A la mañana siguiente, me desperté de golpe. Estuve dando vueltas y vueltas en la cama casi toda la noche, pero al parecer, el cansancio me abatió finalmente y me dormí. La cama armada con paja no había sido exactamente a lo que yo estaba acostumbrado. Me dolía todo el cuerpo, especialmente el cuello. La cabeza me latía de un lado con una fuerte migraña. El dolor de cabeza, sin embargo, no se debía a la dureza de la cama, sino a toda la tensión vivida el día anterior. Igualmente, aquella cama había sido mejor que el piso. Miré en derredor, los ojos todavía soñolientos. Estaba solo en la habitación. La otra cama no parecía haber sido usada.
Me puse la camisa y los zapatos, y abrí tentativamente la puerta de la habitación. Algericock, sentado a la mesa de frente a la puerta de la habitación, levantó la mirada hacia mí y me sonrió con alegría. La alegría con la que había iluminado esa misma habitación el día anterior. Era como si nada hubiera cambiado. Pero todo había cambiado.
—Afuera hay agua para que te laves. Prepararé tu desayuno— dijo, posando la taza que tenía en la mano sobre la mesa y jugueteando con la perla engarzada al torque en su cuello.
—Gracias— asentí con la cabeza.
Al salir afuera de la casa, sentí el aire fresco y revitalizante del bosque. Recordaba bien ese olor a pino, eucalipto y hierbas. Vi el recipiente con agua sobre un tronco. El agua estaba helada, y al echarla en mi rostro, me despejó del todo. Me quedé allí un momento, escuchando el trinar de los pájaros que disfrutaban su baño de sol. Debía ser bastante tarde porque el sol ya estaba muy arriba en el horizonte.
Volví a entrar. Algericock me esperaba con una taza de té, acompañada con pan y queso. Me senté y comencé a comer. No me había dado cuenta de lo hambriento que estaba. Del otro lado de la mesa, Algericock solo me observó en silencio.
—¿Dónde está Gwyddion?— pregunté.
—En el bosque, meditando. ¿Cómo estás esta mañana? ¿Ha retornado tu memoria?
Entendía que debía revelar lo que sabía para poder averiguar lo que quería. Era la única forma que veía para entrar en el tema de mi identidad, sin revelar que había escuchado la conversación entre los dos la noche anterior. Aun así, sabía que tenía que andar con cuidado hasta que supiera más sobre las intenciones de estos dos.
—Un poco— dije con cautela—. Lo que me sucedió es muy extraño. No lo entiendo del todo.
—Intenta contarme— dijo Algericock con voz tranquilizadora.
—Estaba en la casa de mi profesor de historia. Estábamos tomando el té y charlando. De pronto, mi profesor me dijo que quería mostrarme algo. Me llevó a una sala de lo más extraña… y luego terminé aquí.
—Cuéntame de ese profesor.
—Lo conocí apenas hace dos meses, cuando empecé a estudiar en la universidad.
—¿Por qué estabas en su casa si apenas lo conocías?
—Me dijo que tenía un libro para prestarme y que debía pasar por su casa a recogerlo.
—¿Qué clase de libro?
—Un libro acerca de mi nombre.
—¿Y qué decía el libro sobre tu nombre?
—No lo sé. Nunca me lo dio. Como te dije antes, me llevó a esa sala extraña y cuando salí nuevamente al exterior, estaba en una pradera.
Algericock asintió en silencio.
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Editado: 24.03.2018