La predicción de Madame Clarice

Capítulo 58.

Agatha.

-Perdóname, perdóname Tata, - María voló hacia mí con lágrimas en los ojos. - Aunque no tengo perdón. Dios, ¡¿qué abominación soy?! Te calumnié, robé el dinero y casi llevé a nuestro padre a la muerte. ¡No hay perdón para mí, si papá no sobrevive! ¡Todo esto es por mi culpa! Resulté ser una mala hermana y una hija asquerosa.

La miré y la abracé. ¿Qué importaba ahora su traición? Ahora no teníamos tiempo para pequeñas disputas. Bueno, ella me calumnió, ¿y qué? Sus mentiras no me harían sentir ni bien ni mal. Yo misma decidí irme de casa, porque hice una estupidez. Quedarme en un pueblo pequeño, donde casi todos los perros me conocen no sólo de vista, sino también por el nombre, es como ponerme voluntariamente una "Estrella de David" en la Alemania nazi. Todos, sin excepción, me señalarían con el dedo y, peor aún, llamarían bastarda a Botoncito. Éste fue precisamente el mayor incentivo para la no muy bien planeada “fuga” de la casa de mi padre.

Me escapé a un lugar donde todo era diferente: personas diferentes, puntos de vista diferentes sobre las mismas cosas, ideas completamente diferentes sobre la misma moral y valores de vida. Quizás, si María no me hubiera culpado por el dinero desaparecido, papá me habría perdonado antes. Pero... entonces no habría conocido a Alba, no habría sido auxiliar de enfermería, no habría conseguido un buen trabajo con prospectos para un futuro. Mi vida no sería como es ahora. Y ahora estaba muy feliz, por que en ella apareció Fernando.

¿Y María? Tuvo que abandonar su vida en la ciudad y regresar al pueblo. Intentó salvar nuestro negocio, reemplazó al padre en el mando y trabajó duro todos los días. “No, María, si hizo esa mezquindad, la pagó íntegramente”. - Pensé y le dije a mi hermana que papá se había operado, todo salió bien y era mejor así, porque no la retrasaran.

- ¿Esto es cierto? ¿No me estás engañando? - María me miró incrédula. – ¡Gracias a Dios! Cuando me enteré de que papá estaba en el hospital, pensaba que va a morir e hice la promesa de ir a un convento. Rezaré por ti y por Stella y pediré perdón por mis pecados.

Miré a lo lejos del pasillo, donde dos hombres estaban de pie y hablando de algo.

- ¿Le preguntaste? - Señalé con la cabeza a Robert Fitz.

Se volvió y miró también a los hombres, suspiró y dijo en voz baja:

- ¡Todo es gracias a él! Él es mi demonio particular. Lo dejé, cuando papá dijo que estaba enfermo de cáncer, y ayer otra vez...

- Nunca hubiera pensado que estabas con Robert, - sonreí. - Él, por supuesto, se ve muy bien para su edad, pero aun así es mucho mayor que tú.

María volvió a suspirar profundamente.

- Nuestro padre lo rechazó por el mismo motivo. Pero me enamoré de Robert perdidamente, cuando aún era una niña. De aquella él visitaba a nuestro padre por negocios.

- ¡¿Entonces por eso siempre te escondías de él?! - exclamé. – ¡Vaya! Fui estúpida y pensé que odiabas a Robert después de que te regaló un muñeco para tu decimosexto cumpleaños.

- Sí. Él no me prestaba atención entonces, pensó que yo era tan pequeña como tú y Stella… - dijo, pero inmediatamente cambió del tema y preguntó:  - ¿También llamaste a Stella?

- Sí. Pero su teléfono estaba apagado, así que sólo le dejé un mensaje. - Respondí.

El hecho de que la segunda hermana no me respondiera fue aún mejor para mí. No lo sé, pero de alguna manera me resultaría difícil hablar con ella. Sentí demasiado dolor después de su confesión. No tenía idea de que ella tuviera tales problemas. Nadie en la casa hablaba de este tema, y ​​el hecho de que la llevaran a menudo a los médicos no me sorprendía mucho, ya que sabía que después de aquel huracán Stella estuvo gravemente enferma durante mucho tiempo. El pensamiento idiota, que podría sentir yo, si tal vez no hubiera tenido a Botoncito, me hozo estremecer y desapareció inmediatamente de mi cabeza. No podría ni pensar en eso.

- ¿Sabías que Stella no puede tener hijos? - Le pregunté a María.

- Sí. Papá me lo dijo, cuando Stella se casó con Sam. Todo es triste, pero aparentemente ese es su destino.

- ¡Resulta que ella nos odiaba a todos durante tanto tiempo por esto!

- No lo creo. Ella dijo esto apresuradamente. - María intentó justificarla. - Simplemente no quería admitir lo del dinero.

- ¿Por qué los necesitaba?

- ¿No lo sé? - mi hermana se encogió de hombros. - Papá les dio un millón para su boda, por eso me obligo a vender nuestro acopio de forraje a bajo precio y con eso nos complicamos la vida. Los padres de Sam le ayudaron con el negocio y aparentemente no tenían la necesidad. Incluso año pasado nos prestaron el dinero.

- Es extraño, - dije, tratando de encontrar la razón.

- ¡Lo que extraño, es que Sam se haya casado con ella! - exclamó María. – Recuerdo, que Sam ha estado persiguiéndote a ti desde la escuela. ¿Cómo lo convenció Stella para casarse?

- No lo sé y no me interesa. Conocí a Fernando. - Sonreí recordando cómo ayer me consoló, me protegió de mí misma y me llamó su futura esposa.

- ¡Me alegro mucho por ti, Agatha! A primera vista queda claro que Fernando es una persona muy buena, honesta y fiable.

- No lo sabes bien, - me sonreí, recordando lo de ayer.

- Quizás deberías haber huido de casa para encontrar tu felicidad.

- Tal vez.

En ese momento Alba salió de la sala de cuidados intensivos. Por su rostro inmediatamente me di cuenta de que todo estaba bien con papá y que no había de qué preocuparse.

-De todos modos, no dejarán entrar a nadie hasta la tarde. – dijo mi amiga. - Vamos a casa.

- ¿Estas cansada? Vámonos. – estuve de acuerdo.

Pero nadie tuvo tiempo de irse a ningún lado, ya que por el pasillo se escuchó el grito de alegría de mi hija. Lydia, completamente agotada por la espera de noticias, no pudo soportar la angustia y fue al hospital. Elisa y Botoncito no querían quedarse solas en casa y también vinieron con ella. Robert tuvo la amabilidad de invitarnos a todos a su apartamento de la ciudad a almorzar, porque ya era la hora. María intentó negarse y quedarse en el hospital a esperar que nuestro padre recobrara el sentido después de la anestesia, pero Alba la convenció de la estupidez de tal decisión.




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