La primera dama de Villa Torrente

9

Sobre las tres de la tarde el gobernador Gerardo Marroquín llegaba a su casa totalmente descompuesto, ciertamente Paloma y sus secuaces tenían más información de la que él había considerado hasta ese momento. Todos los títulos de propiedad que estaban en su poder habían sido hurtados de su oficina por aquella endiablada pesadilla personificada en forma de mujer, que parecía querer consumirlo hasta que de él no quedarán sino solo cenizas. Había sido informado en horas de la mañana de lo sucedido, sin comprender como la ladrona había ingresado sin despertar la más mínima sospecha. Su nerviosismo le condujo a la sala en busca de la botella que tenía guardada en una gaveta y que había reservado para una ocasión especial, tomando dos tragos a fondo de la misma como un sediento ansioso e insaciable.

Sería su fin si todos esos títulos llegaban a las manos de sus dueños, ya que corría el riesgo de perder las tierras desalojadas y el poder para seguir sometiendo a aquellos que se veían obligados a ceder ante sus chantajes y exigencias. Reconocía al saborear su trago que Paloma le había dado un golpe certero e inesperado, pero eso avivaba aún más su deseo de someterla a un castigo que le hiciera pagar todas las molestias causadas hasta ese momento. Ahora solo tenía que asegurarse de esconder muy bien los títulos de las propiedades de Angélica, se sentía aliviado de no haberlos almacenado en el mismo lugar de los documentos hurtados, pero ante lo sucedido no podía confiarse.

Los títulos robados eran insignificantes ante la fortuna de su esposa, quien al ser tan tonta no se atrevería nunca a reclamarle nada, pero sabía que, si esos documentos caían en manos de Paloma, las cosas podrían ser diferentes. En el fondo admitía para sí mismo que a pesar de la furia que desataba esa mujer con las acciones en su contra, era innegable la atracción que le despertaba por esa altivez, seguridad y el fuego ardiente que de ella emanaba y que en algunas de sus noches había deseado le consumiera hasta lo más profundo de su ser.

Sin embargo, sus prioridades económicas no le permitirían ceder ante Paloma y ahora más que nunca, tenía que mantenerse enfocado en sus objetivos sin que esta mujer le desviara del camino que se había trazado y mucho menos le ganara la partida. Solo tenía que dejar pasar los días para que llegara lo inevitable, todos sus deudores se burlarían en su cara por su derrota, pero él se las ingeniaría como siempre para retomar el control de la situación.

Se mantuvo sentado en la sala cavilando cuidadosamente sobre la decisión que debía tomar, pero ya había bebido la botella completa y el licor fluyendo en sus venas como un río de lava hirviente, reavivó la furia haciendo que la calma que había mantenido hasta ese momento se esfumara, explotando en un estallido de golpes contra todo lo que se atravesara ante su presencia. Angélica asustada ante los gritos de su esposo bajó corriendo a la sala, encontrando a aquel hombre iracundo con el cabello despeinado, un vivo gesto de desesperación en su rostro y una mirada de furia que no le había visto antes.

- ¡Tú eres la culpable! -le gritó Gerardo señalándola con el índice y acercándose con una actitud peligrosa- me has destruido, me has robado y quieres humillarme ante todos-terminó de decir tambaleante.

-Tranquilo, debes descansar, has bebido demasiado-le dijo Angélica con su tono suave y sumiso.

Gerardo Marroquín miraba a su esposa dubitativamente, intentando enfocar aquella figura borrosa y encontrando frente de sí a Paloma. Su odio y pasión por esa mujer estaba en una etapa creciente, al punto que en ese momento imaginaba a Paloma en el rostro y cuerpo de Angélica. Su esposa intentó inútilmente llevarlo a descansar haciendo esfuerzos infructuosos para conducirlo a la habitación, pero Gerardo superaba su fuerza. De repente el gobernador la tomó de los hombros y mirándola a los ojos de manera amenazante, comenzó a sacudirla fuertemente diciéndole toda clase de palabras humillantes. Mientras las lágrimas se deslizaban por el rostro de Angélica y un escalofrío recorría su cuerpo ante lo inevitable, Gerardo levantó su mano golpeando la mejilla de su esposa con una bofetada brutal, de manera tal que ella terminó en el suelo.

Al instante que Angélica caía, Felipe entraba a la sala encontrándose con la desagradable escena. El gobernador envalentonado intentó agarrar nuevamente a Angélica del cabello para continuar con la agresión que le ayudaba a desahogar toda la frustración contenida, imaginando en aquella mujer a su peor enemiga. Sin embargo, Felipe se interpuso para proteger a Angélica, empujando simultáneamente al gobernador para que se alejase de ella.

-Así sea su esposa, no voy a permitir que la siga golpeando y menos en mi presencia-advirtió Felipe molesto no solo con el comportamiento del gobernador, sino consigo mismo al verse reflejado en él como un miserable recordando el momento en el cual había perdido la cordura intentando atacar a Paloma. Para él era una situación intolerable, ya que de niño había visto varias veces a su madre llorando por los maltratos recibidos por parte del general Torrealba. En esos momentos, Felipe la consolaba mientras limpiaba sus lágrimas y la abrazaba hasta quedarse dormido en su regazo.

Angélica aprovechó la intervención oportuna de Felipe y salió de la sala sintiendo la mejilla caliente y la dignidad pisoteada. Simuló subir la escalera, pero la visita inesperada de Felipe despertó su curiosidad y decidió espiar a las dos fieras que se debatían allí.

-Usted no tiene ninguna potestad para intervenir en los asuntos de mi casa-gritó Gerardo con su aliento alicorado y mirando a Felipe de manera despectiva.



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En el texto hay: romanticismo, aventura

Editado: 30.03.2023

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