La primera dama de Villa Torrente

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Paloma sentía como el viento golpeaba su rostro, animándola a seguir con la cabalgata a pesar del cansancio que intentaba doblegar su cuerpo. Se preguntaba si habría sido mejor dedicarse como las otras niñas a aprender los artes caseros y prepararse para conseguir un esposo, pero su pregunta tenía una respuesta inmediata al sentir el placer de dominar al caballo y poder escapar sobre su lomo hacia distintos destinos. Mientras las futuras mujeres de La Rosana levantaban la aguja en cada puntada de sus bordados, Paloma hacía lo mismo con cada arma que le pasaba su padre, logrando su objetivo con la misma precisión que aquellas damiselas.

Francisco Montemayor no soportaba la negligencia y se había empeñado en que su hija tuviera el entrenamiento propio de cualquier militar a su cargo. El general Montemayor sentía una gran responsabilidad como padre, más aún tras la muerte de su esposa, quien hizo su mayor esfuerzo para dar a luz, falleciendo minutos después del nacimiento de la pequeña. Al no tener un hijo varón y haber decidido no casarse de nuevo, se refugió en la compañía de su hija, entrenándola en secreto con sus mejores tácticas. La complicidad era mutua y los años de entrenamiento forjaron a una señorita fuerte, decidida y voluntariosa que sorprendía a su padre con sus habilidades. Sin embargo, el general enfermó gravemente y para asegurarse del bienestar y futuro de su hija, la encomendó a su mejor amigo, dándole la potestad sobre su fortuna y cuidado.

En la última escena, Paloma se despedía de su padre inclinada sobre su lecho de muerte. Con lágrimas en su rostro, le daba el último adiós tras haberle hecho una promesa y recibir de sus manos aquella pulsera que era de su madre, la cual le pidió conservar como un tesoro. Abrió los ojos con la nostalgia que emanaba de sí cada vez que recordaba a su padre, agradeciendo todo lo que había hecho por ella y deseando con el fuego vivo en su corazón, tener éxito en toda esa lucha que había emprendido, así eso implicará romper su promesa.

Esa misma noche en la que Paloma se sumergía en sus recuerdos, Felipe Torrealba daba vueltas en su cama sudoroso e inquieto con una pesadilla que invadía como una plaga la tranquilidad de su sueño. Veía a Paloma en el riachuelo deleitándolo con una danza de manera coqueta y seductora, su risa estruendosa hacía eco con el viento y sus brazos rodeaban su cuerpo de una manera afectuosa buscando su boca, tras haberse levantado la tela que cubría su rostro para dejar a la vista sus labios. Él respondía atraído, inclinando su cuerpo para corresponder al deseo de su jinete, pero de repente, sentía un disparo en el pecho y caía de espalda sobre la hierba. Paloma de pie ante su cuerpo caído, se reía con la satisfacción propia del objetivo logrado, su cuerpo emanaba un aura de fuego y sus ojos eran un par de llamaradas vivas y latentes. Finalmente, se montaba sobre el lomo de Torpedo y huía dejándolo allí agonizante.

Felipe despertó aterrorizado ante esa pesadilla que se había repetido en las últimas noches, pensando en si era el reflejo de un temor creciente hacia Paloma o la manifestación de otros sentimientos que sabía le estaban prohibidos hacia la enemiga de su padre. Se sintió desanimado a sabiendas que debía continuar con la misión asignada y que su deber como hijo del general era atrapar a la verdugo de Villa Torrente.

Al día siguiente, cuando bajó a la sala, su padre lo abrazó notando que su hijo tenía un semblante diferente, era evidente su cansancio y preocupación y eso no le agradaba. Pensó momentáneamente en si había colocado sobre sus hombros una carga muy pesada al asignarle la misión de atrapar a Paloma, pero consideró que era necesario para que su hijo asumiera las responsabilidades propias como su primogénito y único heredero.

-Tendremos una fiesta de máscaras, será en la casa de una de las personas más prestantes de Villa Torrente-dijo el general con intención de subir el ánimo de su hijo-hemos sido invitados y es una buena oportunidad para que conozcas a las señoritas de la villa. He estado al tanto de tus amoríos que no han sido pocos, pero ya es hora que sientes cabeza y consigas a una mujer que sea tu compañera y con la que puedas formar una familia. Recuerda que eres mi heredero y como tal debes comportarte.

Lejos de animarle la noticia, Felipe se sintió sofocado con la idea de una fiesta. No creía que fuera el momento para ser el centro de atención como lo pretendía su padre y mucho menos para buscar pareja. A la única mujer que le interesaba descubrirle el rostro y el alma era a Paloma, pero obviamente a su padre le decepcionaría saberlo. De repente, Aquileo irrumpió en la sala de una manera impetuosa, rompiendo con todos los protocolos.

- ¡Señor, señor!, ha llegado su caballo. Ya lo han traído, Torpedo está ingresando en este momento a las caballerizas y luce totalmente saludable y fuerte-gritó el soldado con todo el entusiasmo que sabía le causaría a Felipe la noticia.

El general estaba a punto de reprimir a Aquileo por su atrevimiento, pero al ver como se había transformado el rostro de su hijo ante la llegada de Torpedo, desistió de regañar al soldado. Felipe amaba a su caballo, y ese amor era correspondido por el animal, el cual tenía una similitud de carácter con su amo, siendo rebelde y arisco, al punto que nadie más aparte del propio Felipe había podido montarlo hasta ese momento. Imaginaba la tediosa tarea que había implicado el transportarlo desde Villa Flor, pero agradecía que estuviera allí por la felicidad que le inspiraba a su hijo y por lo útil que le sería en la tarea de atrapar a Paloma.

Sebastián, quien estaba presente en la sala de una forma sigilosa e imperceptible, había escuchado la conversación del general con Felipe y le pareció que la fiesta de máscaras sería una oportunidad que podrían aprovechar para relacionarse con los habitantes de Villa Torrente y obtener alguna información útil, y porque no divertirse un rato. Salió de inmediato a buscar a Paloma para contárselo.



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En el texto hay: romanticismo, aventura

Editado: 30.03.2023

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