La princesa de repuesto

Capítulo 22. El asesino de príncipes

Cuando terminó de comunicarse con el rey Marco, el duque Tulio dio un largo suspiro de alivio y, pronto, se recostó en el frío suelo nevado del bosque. Por un instante, parte de un fuerte peso se le había aligerado al saber que su hermano mayor siempre creyó en su inocencia.

De vuelta volvió a llorar pero, esta vez, de alegría. La esperanza de poder limpiar su nombre había retornado en él. Y una vez que el rey Marco pudiera demostrar su inocencia, regresaría al palacio con la niña en sus brazos. Demostraría a todos que cuidó de la princesa heredera con su vida y se aseguró de cubrir todas sus necesidades para garantizar el futuro de la nación.

Pero, también, además del destino de la pequeña Leonor, en el fondo terminó encariñándose con ella. Para Tulio, ella no era solo la princesa. Era su sobrina, la nieta de su hermano y, especialmente, la hija de su pupilo. Solo por ella es que seguía en pie, por lo que no le importaba descuidarse si con eso lograba mantenerla a salvo.

Y tal fue así que no previó que un sujeto malvado lo acechaba a sus espaldas.

Un francotirador vestido de blanco, con una pistola láser de gran alcance, localizó al duque Tulio y se ocultó tras un montículo de nieve. Gracias al color de su ropa, podía camuflarse con la nieve y, así, hacer que su objetivo nunca pudiera ver quién lo había golpeado.

“¡Es mi oportunidad!, pensó el sujeto. “Con esto, espero tener tanto dinero que ya no tenga que trabajar nunca más”

Y una vez fijado el blanco, disparó.

Pero antes de que el rayo láser atravesara la cabeza del duque, sucedieron un par de cosas extrañas.

Primero, un soldado con una armadura anti láser se interpuso y desvió el rayo con su escudo. Luego, un par de jóvenes plebeyos se abalanzaron sobre el francotirador y lo noquearon. El duque, ante tal alboroto, se puso de pie y, blandiendo su espada, preguntó:

– ¿Quiénes son ustedes?

– Su excelencia, estamos de su lado – dijo el soldado, extendiendo las manos a los costados en señal de paz – vengo de parte de la reina Abigail a brindarle apoyo. Estos muchachos – señaló a los jóvenes que atraparon al sujeto – se llaman Theo y Jack. Ellos me acompañaron porque conocen mejor el terreno, pero son muy buenos peleando.

El duque bajó la espada, mientras que Theo y Jack arrastraron al francotirador cerca de él. Jack propuso:

– Podemos interrogarle aquí mismo para saber de dónde viene.

El sujeto comenzó a reír y dijo:

– Yo solo vine por el asesino de príncipes – dirigió una mirada maliciosa al duque y continuó - ¿Sabes? Están ofreciendo una altísima recompensa por tu cabeza. El rey pidió que le entregaran a la princesa heredera con vida, pero la ex princesa Jade me prometió un valor incluso más alto si la cortaba en pedacitos.

– ¿Y por qué me estás contando todo esto? – preguntó Tulio, con enfado.

– Porque hay más como yo, quienes apoyamos a la verdadera heredera al trono. Puede que ahora el rey haya tomado el control, pero no será por mucho tiempo. Todos lo toman como un viejo chocho y, si sigue así, la corte misma dejará de darle apoyo.

– No si puedo evitarlo – dijo una voz a sus espaldas.

Todos se dieron la vuelta y vieron a la reina Abigail en persona.

La mujer llevaba un grueso abrigo negro, pero la reconocieron por llevar el rostro descubierto, revelando así sus intensos ojos azules que emanaban fuego.

El sujeto palideció, como si estuviera ante un fantasma. Abigail, mirándolo con frialdad, le ordenó al soldado:

– Córtalo en pedacitos, así como él dijo que lo haría con mi nieta.

Ignorando las súplicas del francotirador, la monarca se acercó al duque y le dio un fuerte abrazo.

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– ¡Oh, mi Diosa Santísima! ¡Esto es un milagro!

Tanto la sacerdotisa como los templarios se quedaron impactados al ver a la reina Abigail en el templo. La monarca se sintió ligeramente inquieta pero, a la vez, aliviada de ver que en ese recóndito lugar encontrara buenos aliados.

La princesa Leonor, quien acababa de recuperarse, salió de su habitación y, al verla, corrió directo hacia ella mientras gritaba:

– ¡Abuela!

La niña abrazó a la reina y ella, a su vez, le devolvió el saludo y le llenó la cara de besos.

– ¡Oh, no puedo creerlo! – siguió diciendo la sacerdotisa - ¿Por qué no me dijeron que di alojamiento a la princesa Leonor?

– Mil disculpas por eso, su Santidad – intervino el duque Tulio – Lo que pasa es que hay enemigos al acecho y no tuvimos otra opción más que hacernos pasar por simples viajeros para protegernos. Supongo que ya escuchó rumores sobre mí, ¿verdad?

– Sí, así es – dijo la sacerdotisa, retornando a la calma – algunos fieles que asistieron a los rezos mencionaron algo del “asesino de príncipes”, pero yo creo en lo que veo y aquí no veo a un hombre desalmado, sino a un héroe valiente y de alma gentil que hizo lo impensable para proteger al futuro de la nación.

La reina Abigail, quien alzó a la princesa Leonor en brazos, se acercó a la sacerdotisa y le dijo:

– Desde ya le agradezco por haber dado alojamiento a mi nieta y a mi cuñado. Cuando regrese al palacio, le prometo que la recompensaré como es debido.

– No es necesario, su majestad – dijo la mujer, con una amplia sonrisa gentil – la Doctrina es una institución sin ánimo de lucro. Está en nuestro deber ayudar a los desamparados sin esperar compensación alguna. Con que acepten a la Diosa en sus corazones y prediquen su palabra será más que suficiente.

Cuando terminaron con esa charla, la sirvienta fue a cuidar de la princesa en su habitación, mientras que los soldados y los jóvenes que acompañaron a la reina decidieron montar guardia.

Tulio y Abigail se reunieron en una de las habitaciones vacías para planificar sus próximos movimientos.

– Debemos ir a otro refugio – dijo Tulio, decepcionado – estoy seguro de que ese sujeto no fue el único que consiguió rastrearnos hasta aquí. Temo que terminen lastimando a la sacerdotisa o a los fieles que asisten a los rezos.




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