Cuando uno de mis súcubos me trajo una carta del mismisímo dios de las mentes, entre en shock, pues, ¿qué quería un tipo como él de mí? aún asi, sin dudarlo mucho, la abrí y su contenido me dejo aun más impactado.
En esa carta estaba escrito con una letra limpia y cuidadosamente trazada, que mis servicios como dios de la lujuria eran requeridos para cuidar a la nueva diosa del amor, pues al ser yo alguien que fácilmente puede descubrir las pasiones de los otros, era perfecto para el trabajo.
Admito que esto me pareció una estupidez, si fuera el de la pureza, lo entendería. Hasta si se lo encargaban a Envidia lo hubiese aceptado, entre más diferente seas a una persona, más real puede ser su amistad, puesto que ya te encargaste de resaltar en tu mente todos sus defectos, dandote la perfecta oportunidad de sorprenderte con sus virtudes.
Al leer la posdata, descubrí que, de aceptar, mi casa se vería beneficiada con la protección de los espectros y seres de luz, quienes ahora se encontraban a cargo de Av, dios de las mentes y sustituto de la diosa de la sabiduría. Sin duda un tipo de mucho peso en toda Avad, tierra de dioses.
Obviamente acepté, y eso me trajo una de las peores consecuencias de toda mi longeva vida, ser compañero del gruñón de pureza. No se me alarmen, yo soy partidario de las relaciones de amistad entre polos opuestos, pero el problema es este tipo.
Se aleja de todos y no se deja querer, es un gato arisco.
—Pomiscuo.
Suspiro tratando de contener mis ganas de rasgarle el cuello con mis garras y giro para mirarlo. El muy perezoso está acostado encima de mi cama, mi preciosa cama.
—¿Qué quieres?—sonrío y no puedo evitar que una de las comisuras de mis labios tiemble un poco, amenazando con destruir mi trabajada sonrisa.
—Comida —pide el muy hijo de Prelotus.
—Oh, ¿quieres comida?— hago uso de mi tono dulce para despreocuparlo un poco—, No te preocupes, cariño, ya te la traigo.
Salgo de mi habitación, paso por la sala y llego a la cocina que se encuentra junto a ésta, procedo a sacar los utensilios que serán de mucha ayuda en la hermosa tarea de cocinarle al holgazán del mojigato.
Una tentadora idea surca mi mente y no es nada más, ni nada menos que ponerle demasiado ají a la comida. Casi puedo sentir cuernos salir de mi frente, sonrío como un niño que está a punto de realizar su más grande travesura y tomo entre mi manos la bolsa con mi ingrediente pricipal que he sacado de la nevera.
—Ni se te ocurra.
Doy un salto sobre mi lugar y de mi boca sale un grito para nada masculino.
—Estúpido Cacarlest, me asustaste — llevo mi mano a mi pecho y soy capaz de percibir como mis latidos se han acelerado, a este paso acabaré teniendo un baja en mi condición fisica.
Los dioses cuando somos sometidos a situaciones que, para los humanos causaría la muerte, nos causa una baja tanto emocional como fisica; dicha baja, no afecta a los poderes, pero sí a nuestra presencia solida, la cual adquirimos casi siemore, exceptuando a las reuniones que se hacen en la gran casa, donde tenemos que asistir en nuestra forma original.
—Y no me arrepiento, maldito rey de los súcubos, me querías enfermar.
—Somos dioses, no enfermamos, y si fuera ese el caso, solo pasarías un mal rato. Nada de que preocuparte, Lest.
Entrecierra los ojos y con desconfianza me quita los ajís de la mano. Mis armas.
—Yo haré la comida hoy, que no se te olvide lo que haremos mañana, debemos estar en perfectas condiciones para presentarnos ante ella.
—Que fastidioso eres.
Cuando fuimos transportados aquí, justo al llegar, una carta vino volando hasta nuestros pies, donde decía que primero nos acostumbremos a la vida con los humanos, para que asi, cuando vayamos por nuestra diosa, no la asustemos. Llevamos una semana en este lugar y diario salimos a buscar libros a una biblioteca que nos recomendó Av en la carta. Se podría decir que ya sabemos lo básico.
—¿Cuál era el nombre de ella?— hago la pregunta con la esperanza de que me responda, pues se me ha olvidado.
—No lo sabemos.
***
—¿Es ella?— señalo a la bella chica de complexión delgada y cabello castaño el cual termina en su diminuta cintura.
—C-creo que sí — entrecierro mis ojos por su falla—, se parece mucho a Izan —dice el nombre original de la diosa.
—¿Tú la viste?— el asombro invade todo mi ser, son pocas las personas que fueron capaces de mirar directamente a Izan, si hasta entre algunos de los dioses se tenía la creencia de que era hombre. Yo hubiera seguido creyendo que lo era, si no es porque tuve la suerte de verla una vez cuando tuvimos que pelear juntos para defender nuestras casas en "La gran invasión".
Era una mujer sorprendente, su delicadez era casi nula, toda una guerrera de pies a cabeza, su forma de envainar la espada era hipnotizante. Si en ese momento no hubiese estado comprometido, tal vez la habría cortejado.
—Sí, ¿se te olvida que yo fui quien recogió su cuerpo?— me hace recordar ese dato tan perturbador.
—¿La acabas de reconocer por que viste su cádaver?— inquiero perturbado.