La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 23

No fue difícil encontrar el sendero que había mencionado Colib. El paso forzado de varias personas había dejado decenas de indicios. Ramas quebradas, pisadas, signos de lucha... sangre. No habían puesto cuidado en cubrir su rastro. Querían que los siguiera. Me estarían esperando.

            El sendero era en verdad estrecho, y las ramas de árboles y arbustos me obstaculizaban el camino a cada paso y demoraban la marcha dolorosamente. Dos veces se me enganchó un pie en una raíz y caí de bruces en el sendero. La segunda vez me torcí el tobillo, lo que me obligó a ir más despacio aún. Maldiciendo para mis adentros, seguí rengueando y apartando las ramas de mi rostro. Ignoré el dolor de los brazos de los raspones provocados por las ramas que atropellaba a mi paso.

            Después de la media hora más larga de mi vida, divisé el viejo galpón que había mencionado Colib. Me dirigí hacia él sin vacilar. Cuando estuve cerca, pude ver que el edificio estaba hecho con maderas que presentaban un aspecto negruzco; estaban viejas, resecas y visiblemente podridas. El techo era de una chapa oxidada por muchas lluvias. Las ventanas, faltas de vidrios, habían sido cubiertas con trapos mugrientos.

Me acerqué sin hacer ruido y pude espiar por una de las ventanas rotas. Conté cuatro hombres. No alcancé a ver a Dana. Cuatro... eran demasiados. Tal vez si esperaba a que alguno se fuera... Un grito de Dana me hizo saltar el corazón. No había tiempo para esperar. Debía actuar ahora. Me senté en el suelo y crucé las piernas frente mí. Cerré los ojos y comencé a concentrarme. Los patrones aparecieron frente a mí. Los separé con cuidado hasta que pude distinguir las individualidades. Cuatro individualidades bullían de actividad con fuertes emociones que pude distinguir vagamente como nerviosismo, impaciencia, agresividad, miedo... La quinta individualidad era diferente, había miedo, pero estaba cubierto por una extraordinaria calma: Dana. Cómo podía estar calmada en esta situación, estaba más allá de mi comprensión.

            Me concentré más. Identifiqué a Gin. Fue más fácil llegar hasta él porque ya había entrado en su mente antes. Las emociones eran tan fuertes que no era fácil tratar de desmantelarlas. Intenté disminuirlas, pero los patrones parecían tensarse y no cedían. De pronto, sentí que me levantaba del suelo. Volví a la realidad de golpe. Con la mente aún nublada, pude comprender apenas lo que estaba pasando: dos de los amigos de Gin me habían tomado de los brazos y me arrastraban adentro del galpón. Sentí que me empujaban los hombros hacia abajo, obligándome a arrodillarme. Cuando la mente se me aclaró del todo, pude ver que estaba adentro del galpón, de rodillas. No podía mover los brazos porque dos de los secuaces de Gin me los sostenían con fuerza, torciéndolos hacia atrás. Forcejeé, pero ellos me doblaron los brazos con tal fuerza que temí que me los quebraran. Al levantar la vista, pude ver a Gin de brazos cruzados ante mí, con su sonrisa de dientes torcidos.

            —Ya era hora de que llegaras, ¿qué fue lo que te detuvo?— preguntó con sorna.

            Por el rabillo del ojo, percibí movimiento. Al volver la vista hacia la derecha, la vi. La tenían atada y amordazada al armazón de una cama vieja. Forcejeaba tratando de zafar las muñecas atadas por encima de su cabeza, pero solo lograba lastimarse. Su hermoso cabello estaba enredado y pegoteado con sangre. Tenía un moretón violáceo enorme e hinchado en la mejilla izquierda. Le habían atado los tobillos de forma de forzarla a tener las piernas abiertas.

Luché desesperado por ponerme de pie, pero en vano. Cuatro poderosos brazos me sostenían firmemente de rodillas en el suelo. Las lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro.

            El cuarto hombre estaba al lado de la cama. Se inclinó hacia Dana y comenzó a desatar los lazos del corsé.

            —Por favor— supliqué —, déjala ir.

            —No hasta que nos des lo que queremos. Y será mejor que no intentes nada, sabemos que no podemos hacerte daño a ti, esta vez hemos sido más inteligentes: las consecuencias de tus malas conductas las sufrirá ella— dijo, señalando a la pobre Dana que yacía desvalida en aquella cama. La miré un momento, con impotencia. Había estado serena hasta mi aparición en aquel lugar, pero luego percibí que mi presencia la había turbado mucho... como si temiera más por mí que por su propia vida.

            El cuarto hombre terminó de sacar el corsé y lo arrojó a un rincón. Luego tomó el vestido por los hombros y lo rasgó, tirándolo hacia abajo hasta la cintura, dejando al descubierto sus pechos blancos e inmaculados. Podía ver el subir y bajar tembloroso de su pecho con la respiración entrecortada por el terror.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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