La otra

Capitulo 38

María se dio por enterada de la sorpresiva visita, ya se le podía notar su edad, algunas arrugas y canas visiblen adornaban su belleza.

Se emocionó al ver a su hija y se acercó a ella casi corriendo.

Se abrazaron y lloraron al verse nuevamente, había pasado cierto tiempo, pues no se habían visto desde su última visita en aquel entonces su nieta cumplía 5 años, fue la última vez que se vieron hasta ahora.

– Baja del auto. Ordenó Adolfo mirando a Julián. Sofía bajo sonriente.

– ¡Santo cielo!, Estas grande y hermosa Sofía. Exclamó su abuela, se inclino abrazando a la pequeña.

Julián estaba sorprendido con el parecido a su ahijada, eran dos gotas de agua solo las diferenciaba el color del cabello y fue fácil deducir que la aptitud también ya que él conocía perfectamente el carácter rebelde de Abigail.

Adolfo sabía que Isabel buscaría la manera de verse con su hija, tampoco haría nada para prohibirlo ni impedirlo, lo que no permitiría por nada en el mundo sería que Sofía saliera a recorrer el pueblo, y eso se lo había dejado claro a Isabel.

Julián iba a retirarse para seguir con sus quehaceres, ahora era el encargado de la hacienda, la voz de Isabel lo detuvo.

– ¿Julián? Necesito hablar contigo, por favor. Pidió algo a lo que él no se podía negar y asintió en respuesta y se alejó.

La mirada de Adolfo era fría, pero era algo que no podía evitar, por lo menos tuvo algo de corazón en esta parte, ¿Qué más podría hacer? Estaba claro que si se negaba Isabel buscaría la manera de hacerlo y a su manera…

– Estoy tan feliz de estar de aquí mamá, comentó dando pasos hacia la casa

– Yo lo estoy aún más Isabel

– ¿Cómo está papá?

– Ha tenido mejoría en algunas ocasiones, y en otras recae

– ¿Qué ha dicho el médico?

– Bueno hija ya sabes, son cosas de la edad, su presión arterial, su corazón, no quisiera que pasara algo y afrontarlo yo sola, por lo menos hoy estás aquí conmigo y no pensaré tanto en que un día de estos..

– No lo digas mamá. La interrumpió – Papá mejorará. Adolfo escuchaba muy atento todo lo referente a la salud de su suegro – En México hay médicos muy buenos, hablaremos con él para que piensen en la idea de irse y…

– Es buena tu idea. Inquirió Adolfo interrumpiéndola – En México podrían tratar su enfermedad, pensemos que es solo una recaída, algo pasajero nada grave.

– Sí mamá, pensemos que es algo pasajero nada de que preocuparnos

– ¿Puedo recorrer la hacienda papá?. Pregunto Sofía

– Saludemos a tu abuelo y descansemos un momento, ¿Te parece?. Respondió él

– Claro que sí...

– Flor llama a uno de los muchachos para que ayuden a subir las maletas por favor. Ordenó María.

La chica del servicio quedó sorprendida con el gran cambio que había tenido Isabel, también estaba emocionada de verla.

– Hola Flor. Le dijo Isabel, se acercó y la abrazó – Me da gusto ver qué aún sigues aquí, estás hermosa.

– Descuide señorita, perdón, señora Isabel. Sonreía de la felicidad que sentía.

– Pierde cuidado. Dijo sonriendo – Es la costumbre, volví a casa Flor y estoy feliz

– Está usted muy hermosa, y es bueno verla nuevamente en su casa. Miro a la niña – Y. Su hija, también. Titubeó al verla fijamente.

– Gracias. Dijo en voz baja – Es Sofía, luego hablaremos.

Flor asintió en respuesta y sonrió nuevamente.

Adolfo no se perdía de nada, estaba atento a lo mínimo, movimiento de labios, gestos y miradas, aún así se mantuvo como si fuera el esposo perfecto.

– Está bien señora, como usted diga.

Ella sabía de qué hablaría Isabel, desde que se fue nunca más había regresado hasta ahora...

– Subamos a la habitación de tu padre. Dijo su madre alegre.

Por lo menos está visita le levantaría los ánimos a su esposo…

Isabel fue la primera en entrar en la habitación, era inevitable no llorar, ver a su padre en cama le removió su corazón, su decisión no fue la mejor opción, la condenó a vivir un infierno con alguien que no amaba, sin embargo ese hombre era su padre y a pesar de todo ella lo amaba demasiado.

Se acercó y se arrodilló al lado de la cama.

– ¿Papá?. Susurró.

Su padre abrió los ojos…, al ver a su hija lloró con mucho sentimiento y dolor, pues después de haber tomado una decisión no bien pensada y de enterase de algunas cosas de los Rivera supo que había cometido el peor error de su vida para con su hija, pero lamentablemente ya era demasiado tarde, Adolfo sabía cómo manipular y cómo manejar todo a su antojo y todo para su conveniencia.

– ¿Isabel?, Mi niña, estás aquí.

– Si papá, estoy aquí, vine para cuidarte. Respondió entre lagrimas

– Estoy muy feliz de verte Isabel, quería, yo quería, pedirte. Se agitó un poco – Quería, pedirte, perdón

– No hablemos de eso, trata de calmarte un poco para que no te agites. Tocaron la puerta de la habitación

– Permiso, es hora de la medicina. Anuncio una enfermera

– Está un poco agitado. Dijo Isabel preocupada

– No sé preocupe ya lo atiendo. Respondió al tiempo que preparaba la mascarilla para colocarsela.

– No te vallas hija. Se apresuró en decir

– Claro que no, te traje a alguien muy especial, ahora vuelvo. Salió de la habitación…

– ¿Cómo está tu padre? Vi a una enfermera entrar a su habitación. Pregunto Adolfo al verla bajar las escaleras

– Se agitó un poco, ¿Dónde está Sofía?

– En la cocina con tu madre, ella asintió y camino para dirigirse dónde estaban.

– Así que te agitaste suegrito. Susurro en voz baja – Eso es bueno muy bueno. Sonrió maleante, como si disfrutará de lo que estaba viendo…

En el rancho de Martin estaba todo de locura, los niños corrían de un lado a otro

Helena ya estaba un poco mejor, siguió el consejo de su amiga y fue al médico, después de unos exámenes de sangre. A simple vista padecía de anemia pero tenía que esperar los resultados.

– ¿Abigail? Ayúdame con los dulces por favor. Le pidió Helena




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