Nunca pensó que en verdad se podía ser tan dichoso, que más allá del sexo había esa unión que hacía que todo fuera diferente. Siempre había escuchado que hacer el amor era distinto, que cuando le pasara lo iba a sentir, que nunca más querría tener sexo casual con cualquier mujer por más bella que sea. Que cuando sienta esa unión con la mujer que amara solo la querría a ella por el resto de sus días. Nunca creyó en eso, siempre pensó que eran tonterías de románticos que no sabían nada de la vida. Cuando amó a Amelie nunca pudo probar de ella si la teoría era cierta, y con Charice.... Bueno, eso fue otra cosa. Ella le hizo creer muy enamorado cuando en realidad solo fue fascinación.
Y ahora más que probar que todos esos románticos decían la verdad con Jennifer, lo estaba disfrutando en exceso. Era adicto a ella, ya lo había admitido. No podía dejar de pensar cuando no estaban juntos en cuanto deseaba hundirse en ella en ese momento, esperando con ansias el momento de verla y de sentirla. Amaba cada instante en que le hacía el amor, desde que la veía llegar con las mejillas rojas por el sol, cuando empezaba a desnudarla y luego a recorrer su cuerpo con besos y caricias. Amaba sentirse dentro de ella, verla jadear bajo o sobre él, pedirle más. Amaba cuando ambos explotaban y ella temblaba, respiraba agitada y cerraba los ojos con una sonrisa de felicidad y satisfacción que lo hacía amarla más.
La amaba en ese momento, cuando ella subía y bajaba sobre él. Había aprendido aquello y a Orlando como le encantaba que lo haga, que lo monte. Siempre le había gustado esa apariencia aguerrida que tenía cuando montaba a su yegua, como se agitaba su cabello de un lado a otro y parecía tan fiera. Por algo la llamaba "mi guerrera", siempre la había visto de esa manera. Y con eso que hacía sobre él, tan salvaje y deliciosa, tan sensual y hermosa, sentía que iba a morir de puro placer y felicidad. Qué bien había aprendido Jen a darle placer, a encontrar lo que le gustaba. Y sabía que amaba verla sobre él moviéndose rápido, con su cuerpo hermoso luciéndose, sus senos bailando exquisitos ante sus ojos.
Cuánto la amaba, y cuánto odiaba que aquella maravilla no durara más tiempo. Estaban por llegar, y también ya se estaba haciendo tarde, no podían hacerlo de nuevo. Era la parte más triste, tener que volver a sus vidas. Ya no pudo pensar en eso cuando se corrieron y todos los temores que los invadían cuando estaban solos se fueron. Ella cayó a su lado, agitada y hermosa, con esa expresión divina. A pesar de estar él también agitado se acercó a besarla, aunque se quedara sin respiración. La atrajo, quería tenerla entre sus brazos un instante antes que tengan que volver a separarse. Le besó la frente, las mejillas y nuevamente los labios. Ella tenía los ojos cerrados mientras le daba esos tiernos besos cortos.
—Te amo tanto —le dijo ella con voz suave. Orlando sonrió, él también la amaba tanto que a veces hasta le daba miedo. Miedo sí, porque nunca había sido tan feliz y temía que todo se echara a perder de pronto. El destino nunca había sido bueno con él, siempre había tratado de conseguir lo mejor por sus propios medios, había hecho lo necesario para salir adelante e intentar ser feliz a su manera. Hace varios años cuando sucedió lo de Amelie creyó al fin que su vida podría cambiar, que sería feliz en verdad y que toda aquella tristeza de sus días pasados no sería más que eso, un recuerdo que olvidaría. Ahora también sentía que su vida al fin cambiaría, que se casaría con la mujer que amaba y todo sería maravilloso como soñaban. ¿Pero si todo se arruinaba otra vez? ¿Si una vez más las cosas se iban al demonio como siempre?
—Jen —acarició su rostro. Ella abrió los ojos, se miraron en silencio un momento. No quería pensar que todo iría mal, menos en ese momento.
—¿Pasa algo?
—Se hace tarde.
—Lo sé —contestó despacio. Aunque sabían que era hora de separarse ninguno de los dos tenía deseos de hacerlo como casi siempre. Habían varias cosas que quería decirle, tenían varias conversaciones pendientes. Y antes que se le pase aprovechó para sacar el tema en ese momento.
—Jen, sé que Joseph te dio el anillo de su madre como anillo de compromiso —ella asintió, pero apartó la mirada algo incómoda.
—No sé por qué quieres hablar de eso ahora.
—Pues porque yo no te he dado ningún anillo de compromiso.
—Oh cielo, no es necesario. Tampoco podría lucirlo, recuerda eso. Al menos no por ahora, cuando acabe todo esto del compromiso con Joseph podrás pensar en el anillo si así lo quieres.
—Tampoco tengo una joya familiar que darte, creo que el anillo de mi madre fue empeñado, la verdad nunca vi una joya en casa.
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Editado: 08.01.2020