Jade se quedó helada. No esperaba que su padre se hiciera eco de la noticia, si se suponía que a esas horas debía ir a la cama. Se fijó en sus ojos y notó que lucían agotados, como si su resistencia se hubiera disipado a lo largo de ese día.
Pero, con todo y cansancio, el rey Marco se dirigió a la multitud aglomerada en el palacio y, con los brazos extendidos a los costados, aclamó:
– Yo, el rey Marco, esposo de la reina Abigail, estaré a cargo de todos ustedes a partir de ahora. Lamento mucho haberlos dejado, pero les aseguro que haré todo lo posible para ayudarlos y contribuir a sostener esta nación hasta que mi esposa regrese.
La mujer de la pañoleta lo miró, alzando la ceja, y le preguntó:
– ¿Acaso hay noticias de la reina Abigail, majestad? ¿Ella sigue viva? ¿Regresará al final?
El rey Marco se percató de que habló de más, sin darse cuenta de que su hija lo escuchaba. Así es que intentó disimular su entusiasmo y respondió con voz neutra:
– Mi esposa es una mujer fuerte y valiente. Estoy seguro que, donde quiera que esté, hará todo lo posible para regresar al palacio y volver a ocupar el trono. Por eso, les pido que tengan paciencia y confíen en mí. Aunque provengo de la Nación del Sur, mis hijas y nieta son de este reino que me dio acogida. Por eso, les juro en el nombre de la Diosa que trabajaré día y noche para que el pueblo pueda vivir de forma digna y a ninguna familia le falte el pan en la mesa.
Los murmullos comenzaron a recorrer entre la multitud. Algunos se sentían escépticos y, otros, lucían emocionados. El rey Marco, por su parte, esperaba que esas personas lo aceptaran lo suficiente como para acceder a su petición de no lastimar a Jade frente suyo.
El anciano que era sostenido por su hija, repentinamente, señaló a Jade y dijo con una voz cansada:
– ¿Y qué hará con la princesa regente, majestad? Sé que usted es su padre, pero no podemos perdonarla por todo el daño que nos ha hecho.
Jade estuvo a punto de decir algo, cuando el rey Marco le hizo una seña con la mano para que se mantuviera al margen. Luego, el monarca se dirigió al anciano y le respondió:
– Mi hija ya ha recibido su castigo, mucho antes de que ustedes llegaran. Pero aun con todo, sigue sin ser consciente de su situación y optó por solucionar el problema a mis espaldas. Por eso…
Jade vio cómo su padre dio media vuelta hacia ella, la miró fijamente y le dijo con un tono de voz autoritario:
– Regresa a tu habitación y no salgas de ahí hasta que yo te lo indique.
La multitud los miró fijamente. Jade gruñó. Sabía que, si se negaba a cumplir esa orden, su ya cuestionada imagen se vería afectada a nivel internacional por contrariar a su padre. Pero si lo obedecía, se vería como una simple niña mimada que, ante el mínimo problema, buscaba esconderse bajo la capa del rey.
Lamentablemente, no tenía opciones. Entendía que su padre solo intentaba protegerla, aunque ella pensaba que lo estaba teniendo todo bajo control. Así es que respiró hondo, aligeró su expresión y, dando una leve reverencia, dijo:
– Está bien, querido padre. Iré a mi habitación y esperaré a su visita.
Y sin añadir nada más, se marchó.
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Al día siguiente, el rey Marco revisó los decretos que había dejado pendientes años atrás, cuando cayó enfermo. La mayoría fueron revisados por su hija y notó que en verdad se había esmerado para ponerlo todo en orden durante su ausencia. Pero, también, vio que aprobó muchas cosas de las cuales él no estaba al tanto como, por ejemplo, que mandaran a arreglar el robot bailarín de la princesa Leonor y que trajeran del “Viejo Mundo” a salvajes de diversas tribus para hacerlos batallar a muerte en días festivos.
El caso del robot le extrañó, ya que Jade siempre había evitado en lo posible de relacionarse con las cosas de su sobrina. Pensaba que lo mandaría destruir aprovechando la ausencia de la niña, por lo que no entendía el porqué lo mandaría a reparar. Por lo tanto, comenzó a sospechar que Jade, posiblemente, esperaba encontrar algún mensaje del príncipe Rogelio en la memoria de la máquina.
“¡Pobre muchacho!”, pensó Marco, mientras mandaba un mensaje al equipo técnico del palacio para ordenarles que le trajeran el robot a su oficina. “Soportó todo por su hija y, hasta ahora, no se ha aclarado su asesinato. Sé que mi hermano jamás le haría daño y Jade no es tan tonta como para causar un conflicto internacional. El príncipe pudo descubrir algo turbio, lo sé. Casi siempre se ponía a la defensiva cuando le ofrecía ayudarlo. Pensé que quería ahorrarse las molestias debido a mi enfermedad, pero ahora siento que hay algo más…”
Repentinamente, el rey recordó esos días en que estaba postrado en su cama, de las veces en que el príncipe Rogelio iba a verlo junto a su hija. Todavía recordaba que, un año después de la muerte de la princesa Miriam, el mismo Rogelio le dio la noticia de que la reina Abigail estaba viva, pero que temía que la princesa Jade intentara algo contra ella, por lo que no podía revelarle cuál era su actual paradero hasta asegurarse que su retorno al castillo sea realmente seguro.
Y cuando le preguntó cómo podía estar tan seguro, el príncipe solo le respondió:
– El duque Tulio intervino en su rescate. No diré mucho, ya que ni la reina sabe exactamente qué fue lo que pasó. Solo escuchó de unos soldados que “su hija” la mandó encerrar en esa isla.
En ese momento, el rey pensó que los soldados solo le dijeron una vil mentira a la reina para atormentarla psicológicamente. Para él, ninguna de sus hijas llegaría tan lejos como para ir en contra de su propia madre con tal de obtener el poder a la fuerza. Miriam siempre era cariñosa y atenta y Jade, si bien aparentaba frialdad, tenía su modo de demostrarle respeto a su progenitora.
Pero, debido a los últimos acontecimientos y tras descubrir que Jade adulteró sus medicamentos para mantenerlo postrado en cama, ya no sabía en qué pensar.
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Editado: 16.02.2024