Mael aparentaba siempre ser una persona reservada, paseando por los pasillos del palacio en silencio y en completa calma, como si tuviera todo resuelto, pero cuando sus barreras estaban tambaleantes acudía a mí, en donde encontraba alguien con quien poder hablar sin restricciones de todo aquello que lo aquejaba. Aquella noche la pasó en mis aposentos, sentados en el piso del balcón, apreciando la luna mientras platicamos. Me contó del peso que sentía sobre sus hombros y su temor de defraudar a su padre al no cumplir con sus expectativas.
Entendía lo difícil que era para él tomar una responsabilidad tan grande y que de vez en cuando pensara en rendirse, pero cada que la idea cruzaba por su mente le recordaba lo bueno que era en su papel de Príncipe y el excelente Rey que sería en el futuro, animándolo a nunca darse por vencido. Hubo un momento en el que no fueron necesarias las palabras y supe que no solo ocupaba de mis consejos, sino también de mi compañía. Recostada en su pecho observamos las estrellas en el silencio de la madrugada. El cielo nos regalaba un hermoso espectáculo al mostrarnos sus soles mas brillantes y una gran luna sonriente. Cuando el sol amenazó con hacerse presente mi prometido se levantó, disculpándose por no haberme dejado dormir, pero supe que el desvelo había valido la pena. Mael me necesitaba y aunque no hubiéramos hablado todo el tiempo, estar ahí para él fue más que suficiente, lo vi en su mirada envuelta en calma cuando se marchó, después de abrazarme diciéndome que me amaba.
Estaba segura de que le iría bien en su viaje, porque si alguien podía lograr la paz y la unión entre ambos reinos ese era el Príncipe Mael.
—¿En que tanto piensas? —La voz de Briana y su interrogante mirada en el reflejo de mi espejo me llevaron al presente.
—En su Alteza. —Una sonrisa se asomó en la comisura de sus labios, bajando la mirada al trenzado que realizaba a mi cabellera— No quisiera que se fuera —ahora quien bajó la mirada fui yo. Simplemente no podía concebir ese tiempo lejos de él y al cuidado del insufrible de Kenneth, quien apenas me llevaba cinco años, pero se creía el hombre más sabio que hubiera pisado la tierra y resultaba ser el más engreído.
—No se ira por mucho tiempo y tú tendrás en que entretenerte mientras tanto —sonrió. El tema de la boda traía vueltos locos a todos en el palacio, siendo todavía la noticia del momento.
Media sonrisa fue mi respuesta, desviando la vista al tiempo que soltaba un suspiro de resignación.
Apenas tocaron a mi puerta me incorporé de un salto y mi acompañante se adelantó a abrir. El Príncipe se veía igual de apuesto que siempre, saludándome con su radiante sonrisa traviesa, esa que acostumbraba a usar cada que planeaba algo.
Briana se reverenció, mientras Mael pasaba a su lado sin siquiera notar su presencia al tener los ojos puestos en mí.
—Hoy te ves especialmente hermosa —me alagó, reverenciándose.
—Y usted muy apuesto su Alteza. Que fortuna que ninguna doncella viajé en su barco o temería ponerme celosa —bromeé, provocándole una sonrisa aún más grande.
—Mis ojos solo podrían apreciar su belleza, se lo aseguro —caballerosamente me ofreció su brazo para que lo acompañara.
Lo miré sonriendo al tomar su brazo, dispuesta a disfrutar de nuestras ultimas horas juntos. Ese día que tanto había querido que se retrasara llegó más pronto de lo que pensé y ahora teníamos el tiempo contado antes de que se fuera.
Nos dirigimos a los establos, eligiendo a nuestros mejores caballos para una cabalgata. Me trepé en Luna y Mael en Tormenta, con la intención de jugar un par de carreras, unas en las que gané la mitad, quedando en un empate que me reusaba a aceptar.
—Cuando regrese podrás pedirme la revancha, pero ahora se hace tarde. Acompáñame a desayunar —me convenció y cabalgamos a paso normal hasta un espacio en el jardín en donde comúnmente merendábamos rodeados de verdes arbustos y coloridas valerianas rojas. Un sirviente ya nos esperaba con una bandeja de bebidas frescas.
—Tenías todo planeado ¿cierto? —pregunté con agitación acomodando mi caballo, tomando un jugo que no tardaron en ofrecerme.
—No quiero perder ni un segundo de tu compañía —bajó de Tormenta, acariciándolo con gran aprecio.
Terminando de beber le regresé el vaso al hombre, agradeciéndole por sus atenciones.
—¿Todavía puedes decir que no iras? —pedí con voz infantil, haciéndole ojitos tristes para que lo considerara, provocándole una carcajada que me hizo voltear los ojos, para reírme después.
—Te extrañare —confesó acercándose para ayudarme a bajar.
—Yo también extrañare a mi mejor amigo. Será difícil estar aquí sin ti y nuestro padre —dije mientras me tomaba de la cintura y en lugar de bajarme me daba un par de vueltas en el aire, haciéndome reír.
—Mi bella prometida —dijo como un mantra.
—¡Ya bájame! —exigí riéndome sin molestia alguna, notando la mirada del sirviente. Para Mael ellos eran mera decoración de la casa, ignorándolos siempre que podía, pero yo opinaba diferente, preocupándome por lo que pensaban de nuestro comportamiento nada apropiado.
Por fin me bajo lentamente, poniendo con cuidado mis pies en la tierra, tomándome por sorpresa cuando sus labios buscaron los míos en un profundo y sorpresivo beso. Mi boca no tardó en adaptarse a la suya, mientras mis manos buscaron sus mejillas.
Nuestro beso se vio interrumpido cuando la cristalería se escuchó romperse en el suelo, salpicando mi vestido. Ambos nos separamos siguiendo el sonido, encontrando a Briana con la boca abierta y sus temblorosas manos sosteniendo una bandeja cuyo contenido yacía en el suelo, incapaz de hablarnos bajó la mirada apenada con sus mejillas tiñéndose rosadas.
—Bri, déjame ayudarte —ofrecí amablemente, pero la mano de mi prometido en mi cintura me frenó.
—Discúlpenme Altezas —se agachó apenada a recoger los fragmentos de lo que antes era una jarra.
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Editado: 06.01.2023