-lo siento muchísimo Charlotte –hablo la madre superior. Estaban en su despacho –pero Lían se encuentra lo suficiente acto para ser adoptado por una familia. Él no merece estar solo.
-lo sé, pero deme un poco de tiempo –la miro con ojos de súplica.
-lo siento. El tiempo se agotó. Una familia quiere adoptar a un niño, ellos vendrán mañana. Quiero darle la oportunidad a Lían –suspiro agotada.
Charlotte le agradeció por todo y salió del despacho. Al salir vio a Elisabeth junto a Lían, estaban sentados bajo el roble jugando. Una sonrisa triste se formó en sus labios. Saco su teléfono y marco a ese número que ya se lo había grabado de memoria.
. . .
Andrés estaba terminando el último proyecto para esta semana. Llevaba seis semestres de administración de empresas. Tal vez cuando se graduase tomaría la empresa de su padre. Pero lo dudaba mucho. Lían seria su prioridad y estaba seguro que sus padres no lo aceptarían en sus vidas.
Había pasado una semana de lo que había discutido con ellos. Ninguno había cruzado palabra con él. Además de que él estaba ocupado con la universidad y su trabajo. Su teléfono sonó.
-Hola –respondió desanimado.
- ¿Cómo estás? –Andres medito la respuesta.
-diría que bien, pero sabes que no es así –se oyó un suspiro al otro lado de la línea –Charlotte ¿Qué paso?
-lo siento –se lamentó –mañana van a presentar a Lían a una familia.
- ¿Qué? –se levantó de golpe sorprendido –no puede ser.
-lo siento mucho. La madre superiora no quiere retrasar más su proceso.
Suspiro cansado y se tumbó en el pequeño mueble de su cuarto.
-lo sé, gracias por todo –colgó sin esperar respuesta alguna.
Bajo su mirada al suelo, cogiendo su cabeza. Volvió a su escritorio y abrió el cajón más pequeño. Saco un pasaporte –es lo único que tengo –suspiro frustrado. Era lo único que había conseguido.
Tocaron la puerta. Guardo rápidamente el pasaporte, y permitió que pasaran. Eran sus padres.
-Hola –hablo con una voz apagada.
-lo sentimos –frunció el ceño dudoso –tu padre y yo sentimos lo de tu hermana. Y lo egoísta que hemos sido.
Él los miro con una mueca.
-hijo –hablo su padre –sé que no confías en nuestras palabras. Tu expresión me lo confirma –no respondió nada. Solo los miro a los ojos.
El viejo señor suspiro.
-hemos decidido que vayas a Praga por unos días. Necesitas al menos despedirte de ella.
Él suspiro cansado. Los miro con una expresión triste.
-no es el caso –ellos lo miraron dudosos –agradezco mucho que me permitan ir. Pero si viajo a Praga, eso quiere decir que me quedare un largo tiempo.
La mujer se sorprendió y el viejo frunció el ceño.
- ¿Qué quieres decir?
-que lo hare solo –hizo una pausa –no los voy abandonar, pero hay algo que debo solucionar.
La mujer miro con ojos de súplica a su esposo. Este suspiro y les dijo que se sentaran.
-Anderson, nosotros somos tu familia. Y lamentamos a veces no parecerlo. Tenemos miedo de perderte. Por eso fuimos tan egoísta.
-querido –hablo ella con voz temblorosa –confía en nosotros. Prometemos ayudarte.
Lo dudo un momento. Los necesitaba, estaba entre la espada y la pared. Iba a perder a Lían.
. . .
Lían estaba en el patio del centro de adopción. Camino alrededor del árbol de cerezo, sus hojas botaban unas gotas de agua. La tarde se había prestado para una tormentosa lluvia. Había algo de barro, intento no ensuciar sus zapatos azul marino. De repente se imaginó a su madre regañándolo por caminar cerca de charcos y el barro. Sonrió triste.
Eran cerca de las cinco de la tarde y las visitas se habían terminado. Por suerte en ningún momento la madre superiora lo llamo.
-vaya, vaya, vaya –sus palabras eran pausadas.
Lían alzo su mirada hacia la planta que se encontraba a unos metros de él. Una niña de más o menos 6 o 7 años estaba parada ahí. Vestía un abrigo rosado, su piel era blanca, pero su nariz chata al igual que sus mejillas estaban rojas por el frio. Sus ojos eran pequeños de orbes color miel, sus pestañas cortas, sus cejas delgadas. Su cabello era crespo y dorado. Y sus labios eran delgados. Lían hizo una mueca.
-así que tú eres Moseth –él frunció el ceño y miro confundido a aquella niña - ¡ay! Lo siento, así te llamaras cuando vayamos a casa –sonrió con malicia.
Camino hasta él. Lían no se movió de su lugar.
-serás mi sirviente personal –sonrió. Lían puso sus ojos en blanco y bufo –los niños como ustedes están destinados a eso. Nadie los quiere, ni siquiera sus propios padres. Por eso los botan como desechables aquí –miro alrededor, inspeccionando el lugar –aunque no está nada mal.
Sus ojos se ensombrecieron –estás loca –le escupió.