mi mente desgastada de tanto dolor, o por mi destino de ser un cuerpo pútrido. Pero aquí estoy, viviendo en la tenebrosidad y escribiendo mi biografía.

 



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Editado: 05.05.2018

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