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Dos años después
A los doce años, Daniela no se consideraba una chica llamativa ni bonita, creía que era demasiado delgada a pesar de que su cuerpo empezaba los cambios típicos de la adolescencia, añadiendo sutiles curvas en lugares estratégicos; además de eso, era muy tímida y también muy afecta a la lectura y a aislarse de los demás. Sin embargo, eso no le importaba en ese momento. Estaba con sus padres disfrutando unas merecidas vacaciones en un destino de playa y tenía intención de disfrutar la alberca del hotel lo más posible, sin importar si parecía una escoba con pies luciendo ese simple y sencillo traje de baño.
Se acercó a una poltrona junto a la alberca y dejó sobre ella la toalla que llevaba en el hombro. Se sentó un momento y miró a su alrededor; aún era temprano y casi no había gente en las cercanías, excepto por esos dos jovencitos demasiado serios que había visto desde el día anterior, cuando ella y su familia llegaron al hotel y se instalaron. Siempre parecían aburridos, se la pasaban recorriendo el hotel juntos, casi sin hablarse entre ellos, y Daniela había notado que, todo el tiempo, había dos hombres adultos, más serios aún, cerca de ellos.
El más joven de los chicos notó que ella los miraba y le sonrió. Daniela se ruborizó inmediatamente y apartó la mirada; luego se quitó las sandalias y caminó hacia el agua, tomó una gran bocanada de aire y se lanzó de cabeza hacia la alberca.
Estuvo nadando un buen rato, de lado a lado hasta que decidió descansar un poco y se acercó a la orilla de la piscina donde estaba la escalera metálica, al tomar los barandales e impulsarse para salir, se sorprendió ver una mano extendida frente a ella. Levantó la vista y descubrió que el jovencito que había visto antes de entrar al agua estaba esperándola para ayudarla.
Completamente ruborizada tomó la mano del chico y subió por la escalera.
— Hola. — Le dijo él con una sonrisa y Daniela notó un acento algo raro. — ¿Cómo te llamas?
— Me llamo Daniela. ¿Y tú? — Respondió ella soltando su mano y dirigiéndose hacia la poltrona donde había dejado su toalla mientras el chico la seguía.
— Me llamo Zahir. ¿Hace mucho que te hospedas en este hotel? No te había visto antes. — Preguntó con curiosidad.
Daniela tomó la toalla y se envolvió en ella.
— Llegamos ayer a mediodía. — Contestó aún ruborizada.
— ¿Y se van a quedar muchos días?
— Creo que cuatro días nada más. ¿Y tú?
— Nosotros un poco más, pero no sé cuánto tiempo exactamente.
— ¿Nosotros? — Preguntó Daniela con extrañeza.
— Estoy con mis papás y mi hermano. — Respondió Zahir señalando al otro joven que los miraba fijamente sin poder ocultar su enfado.
— ¿Por qué está enojado tu hermano? — Preguntó Daniela algo cohibida.
Zahir soltó una breve risa.
— Quizá porque yo estoy conversando con una chica muy bonita y él no. — Respondió encogiéndose de hombros.
Daniela se ruborizó aún más, si eso era posible.
— Yo no soy bonita. — Dijo apenada.
El joven sonrió aún más.
— ¡Claro que eres bonita!
Daniela no respondió nada. Por el rabillo del ojo vio que el hermano se les acercaba seguido de los otros dos hombres que siempre los acompañaban.
— Ĉesu paroli kun tiu stulta knabino kaj ni matenmanĝu. Niaj gepatroj atendas nin. (Deja de conversar con esa niña tonta, vamos a desayunar. Nuestros padres esperan). — Expresó dirigiéndose a su hermano e ignorándola a ella.
Zahir le respondió con un dejo de fastidio
— Ŝi ne estas stulta knabino. Estu pli bonkora. (No es una niña tonta. Sé más amable.)
Luego se dirigió a ella con una sonrisa.
— Voy a desayunar con mi familia. ¿Te veo después por aquí?
— Supongo. — Respondió Daniela encogiéndose de hombros mientras se sentaba en la poltrona.
Zahir y su hermano se alejaron seguidos de los dos hombres mayores que no pronunciaban una sola palabra, mientras los hermanos iban conversando en ese idioma extraño para la jovencita.
Un instante después, se acercaron sus padres.
— ¿Con quién hablabas cariño? — Preguntó su mamá, con curiosidad, mientras se sentaba junto a ella.
— Se llama Zahir, me hizo un poco de conversación, pero su hermano lo vino a buscar para desayunar con su familia o algo así. — Respondió Daniela volviéndose a encoger de hombros.
— ¿Tú ya desayunaste tesoro? — Preguntó su papá sentándose en una poltrona vacía frente a ellas.
— Si, pasé al bufet a comer algo antes de venir acá.
— Bien. Papá y yo estamos planeando hacer un recorrido por la ciudad, así que sugiero que te vayas a darte una ducha y cambiarte de ropa. — Dijo su mamá con una sonrisa. — Te esperamos aquí. No tardes.
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Editado: 10.12.2021