Le parecía hasta sentir otra vez el viento en su cara. Galopaba sin parar, una parte de él entendía que eso no era real, que era solo un sueño. Pero no podía detenerse, la angustia lo estaba matando. "Rápido, rápido", se decía una y otra vez mientras espoleaba el caballo.
Cuando al fin entró a la ciudad estuvo por derribar a muchas personas, pero eso le importó muy poco. Tenía que llegar, ella estaba en peligro. Lo sabía, pero más que eso, lo sentía. Algo en su corazón le decía que ella estaba en riesgo, que si demoraba al menos un minuto más la estaría condenando. La imagen apareció de pronto al girar la esquina. Aquella enorme mansión y arriba la luna. Era luna llena aquella noche, jamás podría olvidarlo.
Las luces de la sala estaban encendidas, pero el resto de la casa estaba en penumbras. Bajó del caballo con rapidez, el corazón le latían muy acelerado, las gotas de sudor recorrían su frente. Tocó fuerte la puerta principal, no le importaba si lo echaban a patadas, él iba a entrar a la fuerza. Estuvo a punto de romper una ventana y entrar por ahí, pero entonces la puerta se abrió. Se quedó quieto un momento, básicamente por la sorpresa. Charice nunca abría la puerta, para eso estaba la servidumbre. Sus finas manos de señora no estaban para esas bajezas, quizá por eso se sintió descolocado un momento.
—Vaya —dijo ella sonriendo de lado—, hasta que te dignas a aparecer —reaccionó al fin. No estaba ahí por Charice, ella ya no le importaba. Nunca debió importarle. La empujó a un lado y entró a la mansión al fin—. ¡Pero qué mala educación! ¿Tienes algún problema?
—¿Dónde está? —le preguntó atropelladamente. La cogió fuerte de los hombros y la sacudió—. ¿Dónde está ella? ¿Qué le has hecho, maldita? ¡Responde!
—Cálmate —contestó fastidiada. Le sorprendía lo fría que podía ser Charice, como siempre tenía el control de la situación. Otra mujer quizá ya hubiera entrado en histeria—. Primero, me sueltas.— Despacio separó sus manos de ella. No quería ni tocarla. Ya no más—. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? ¿Por qué le haría daño?
—¿Dónde está ella?
—En su habitación, esperándote.
No quiso escuchar más, Orlando sabía dónde estaba su habitación. Aunque en ese momento no tenía cabeza para nada más, luego tendría tiempo para pensar por qué no había ni un solo sirviente. Subió corriendo las escaleras, corrió por el pasillo, forcejeó con la puerta pues esta tenía llave. De una patada terminó por abrirla.
Pero esta vez las cosas fueron diferentes, y quizá eso fue lo que le hizo lanzar un grito de horror y caer de rodillas desesperado. La luna llena de fondo en la ventana abierta, su luz blanca iluminando toda la habitación. Sí, eso era tal como lo recordaba. Pero lo demás no. Jennifer estaba ahí. Su cuerpo estaba suspendido en el aire, meciéndose suavemente. Tenía una soga al cuello, y este lucía morado. Su rostro también, aunque lo peor no fue eso, sino que Jennifer tuviera los ojos abiertos que sin vida lo miraban culpándolo. "¿Dónde estabas? ¿Por qué no pudiste salvarme?", le gritó la voz de ella en su mente. Lloró desesperado, la había perdido. Había perdido una vez más a alguien que amaba.
—Orlando, ¿alguna vez dejarás de ser tan sentimental?— Era la voz de Charice. Se había arrodillado a su lado y apartado los cabellos que cubrían su oreja derecha—. ¿Es que no lo has entendido aún? Yo nunca te voy a dejar...
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Se despertó agitado. Aunque no era un día especialmente caluroso, su frente estaba llena de sudor, como en su sueño. O pesadilla debería decir. Había llegado más temprano a aquel lugar donde se veía con Jennifer y se quedó dormido. No tuvo una buena noche, la boda de Bert y Santos era al día siguiente, así que anduvo con él afinando las cosas para su fuga, entre otros pendientes. Estaba agotado, no creyó que se quedaría dormido justo ahí.
Respiró hondo un par de veces, aquella pesadilla había sido horrible. Le dio un escalofrío solo recordar como vio a Jennifer muerta colgada de una soga. "Cálmate, eso no es real, Jennifer está bien. Charice nunca le hará daño, Charice no llegará nunca acá", se dijo, pero ni eso logró calmarlo. Aún estaba conmocionado por aquella pesadilla, cuando escuchó a la yegua de Jen se puso de pie despacio, no quería que note lo perturbado que estaba. Así que la recibió con una sonrisa, como siempre. Al verlo ella también sonrió, aceleró el paso y rodeó su cuello con sus brazos. Se dieron un beso que se prolongó mucho más que sus besos de saludo normales. Él no quería dejar de besarla, necesitaba eso. Necesitaba calmarse y saber que su pasado jamás le iba a hacer daño a Jen, que todo iba a estar bien y conforme lo planearon.
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Editado: 08.01.2020