Riley
Todo mi cuerpo se estremece, cada beso, cada caricia me hace sentir cosas tan extrañas que no sé cómo explicarlas. Nunca las he sentido. Me asusta, pero no me disgusta.
Missasar sigue sobre mí y yo como un manso conejito ya no ejerzo ninguna resistencia. Mi corazón está acelerado y se exalta aún más cuando siento que él deja sus caricias y comienza a tocarme en los lugares que mi madre me dijo que estaban prohibidos hasta que esté casada. Él trata de bajar mis pantalones y son tan delgados que eso no es trabajo difícil.
Absorta en él como lo estoy, observo sus lujuriosos ojos y me estremezco ante ellos. Me asusto nuevamente, y eso me hace reaccionar. No parecen los ojos de Missasar y recién, ahora, por esa minúscula diferencia en sus ellos, ejerzo inesperada resistencia sacando fuerzas de la poca parte concienzuda que aún me queda.
— Para —le ordeno—...Suélta...me
De la nada siento una fría ráfaga atravesar mi cuarto y todo el peso que sentía sobre mí es arrojado furiosamente contra la pared. Veo a duras penas el cuerpo de Missasar en el suelo y los trozos de mi estante colgante hecho trizas debajo de él.
¿Qué ha pasado?
Retrocedo sobre mi cama teniendo, ahora, plena movilidad de mi cuerpo y, sentada, me acurruco tomando mis piernas entre mis brazos.
El ruido provocado por el impacto fue espantoso y atronador; ello alarma a los demás miembros de mi familia.
La luz se enciende provocando que mis ojos sufran un golpe de sensibilidad que me obliga a parpadear dolorosamente varias veces. Luego de que las sombras se han apartado de mis ojos, agudizo mi mirada y observo a mi padre junto al interruptor de la luz, muy perturbado y a su lado a Missasar y, aún en el suelo, junto a los trozos de madera, a otro Missasar.
¡Tengo a dos Missasares frente a mis ojos!
¿Qué es esto? ¿Ahora él también puede hacer clones de sí mismo?
— ¿Qué pasó aquí? —pregunta mi padre con enojo.
Balbuceo unas palabras sin sentido ni lugar ya que no puedo explicarlo tampoco. No le puedo decir que me estuve besuqueando con Missasar y luego otro Missasar vino y lo arrojó contra la pared.
— ¡Jamás toques a Riley! —espeta Missasar, el que está de pie y con los ojos en llamas, rojos como la sangre. Frunce su ceño y aprieta fuertemente sus puños como si quisiera lanzarse sobre el otro Missasar y mordelo. Pura rabia emana de él.
Mi padre me mira con las cejas fruncidas esperando una explicación, yo levanto mi mano y señalo con mi dedo índice a los dos Missares y repito ese movimiento en un vaivén con sucesivos balbuceos inconclusos. Por reflejo, avergonzada, me cubro con las sábanas todo mi cuerpo y recordando de un golpe las cosas indecorosas que estuve haciendo, me sonrojo.
El Missasar, el que está en el suelo, lentamente se levanta. Ahora puedo observar que viste de forma distinta a la del Missasar que veo a diario. Tiene una vestimenta un tanto estrepitosa que lograr unir los tiempos antiguos con los actuales: una gabardina color rojo eléctrico con un cuello cubierto de un acabado de piel de peluche que varía entre negro y blanco, sus pantalones son negros y apretados (como usan los adolescentes y los llaman pitillos) y sus zapatos de charol lucen relucientes y elegantes que estarían perfectos para asistir a una fiesta de gala.
Alza su rostro y puedo ver en él una sonrisa pícara y desinhibida. Jamás Missasar haría esa cara tan vulgar. Algo aquí está mal.
— Calma, calma, amigo —dice con una voz despreocupada. Y se acerca a él caminando a pasos seguros, pero desequilibrados, Missasar no camina así. Él lo hace con elegancia y firmeza como un semental de la sangre más fina— ¿Tanto tiempo sin vernos y así me recibes? —Cuestiona— ¿Con un golpe a mis espaldas? Te has vuelto más rudo y salvaje, Idris de la casa de Missasar.
— ¿Para qué has venido? —pregunta Missasar cuadrándose retadoramente frente a frente a su reflejo. Ambos son iguales físicamente, pero por su comportamiento ahora sé quién es realmente mi amigo.
El de la gabardina roja arquea sus cejas y observa con divertidos y misteriosos ojos mi habitación— Vine a visitarte —responde con un despectivo tono y de pronto su aspecto cambia. La máscara se diluye y, ahora, frente a mí hay un tipo de cabellera rubia, tan amarilla como pintan al sol y sus largas pestañas vuelan sobre sus ojos color gris. Este ser no es humano. Todo en él es perfecto, atractivo, cegador, me atrae, de él emana poder, uno muy abrumador.
Me espanto al pensar que este tipo fue quién me besó. ¡¿Cómo no pude darme cuenta que no era Missasar?! Hice algo horrible con un desconocido y mi cuerpo aún sigue vibrando, pero no por el deseo sino por la cólera y frustración que siento por caer tan bajo.
Pasaran años para que vuelva a mirar sin culpa a Missasar.
Esta escena se pone cada vez más intrincada e incómoda.
— ¿Visitarme? ¡Qué ridículo! Dime la verdad, ¿cuál es el motivo que te ha traído desde tan lejos hasta aquí? —cuestiona Missasar no dejando de mantener su penetrante mirada en los ojos de aquel rubio y desconocido personaje que muestra una burlona e indiferente expresión como si disfrutara ver tan ofuscado a mi amigo.
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Editado: 25.03.2019