Qué cosas tiene la vida que parece siempre dar vueltas. Que parece que las cosas se repiten como una lección. Por algo existe la frase "tropezar con la misma piedra". Quizá uno nunca aprende de los errores, y quizá si aprendemos es solo para que aparezcan otros en los que volveremos a caer. La vida da vueltas, las cosas pasan por algo. Y puede que no lo creamos del todo, pero es real. La maldad se paga, la vida te da lecciones que hacen temblar tu mundo entero.
Amanda Deschain estaba segura que todo aquello no era más que un giro en la vida de Aaron McKitrick. Ahora que sabía la historia completa no podía evitar pensar en eso. Fue él quien años antes cayó en la corrupción, cegado por la avaricia y el poder empezó a desviar fondos del gobierno, empezó a tejer redes de tráfico. Tuvo una hija, Susan. Esa fue la primera lección, porque Susan se fue con un hombre que era lo opuesto a Aaron. Él, que tanto amó a su hija, no pudo detenerla. Todo ese poder que consiguió con sus maldades no sirvió de nada cuando Susan lo abandonó por un hombre bueno e íntegro, por Roland. Y en lugar que Aaron aprendiera de eso, guardó rencor.
Perdió luego otra hija por culpa de la avaricia de su esposa. ¿Es que no lo veía? Debía de ser un hombre inteligente, ¿por qué no se daba cuenta de las cosas? La vida lo castigó quitándole a las dos hijas que amaba, y una vez más en lugar de aprender de eso, cometió una injusticia contra otro hombre. Orlando.
La vida había dado un giro otra vez, aunque uno bastante cruel, admitía. Su nieta Jennifer, una mujer muy parecida a la Susan que perdió, era víctima de su maldad y errores. Primero huérfana porque él decidió en un acto de egoísmo vengarse de Roland. Luego quedó en las garras de un hombre mentiroso, de Joseph. Un hombre que era, aunque él no lo supiera, parte de la red de corrupción y tráfico que él había creado. Para variar, Jennifer amaba al hombre que le quitó a su segunda hija, a Orlando. ¿Qué truco del destino era ese? Demasiadas coincidencias, demasiada tragedia. Y para Amanda, todo aquello era una lección de la vida para Aaron Mckitrick, a ver si de una vez aprendía.
Pero todo eso tenía que acabar pronto, tenían que ponerle un punto final y cerrar todo el ciclo. Era peligro, es cierto, pero también era necesario. Las cosas no acabarían solas, había que tomar al toro por las astas. Amanda rezó para que todo les vaya bien a Jen y Robert en Washington. Sobre todo que, pase lo que pase, esa criatura que Jen llevaba en el vientre no salga perjudicada. De lo que sí estaba segura era que si había alguien fuerte capaz de acabar con todo eso, era Jennifer. Sabía que ella se plantaría delante de su abuelo y sin temor le diría las cosas como eran, no había nada que perder. Y por el bien de todos, tenía que funcionar.
Hasta el momento todo había salido tal cual lo habían planeado. Ella no sabía mucho, pero si lo necesario para hacer su parte. Cuando esa mañana le llegó la novedad le dijo a Melinda que alistara las cosas con cuidado. No quería que otra gente vaya a enterarse, tenia que ser muy discreta. No era que no confiara en su yerno Stuart, pero al chico se le podía escapar un comentario casual por ahí y no estaban para arriesgarse.
Esa mañana, Amanda salió al patio trasero de la casona Deschain. Ahí vio a Orlando sentado al lado de Julius, jugaban con los soldados de madera que él mismo le hizo. Le sobrecogía verlos juntos, le daba una pena infinita por ese hombre. Nunca dudó que ese hijo fuera de él, no solo por el parecido físico, sino por el carácter noble del niño. Ambos eran similares, y era injusto que haya otro hombre usurpando el lugar del verdadero padre. Alguna vez aceptó a Joseph en la familia, incluso lo consideró bueno. Pero ese fue un engaño más del miserable, algo en lo que no debió caer. Lo bueno de todo era que después de ese terrible incidente durante el cumpleaños de Julius, el niño había logrado superar la rabia que sentía contra su propio padre.
Habían pasado varios días y eso logró reconciliarlos, aunque según le había contado su hija, aún no recuperaban la confianza de los viejos días. Antes el niño lo abrazada, a veces le daba besos en la mejilla, se montaba en su espalda, lo buscaba. Ahora si jugaba con él, pero aún con cierto recelo. Bueno, eso ya se recuperaría poco a poco. Tenían tiempo para eso. Cuando Julius la vio la saludó con la mano, Amanda le hizo una seña y el niño corrió hasta ella para darle un beso en la mejilla. Necesitaba decirle algo a Orlando, así que ese era el momento.
—Amor, Bertha ha hecho limonada, ¿quieres ir a tomar?
—Si, tía, iré. Orlando, ¿me esperas? —le pidió el niño. El hombre asintió, aunque se notaba que quería seguirlo.
—Voy contigo —dijo. Lo entendía, no quería separarse de su hijo. Pero en ese momento necesitaba hablar con él.
—Anda, Julius, te esperamos —insistió ella. El pequeño asintió y fue corriendo a la cocina. Cuando Orlando dio un paso para seguirlo, ella le cerró el paso.
—¿Pasa algo, señora Amanda? —preguntó extrañado.
—Tenemos que hablar, es algo rápido, pero debe ser ahora. Es importante.
—Bien, dígame.
—Joseph ha salido hoy del pueblo, creemos que va a Washigton siguiendo a Jennifer.— La sorpresa se reflejó unos segundos en el rostro del hombre, pero después del impacto solo se dedicó a asentir—. Ella tenía contemplado que algo como esto pasara, y dejó instrucciones.
—Que nos llevemos a Julius de La Perla.
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Editado: 09.04.2020