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Daniel estaba con su hermana menor, Dalia, en la pequeña sala de su casa. La pequeña estaba en los brazos de su hermano con su diminuta mano en la boca. Como si su propia comida fueran sus dedos. Sus padres estaban corriendo de una habitación a otra, preparándose.
- Dan, ¿Puedes limpiar la boca de Dalia? - Dice su madre mientras se mueve por toda la casa - Que no se meta la mano en la... ¡Jim! ¡Pásame otro pantalón negro! - Grita interrumpiéndose a sí misma.
Daniel suspira cansado, pero obedece a su madre. Su padre llega a la sala con el pantalón pedido y más ropa. En la gran mochila ponen todo y al cerrarla, Karen, su madre, toma a Dalia y se sienta en el sofá. Su padre se asegura de que la mochila está bien cerrada y hace lo mismo al lado de su esposa.
- Dan... Mi vida...- Empieza su madre con tristeza - Cuida de ti y de la casa por nosotros como lo hablamos... ¿Sí?
- ¿Cuándo regresarán? - Es todo lo que quiere saber.
- No lo sabemos, pero regresaremos... - Dice su padre - Confiamos en ti. Sabemos que te cuidarás y te prometo que cuando volvamos, estaremos juntos como antes.
Daniel asiente lentamente, preocupado. Y no sólo porque estará solo por quién sabe cuánto tiempo, sino porque sus padres y su hermana se irán al castillo Dane, que le perteneció a un antiguo Rey de Zafiro. El actual Rey, Niel, no quiso quedarse en un castillo que no llevaba su apellido, por lo que mandó a construir el suyo. El castillo Dane llevaba 16 años abandonado, pero la Princesa Linda, la hija del Rey, decidió mudarse ahí.
Eso le pareció extraño a Daniel, puesto que es el castillo de otro Rey que gobernó Zafiro, pero no le dió tanta importancia. Los de la realeza pura hacen los que se les venga en gana. También se llevó una parte de los guardias reales para su protección. Parte de esos guardias están sus padres, que son guardias reales desde hace 25 años. En realidad, fué en el mismo castillo Dane donde se conocieron.
Su hermana también se mudará con ellos, porque es una bebé y aún necesita de su madre. Daniel era el único que quedaba para cuidar la casa. Por eso, estaban en esa situación.
- Eso espero... - Dice Daniel en un suspiro frustrado - Y espero que vengan antes...
Karen deja a Dalia en los brazos de su esposo para acercarse a Daniel, sentarse de rodillas frente a él y ponerle una mano en la mejilla, acariciando su blanca piel.
- Dan... - Musita su madre obligándose a no llorar - Este trabajo nos dará más dinero que cuando trabajabamos en el otro castillo... Sabes que lo hacemos por ti y por tu hermana...
Su madre no pudo evitar soltar una pequeña lágrima y Daniel la abraza con fuerzas. Como si se tuviera que apoyar en ella para no caerse. Su madre responde al abrazo con más fuerza que él mientras le acaricia el oscuro cabello.
Al separarse, su madre se limpia las lágrimas, le da un beso en la frente y le hace una seña a su padre, indicándole que ya era hora de irse.
- Bueno... Ya es hora... - Dice su padre.
- Pásame a la bebé, Jim.
Jim entiende la indirecta y eso mismo hace. Ya con las manos libres, se acerca a su hijo y le da un duro, pero emotivo abrazo. Se quedan unos minutos así, hasta que se separan. Jim lo mira a los ojos y le da una palmaditas en la espalda. Está orgulloso de su hijo.
- Gracias hijo... Por todo... No mereces esto y...
- Ni digas eso papá. - Le interrumpe - Sé que arriesgan sus vida por cuidar la de personas que ni siquiera se preocupan por nosotros. - El tono en el que lo decía era como de orgullo y decepción. Orgullo por sus padres y decepción por los del castillo.
Nunca le gustó la realeza pura. Le parecía que eran unas personas que se aprovechaban de los que realmente necesitaban. Su familia no era la más pobre, pero tampoco gastaban los zafines en pequeños caprichos. Sólo para lo justo y necesario. Nunca le molestó, pero tampoco pudo disfrutar de juguetes de último modelo o ir a eventos en los que cobraban la entrada.
- Dan, ya hablamos de eso...
Desde que Daniel comenzó a ir a la escuela y a saber sobre los territorios y la realeza pura, le pedía a sus padres que cambiaran de trabajo. Sin embargo, ellos tenían puestos respetables y el sueldo no era desagradable. Daniel se tuvo que conformar ante esa desición.
- Bueno. Hijo, ya nos tenemos que ir... - el tono en el que su padre lo dijo fué apagado.
Daniel, sus padres y su pequeña hermana se dieron un fuerte y amoroso abrazo de despedida. No se iban a ver en un largo tiempo.
- Cuídate mucho, mi vida... - Solloza su madre que otra vez volvió a soltar unas lágrimas.
Después de la triste despedida, la familia de Daniel se va y él queda al cuidado de sí mismo.
Editado: 10.07.2020