Las ominosas palabras de Calpar me causaron un escalofrío que me recorrió la espina. Aún así, la Perla me atraía, me fascinaba, no podía quitarle los ojos de encima. Noté que Calpar y Dana se mantenían a cierta distancia. Acerqué una mano trémula a la roca para tocar aquel objeto que me embelesaba. Dana levantó una mano para detenerme, pero Calpar la detuvo.
—Si alguien debe llevarla, es él— le dijo.
—Es demasiado peligrosa— le respondió ella.
—Es más peligroso dejarla aquí y que la encuentren nuestros enemigos— retrucó él.
Tragué saliva y seguí acercando mi mano a la Perla. Al rozarla apenas con la punta de mis dedos, me invadió una sensación de bienestar. La celda ya no me parecía tan opresiva. Una extraña energía me invadió todo el cuerpo. Inspiré profundamente, y el aire perdió su calidad mustia, y me pareció fresco y agradable. Desapareció el cansancio de mis músculos. Desapareció el peso de las responsabilidades. La tomé entre dos dedos y la arranqué de la roca. Era hermosa, perfecta. Estaba engarzada a un anillo de oro. La sostuve en la palma de mi mano, absorbiendo su poder. Con cada respiración me sentía más fuerte, más poderoso, invencible. Me di cuenta de que me bastaba a mí mismo por completo, no necesitaba a nadie. Una vieja sensación volvió a invadirme: era el dueño del universo. Yo solo lo podía todo, no necesitaba a nadie, ni siquiera a Dana. Tomé el anillo con dos dedos de mi mano derecha y lo acerqué a la punta de mi dedo anular en la mano izquierda. Ansiaba ponérmelo, ser su dueño, su amo. Una mano en mi muñeca me detuvo. Levanté la vista enojado y me encontré con la mirada intensa de ella. ¿Quién era ella para negarme lo que era mío? Tironeé mi mano para liberarla pero ella me la sostuvo con fuerza.
—Guárdalo— me dijo.
La miré furioso. ¿Cómo se atrevía a decirme lo que tenía que hacer?
—Guárdalo— me repitió—, hasta que el momento en que haya necesidad de usarlo llegue.
Fruncí el ceño confundido. ¿Quién era aquella mujer? Mi mente se vio invadida de pronto por voces que me traían la respuesta. Dana es la Mensajera, su función es ser tu guía. Creo que deberías escucharla, escuché la voz de Merianis. Escucha, no importa lo que pase, confía en ella. No importa si recuerdas o no todo lo demás, solo recuerda que debes confiar en ella sin importar lo que pase. Promételo, me suplicó la voz de Strabons. Entre el torbellino de voces, vinieron las imágenes. Imágenes de todo lo que habíamos vivido juntos. Imágenes de sus lágrimas angustiadas en los momentos en que pensó que me perdería. Imágenes de su sonrisa comprensiva en mis momentos de tribulación. Imágenes de sus labios dulces en los momentos de pasión. Y comprendí quién era aquella mujer: ella era Dana, ella era mi vida. Mi mente se abrió de pronto, y entendí que no podía estar solo como había creído, la Perla no era mi vida, Dana era mi vida. Apreté el anillo en mi mano y asentí con la cabeza. Ella me soltó la muñeca. Metí la mano en mi bolsillo y solté el anillo. La pérdida del contacto con la Perla me hizo aflojar las piernas. Apoyé una mano en la pared de roca para no caer. Apenas podía respirar. La celda me pareció más pequeña y sofocante que nunca. Dana me pasó un brazo por los hombros para ayudar a estabilizarme.
—Gracias— pude apenas articular con la voz quebrada. Levanté la vista hacia Calpar:— Sentí...— intenté explicar, pero la voz no me salía.
—Lo sé— asintió Calpar, grave.
—¿Por qué no me advertiste?
—Lo hice— protestó él—. Te dije que corrompía el alma. Te dije que su poder acarreaba una gran tentación. Pero las palabras no son suficientes para describir lo que causa la Perla, debías experimentarlo por ti mismo. Recuerda bien lo que sentiste, eso te ayudará a estar mejor preparado la próxima vez que la uses.
Negué con la cabeza.
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Editado: 24.03.2018