Manejo a gran velocidad, tengo suerte de que ningún patrullero me ha visto, sino hubiesen sido un molesto obstáculo. Debo voltear antes de la intersección de la avenida para salir por un atajo que me lleva directo al Colegio, pero a partir de las cinco es como si los conductores tuvieran un pacto de transitar en fila por aquí, hay mucho tráfico a estas horas.
Veo delante de mí las luces rojas de los carros que al igual que yo aguardan con impaciencia para seguir su camino. Un señor que monta un escarabajo rojo pita consecutivamente, con eso pensará que hace porras para animar al semáforo a que cambie más rápido a verde. Pero el sonido no hace más que fastidiarnos a todos.
Por fin me libero de tan pesado trayecto y presiono fuerte el acelerador para ir a encontrar a esos quisquillosos chicos.
Estaciono como sea el auto y no me percato si aseguro las puertas. Apuro mis piernas y corro rápidamente. La bufanda me asfixia y a pesar de la humedad del campo, me la quito y mi garganta queda desprotegida.
Si no me equivoco ya deben ser las seis de la tarde, el sol ya se está ocultando y no veo alumnos por el lugar. Solo los integrantes de los clubes de deportes tienen el ánimo o deber de venir un fin de semana aquí y de ellos no veo ni sus luces, sus clases ya debieron haber terminado.
Rodeo el coliseo porque escucho un fuerte estruendo como si un látigo hubiese sido lanzado con mucha furia. Mis pasos se vuelven más cortos y lentos, lo contrario a mi corazón que está acelerándose a gran ritmo.
Me asomo, con cuidado, estas situaciones requieren que me prepare psicológicamente. Paso saliva hacia mi seca garganta y en un salto quedo de frente hacia el verde horizonte. No me asombro por Missasar, ni por Sebastián o mi padre, hay algo más que capta mi atención. Una persona o una criatura -o como pueda llamarse a ese ser- está tirado de costado en el gras y parece gemir de dolor.
Las miradas voltean hacia mí rápidamente y la criatura se incorpora lanzando un gruñido que parece de un león o un oso o un perro, no puedo diferenciar ese sonido. También gira hacia mí y de esa manera puedo verlo mejor.
Desgarradores colmillos protuberan de su boca, los vellos de sus brazos y de su pecho lo cubren casi completamente. Su cabello castaño se ve largo y enmarañado y puedo apreciar unas orejas peludas que terminan en puntas y solo esa parte se puede ver entre tanta cabellera. De sus grandes manos unas largas garras gritan 'peligro', pero el rostro está tan asustado como el de un pequeño cachorro.
- Eliot... -susurro entre dientes al reconocer a ese peludo joven. Junto mis cejas con tristeza, él parece escucharme y con una rapidez sobrehumana corre hasta llegar a donde los árboles son protegidos por toda la oscuridad.
Los vampiros llegan en un segundo hacia mí. Papá me mira con esperado regaño al igual que Missasar. Desvío mi mirada para no sentirme tan incómoda y culpable, sé que lo desobedecí, pero no podía quedarme quieta si mis amigos se iban a enfrentar.
Sebastián tiene moretones en su rostro y su cara de impotencia y de pocos amigos me hace intuir que la pelea si se ha llevado a cabo.
- ¿Qué te he dicho, Riley? -reprocha mi padre con los brazos cruzados.
- Que vaya... a casa... -murmuro mirando a todos lados menos hacia él.
- ¿Y por qué no lo hiciste? -Cuestiona.
- Porque pensé que los problemas de Sebastián involucraban a Eliot... Y no estaba equivocada. ¿Por qué está así? ¡¿No me digas que lo mordió?! -exclamo a la defensiva.
Missasar hace un movimiento ligero con su cabeza, papá al instante me carga en sus brazos y en un abrir y cerrar de ojos me encuentro en el auto y cada uno ya ocupa un lugar en los asientos.
Papá maneja en silencio, Missasar está en el asiento del copiloto y yo voy atrás con Sebastián.
- ¿Qué ha pasado? -susurro al confundido vampiro que no aparta su ceño fruncido del reflejo de la ventana.
- ¿No lo vistes? -Espeta- Finnegan resultó no ser un cobarde nerd.
- Nunca he creído que él era un cobarde -aseguro con irritación por su manera tan agresiva de hablarme, pensé que habíamos mejorado en nuestra 'relación'.
- ¡Pues, yo nunca hubiera creído que él era un hombre lobo! -bufa.
- ¡Eso es un hombre lobo! -chillo sorprendida por su confesión.
- No, él es mitad licántropo. Por eso su transformación es incompleta y además está en la pubertad de su desarrollo -comenta Missasar.
- Será mejor que no lo frecuentes más, Riley -agrega mi padre-. Ahora él sabe de nosotros y de ti. Puede ser peligroso. Nosotros debemos tener el mínimo contacto con licántropos, es prioridad evitarlos.
- Una de las funciones del Principado también es controlar las interacciones entre los vampiros y los Hombres Lobo. Las peleas están prohibidas y hoy uno de ellos ha atacado a un neosere -dice Missasar.
- Aunque detuvimos la pelea, nada garantiza que los Licántropos no puedan enterarse de este incidente o el Principado. Somos enemigos naturales e involucrarse con los mandos es muy problemático -sentencia mi padre.
Yo objeto, alegando que Eliot no atacó a Sebastián por ser un vampiro, él estaba enamorado de Anavett, su duelo nada más representaba la forma de cómo él tiene de deshacerse de ese dolor que le consume por perder a alguien por culpa de otra persona, lo entiendo, lo sentí, solo que yo no podía hacer nada, Missasar se encargó se eso.
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Editado: 25.03.2019