Diez horas durmiendo... No, aún no sobrepaso mi récord, debo esforzarme un poco más.
El sol se filtra por mi ventana y me da directo en la cara, mejor despertador no hay en el mundo, esperen, creo que sí, mi mamá.
Me estiro hasta más no poder creyéndome una gimnasta olímpica y voy a desayunar, todo a paso lento y ligero. Luego, sin nada que hacer subo nuevamente a mi cuarto y me tumbo en mi cama, es suave y huele a lavanda ¿cómo no dormir placenteramente en ella?
Es sábado y seguramente en la televisión están pasando películas buenas. Busco Fox y para mi suerte están trasmitiendo "Cómo entrenar a tu dragón".
Concentrada en Hipo y en Chimuelo mientras luchan contra el dragón gigante no noto la presencia de Missasar.
A menudo, una brisa fría y fresca golpea mi piel cuando él llega. Es como su modo personal de avisarme su presencia y de esa manera estar alerta.
— No tuve la dicha de ver un dragón —comenta el perchero negro que está a un rincón de mi alcoba. Un suave frío es percibido por mi piel y volteo para saludarlo.
— ¿Existieron los dragones? —pregunto incrédula.
— Sí, en mi residencia hay esqueletos de uno —responde con su gélida voz a la que ya me estoy acostumbrando. Wow, ojalá pueda llevarme allí pienso, y sonrío ante esa imposibilidad. Parece que esa residencia en los Alpes Suizos es muy interesante.
Luego de eso no conversamos sobre nada, un gran silencio nos inunda y solo me concentro en mirar la televisión y, por supuesto, disfruto de mi cama; tan placentera es, que en las veces que pestañeo siempre hay otra película que está comenzando...
Despierto bien arropada en mi cama, mi almohada está bien colocada, pero me siento muy sofocada por tener tantas mantas encima. Me libero de ellas y Missasar sigue en el mismo sitio, allí en el rincón, mirándome.
— Te acomodé allí porque la mitad de tu cuerpo estaba casi en el suelo.
Ya lo creo. Me pasa a menudo.
— Gracias —le digo y termino de acomodar mi desordenada cama.
— ¿No tienes hambre? —esa pregunta sale de mí sin pensarla. Es común preguntarle eso a mis amigas, es una costumbre para mí hacerla.
Por segunda vez, observo que el vampiro arquea sus cejas.
— No —murmura.
No le he contado que mis padres son vampiros, así que retengo en mi boca el comentario de que ellos salen todos los fines de semana a cazar a los campos vecinos.
— ¿Vamos al parque? —le pregunto para cambiar de tema.
— No, hoy está muy soleado.
Sin tener más opciones recreativas para ofrecerle a mi amigo, no me queda otra cosa que preguntarle por ellas a él mismo.
— ¿Qué te apetece hacer?
Espero una respuesta, pero él parece meditarlo mucho.
— Nada.
Agudizo mis ojos con impaciencia— ¡Por favor! ¡Algo debes querer! ¿Video juegos, tal vez? Te ves joven ¿Cuántos años tienes?
— Tengo poco más de dos centurias.
Abro mis ojos como platos— ¡Doscientos años! ¡Por Dios! Tanto tiempo. ¡Habrás visto muchas cosas!
— Pasé la mayor parte del tiempo en mi residencia. Solo salía por meses y luego volvía.
— Tanto tiempo y no viste nada... —susurro mirando hacia un lado— ¡No importa! ¡Ahora puedes ir y salir al mundo! —proclamo con la intención de animarlo.
— No me gusta salir.
— ¡Holgazán! —Reprocho— Debes aprovechar tu condición de vampiro. ¡Sal y vuela!
— Nosotros no tenemos alas...
— ¿Acaso me contradecirás en todo? —reclamo con los brazos en mi cintura.
— Lo siento, no quería ser grosero —se disculpa desviando por primera vez su mirada— Haré lo que tú quieras entonces.
Sintiéndome optimista y victoriosa doy un saltito en mi mismo sitio y sonrío— ¡Bien! ¡Vamos a jugar videojuegos!
No contaba con que mis padres vinieran tan pronto. La puerta se cierra con fuerza y la voz de mi madre pronunciando mi nombre hace eco en toda la casa frustrando mis planes con el vampiro.
— ¡Querida! ¡Llegamos!
Miro con sorpresa y temor a Missasar. Cojo sus brazos, los aprieto con fuerza, aunque él parece no sentirla.
— Escóndete —le susurro alterada.
— Si me desvanezco ahora, tus padres notarán que estoy aquí —confiesa con total calma, la cual deseo tener.
Desesperada, lo empujo para que entre debajo de mi cama, pero luego pienso que eso sería muy descortés de mi parte obligarlo a permanecer allí.
— ¡Mejor, quédate aquí y no salgas! —le digo para que se quede en mi habitación mientras yo bajo antes de que mis padres suban aquí.
Bajo corriendo y papá me recibe en el primer escalón, ya estaba a punto de ir a verme.
Me envuelve en un abrazo y besa mi frente, siempre está frío, pero sus gestos, la dulzura de su actuar, siempre me trasmite calidez.
— ¿Cómo estás? ¿Te sorprende que regresáramos más temprano? —pregunta con una gran sonrisa.
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Editado: 25.03.2019