– Majestad, la princesa Jade intentó entrar a su cuarto, pero le impedimos la entrada tal como usted lo ordenó.
– Bien.
El rey Marco se encontraba de pie, mirando por la ventana de su habitación hacia el blanco horizonte que se extendía más allá de los muros del palacio. Los guardias, apenas Jade se marchó desistiendo de su visita, le informaron de inmediato tal como él se los había indicado. Sin embargo, se sorprendieron al verlo levantado y vestido con un conjunto de camisa blanca, pantalones negros, botas de cuero y una capa violeta que, antes de su decaída, solía usar con frecuencia cuando cumplía sus deberes de monarca.
– Majestad, ¿acaso ya se siente mejor? – le preguntó uno de los guardias, quien desde hacia años lo había visto usando pijamas.
– Sí, me encuentro mucho mejor ahora, muchacho – le respondió el rey, con una amplia sonrisa – pero no se preocupen por mí, solo enfóquense en seguir mis órdenes. Mientras siga respirando, deben mantenerse leales a mí e informarme de todo lo concerniente a mi hija.
– Entendido, majestad. Haremos tu voluntad. Seguiremos impidiéndole el paso a la princesa Jade si vuelve a intentar visitarlo.
– Que así sea.
Cuando los guardias se retiraron, el rey se acercó a su escritorio, tomó una libreta y comenzó a apuntar algunas ideas que tenía planeado exponerlas en la próxima reunión del Consejo. Desde que el duque Tulio cuidó de él durante su breve estadía, notó que su salud mejoró considerablemente en relación a esos tres años en que estuvo a cuidado de su hija.
Aun no podía creer que ella se atreviera a adulterar las medicinas para mantenerlo postrado en cama y, así, ser ella quien tomara el control absoluto de la nación. Si bien la princesa Jade supuestamente le consultaba sobre sus siguientes actividades, era experta en manipularlo para salirse con las suyas y excusarse con que “su padre lo autorizó” cada vez que la cuestionaban.
A medida que escribía, sentía que su angustia iba creciendo cada vez más. Los recuerdos se le mezclaron rápidamente y, entre ellas, le vino en la mente ese día fatídico en que el príncipe Rogelio y la princesa Leonor fueron castigados severamente por la regente. El duque Tulio corrió inmediatamente a los aposentos del rey para informarle de lo sucedido y, esa noche, se reunieron junto a tres caballeros de su más entera confianza para ver una forma de sacarlos de ahí sin causar disturbios en la corte.
– Hermano, aunque ella esté en calidad de regente, no es la reina – le recordó el duque Tulio al rey Marco – usted puede intervenir en estos casos, convocar a una asamblea para…
– Mi hija actuó en “buena ley”, Tulio – le dijo Marco – muchos fueron testigos de cómo el príncipe Rogelio la agredió y hay cámaras instaladas por el patio, así es que su castigo está justificado. En cuanto a mi nieta, su institutriz dijo que la niña estaba muy inquieta y se negaba a hacer las tareas, por lo que no tuvo otra opción más que dejarla marcharse “antes de hora”. Jade es muy astuta, sabe bien cómo manipular las cosas para que salgan a su favor y ni siquiera yo puedo hacer nada al respecto.
El rey dio un largo suspiro de fastidio, mientras se llevaba una mano en la sien. Miró hacia la ventana de su habitación y, sin mirar al duque, le dijo:
– Aunque ahora soy el rey del reino del Norte, todavía sigo siendo un extranjero proveniente de la Nación del Sur, quien está aquí para equilibrar la balanza de los acuerdos internacionales a favor de mi país. Mi hija, por otro lado, demostró ser una patriota norteña y se siente más identificada con la ascendencia de su madre que con la mía. Pero dejando eso de lado, a ojos de muchos soy un pobre anciano que se ve dividido entre su hija y su nieta. Adoro a Jade con todo mi corazón, pero no puedo perdonarle lo que le hizo a Leonor, a la hija de su hermana. Por eso, querido hermano, espero que me entiendas si crees que actúo de manera demasiado sigilosa en mi propio hogar.
Tras eso, elaboraron un plan para asegurarse de sacarles de su encierro a padre e hija sin que nadie los descubriera. El duque sería apoyado por los tres caballeros que presenciaban la reunión y, a su vez, el rey lo encubriría para asumir toda la responsabilidad por ir en contra de la regente.
Pero nunca se imaginaron que uno de esos cabaleros terminaría traicionándolos.
El rey Marco supo quién fue tras acceder al registro documentado de las cámaras de seguridad del palacio, donde vio al delator conversando con la baronesa Montse sobre el plan del rey y el duque. Se preguntó qué le pudo haber motivado para darles la espalda y estar de lado de la princesa Jade, pero ya no podía borrar el pasado y solo quedaba seguir adelante con su propósito de mejorar su salud para retornar a sus deberes.
“Creí que sería buena idea mandarlos a la sección trasera del palacio, dado que ahí no hay cámaras de seguridad”, pensó el rey Marco. “Pero por culpa de eso, no hay ninguna prueba de demostrar la inocencia de mi hermano. Sé que él es inocente pero, también, quiero creer que mi hija no ha sido la que causó el asesinato del príncipe Rogelio a sangre fría. Lamentablemente, a estas alturas, ya no sé en qué pensar, a quién creerle”.
Mientras escribía, escuchó el sonido de su dispositivo comunicador. Decidió atenderlo y se encontró con una llamada del mayordomo del palacio, a quien le había pedido que supervisara personalmente la comida que le proveerían a partir de adelante.
– Majestad, pronto le traeré su cena – le informó el mayordomo – seleccioné a un criado para que sea el catador y así compruebe que la comida no esté adulterada.
– No me agrada usar a un pobre muchacho para estas cosas – dijo el rey.
– Descuide, majestad. Tengo el antídoto perfecto para evitar que el criado se enferme o fallezca de intoxicación. También accedió a que le tomemos muestras de materia fecal después de su servicio para que el médico real analice cualquier componente extraño en su cuerpo.
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Editado: 16.02.2024