La princesa de repuesto

Capítulo 6. Atisbos del pasado

La princesa Jade se despertó durante la madrugada, sintiéndose agitada por el sueño que acababa de tener.

Soñó que ella y su hermana estaban jugando en el patio del palacio, como lo hacían de niñas. De pronto, caía una lluvia de sangre y la princesa heredera, cuyos ojos comenzaron a oscurecerse, le dijo:

– Dijiste que me amabas, pero terminaste destruyéndome. ¿Qué hice mal para que me odiaras tanto?

– ¡No! ¡Yo nunca te lastimaría, hermana! – sollozó Jade - ¡Por favor, perdóname!

– ¡Nunca! ¡Ya es muy tarde!

La joven sintió que estaba sudando, lo cual era extraño debido a que vivía en una región fría. Por culpa de esa pesadilla, le costó conciliar el sueño, por lo que decidió levantarse de la cama y recorrer por sus aposentos.

Se acercó a la ventana para respirar aire fresco pero, apenas se asomó a ella, vio que en la torre situada al otro extremo del palacio había una luz sobresaliendo de una ventana.

“Esa es la habitación de mi esposo”, pensó Jade, mientras se colocaba su bata para salir de sus aposentos. “¿Será que estará hablando con mi tío? Es hora de averiguarlo”.

Acompañada por sus escoltas, fue directo al dormitorio del príncipe Rogelio. Una vez frente a su puerta, ido un par de golpes y dijo:

– ¡Cariño! ¿Estás despierto?

Escuchó el sonido de un cristal rompiéndose, como si se hubiese caído algún vaso o florero de ese material. La regente supuso que al príncipe debió sorprenderle su inesperada visita, por lo que no evitó reírse ante esa situación.

De inmediato, la puerta se abrió y reveló así a su esposo. En esos momentos, llevaba su pijama cubierto con una bata de color negro. Jade supuso que, al igual que ella, tampoco pudo dormir bien y decidió levantarse de la cama para despejar su mente escribiendo sus penas en su diario personal.

– ¿Esposa? – preguntó Rogelio, con una expresión de sorpresa e intriga - ¿Qué hace aquí? ¿Sucede algo con mi hija?

Jade, de inmediato, miró a los guardias y les ordenó:

– ¡Déjennos solos!

Los guardias se marcharon al instante. Y una vez solos, Jade volvió a mirar a Rogelio y le respondió:

– Descuida, cariño. Tu hija está bien. ¿Es que acaso no puedo visitar a mi querido esposo para pasar un momento de calidad con él?

– Bueno, es que… es la primera vez que me visita… y por eso…

– ¿Puedo entrar?

– ¡Sí, claro! ¡Adelante!

Rogelio dejó entrar a Jade y cerró la puerta. El príncipe notó que ella apenas llevaba su camisón puesto debajo de su bata. Si bien se casaron, nunca compartieron cuarto porque no era un requisito que una regente tuviese hijos a quienes heredarle el trono. Sin embargo, habían pasado tres años y, hasta el momento, nunca nació esa necesidad de satisfacer sus más íntimos deseos como lo haría cualquier pareja de enamorados.

“Puede que ella quiera… No, sería muy precipitado pensar que quiera que la someta. Lo único que se me ocurre es que quiera forzarme a revelarle la verdad. Sí, esa baronesa le habrá dicho algo al respecto, mientras me espiaba a escondidas. ¿Qué hago ahora?”

Jade se paseó por la habitación, en silencio. Miró cada rincón del dormitorio, como si estuviese inspeccionándolo minuciosamente. Luego, se detuvo en el escritorio del príncipe, donde vio algunas de sus anotaciones y el retrato de la princesa Miriam en marco dorado. Tomó el portarretrato con una mano y comentó:

– ¿Hace cuánto que no recibes el cariño de una mujer, esposo? No te he visto flirtear con las doncellas del palacio desde que nos casamos.

– Bueno, no puedo serte infiel, esposa. ¡Eso dañaría mi reputación! – respondió Rogelio, un poco extrañado ante esa pregunta – Además, estuve cuidando de mi hija todo este tiempo. Casi no he podido relajarme ni un segundo.

– Sí. Ha de ser agotador ser padre soltero – Jade volvió a colocar el retrato sobre la mesa y se acercó a Rogelio – Te he descuidado sin tener en cuenta tus “necesidades de hombre”. Y no solo eso sino que, además, terminé siendo dura con mi sobrina. Pero no lo hice a propósito, solo quiero que entiendas que en verdad deseo lo mejor para ella. Fue por eso que la sometí a esas intensas sesiones de lectura y aprendizaje temprano para convertirla en una gran reina, pero me pasé de la raya y acabé lastimándola.

– Leonor la admira, esposa – se atrevió a decirle Rogelio, una vez que estuvieron frente a frente – piensa que eres genial y desea ser como tú. Por eso, si no es mucho pedir, me gustaría que la guiaras personalmente en su formación y le demuestres que siempre tendrá en quien apoyarse, cuando se sienta absorbida por los deberes propios de su título.

Jade sonrió, mostrándose genuinamente conmovida por saber que Leonor la admirada. Luego, tomó a su esposo de la cara con ambas manos y, sin apartarle la mirada, le dijo:

– Hazme el amor. Llévame hasta donde ningún hombre le llevó jamás en la vida. Si me complaces, me mostraré más condescendiente con mi sobrina. Te lo prometo.

Y sin esperar una respuesta favorable, le dio un beso.

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– Su alteza, el duque Tulio acaba de llegar al palacio – informó el mayordomo real.

La princesa Jade había previsto que eso pasaría, tras esa noche de pasión que tuvo con el príncipe Rogelio y del cual consiguió que le revelara parte de su secreto.

“Él me dijo que vendría a visitar a mi padre”, recordó Jade, mientras se dirigía al trono para recibir a la visita. “Bueno, no le veo nada de malo, pero no entiendo el porqué ocultármelo. ¿Pensaban que no le daría el paso a mi propio tío? ¿Acaso tan severa les parezco?”

Una vez que llegó hasta el trono, el duque Tulio se presentó ante ella y la saludó dando una leve reverencia. Era un hombre que tenía los cabellos castaños y ojos marrones intensos, cuyo brillo reflejaba un atisbo de juventud dentro de un cuerpo de hombre maduro. En esos momentos llevaba en su cabeza un tocado de plumas negras propias de la Nación del Sur pero, también, tenía puesto un saco de lana de cuerpo entero, debido al frío intenso que hacía ese día.




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