Desde la cima de los montes, se podía ver claramente la ciudad de Kildare que se alzaba un poco más al norte. Era una ciudad fortificada y tenía fama de invencible, según lo que había leído en los periódicos de Frido.
—He leído que los kildarianos no son muy hospitalarios en estos tiempos— comenté.
—Neryok es muy prudente, no quiere problemas con extraños— declaró Calpar.
—¿Neryok?— pregunté con curiosidad.
—Neryok, hijo de Trodok, el rey de Kildare— explicó Dana.
—¿Crees que nos dejará entrar?— interrogué a Calpar.
—Neryok me debe unos favores...— murmuró él.
En una hora más, llegamos a las inmensas puertas de la ciudad. Desde las torres almenadas, los guardias nos miraban con recelo, portando ballestas. Me sentía como si de pronto hubiera viajado en el tiempo hasta la Edad Media. Aquella ciudad era algo así como un enorme feudo fortificado: los muros eran gruesos, imponentes, y en algunas partes, se podían ver manchones de musgo adheridos a la humedad de los irregulares bloques de piedra. Desde un mirador interior, el vigilante de turno gritó:
—¡Extraños en la muralla sur!
Unos minutos después, la mirilla de la enorme puerta de madera se abrió, dejando ver unos ojos duros y decididos.
—¿Qué quieren en Kildare, extranjeros?— gruñó el hombre de mala gana.
—Dile a Neryok que Calpar, el Caballero Negro, también conocido como Virdumaro, está aquí con dos amigos— dijo Calpar, y aquello fue una orden.
El hombre entrecerró los ojos, escrutando al Caballero Negro más detenidamente; luego cerró la mirilla de golpe y desapareció.
—¿Y ahora qué?— pregunté.
—Esperaremos— dijo Calpar—. El mensajero llevará mi palabra a Neryok, y Neryok lo pensará dos veces antes de no dejarme entrar.
Después de unos minutos, apareció el hombre nuevamente, esta vez, más amable:
—Mi señor ha dicho que puedes pasar— anunció.
—¿Qué hay de mis amigos?— protestó Calpar.
—Debo saber quiénes son, y luego preguntar al rey.
Calpar suspiró irritado:
—Éste es Lug, el Undrab, y ésta es Dana, la Mensajera, hija de Nuada, del clan de Tu Danacum. ¿Satisfecho?
—Sí, señor— dijo el mensajero, pero antes de que desapareciera nuevamente, Calpar puso la mano en la mirilla para que no la pudiera cerrar y dijo:
—Espera un momento y piensa: ¿no necesitas ningún otro dato?
—Creo que no, señor.
—Espero que así sea, porque mis amigos y yo no tenemos intenciones de estar plantados aquí mucho más tiempo.
—Sí, señor— dijo el mensajero un poco asustado ante la furia de Calpar. Acto seguido, se retiró, olvidando cerrar la mirilla.
—Idiota inútil— murmuró Calpar para sí.
Dana rió divertida.
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Editado: 24.03.2018