—¡Marco! ¡Marco! ¡Despierta!
El aludido abrió los ojos despacio, aturdido, y le costó un rato enfocar a quien estaba a su lado en la cama.
—¿Qué pasa? ¡¿Qué pasa?! —bramó intentando zafarse.
La presión que ejercían sobre su brazo era casi dolorosa, pero se relajó en cuanto vio de quién se trataba. Cora, una de sus compañeras de piso, le zarandeaba como si le fuese la vida en ello, mientras sus ojos oscuros brillaban de preocupación. Marco sonrió socarronamente al comprobar esto último. Vaya, vaya... que aquella chica por la que tenía perdida la cabeza desde hacía casi dos años se preocupase por él, eso sí que era una sorpresa agradable... aunque fuese de aquella manera.
—Hola... —dijo en tono meloso.
Pero a cambio, solo recibió un bofetón que le arrojó contra la almohada. Suspiró; sí, era mucho pedir que Cora le quisiese de la noche a la mañana. No obstante, tampoco era para ponerse así. Se llevó una mano dolorida a la mejilla mientras se incorporaba, algo incrédulo.
—¡Ay! Pero, ¿se puede saber qué te pasa? —le espetó, molesto.
Porque una cosa era no llevarse bien con él y otra muy diferente, pegarle.
—¿Cómo que qué me pasa? —vociferó ella, histérica—. ¡Que casi nos matas de un susto, imbécil!
Marco se quedó sinceramente boquiabierto. ¿Qué... había pasado? ¿Qué había hecho él? Solo recordaba una cosa, y no era precisamente agradable... ¿Sería posible que...?
—¿Qué? —consiguió balbucear al fin, tras reponerse de la sorpresa—. ¿Pero... qué he hecho yo?
Además, tampoco era propio de Cora andarse con paranoias. Pero, para su alivio, la cara de su amiga cambió en ese momento del enfado a la confusión, probablemente como la suya propia un minuto antes. La voz de ella bajó entonces a un volumen normal.
—Te has puesto a temblar como un loco, y... no sabíamos lo que te pasaba —repuso en voz baja.
En su tono se adivinaba un ligero deje de angustia que a Marco le resultó sumamente interesante. ¿Cora preocupándose por él? Ni en sus mejores sueños. Él tenía muy claro sus propios sentimientos hacia aquella muchacha bajita, delgada, de veintidós años, con el cabello corto y rojizo oscuro siempre alborotado. Pero, por desgracia, ella no parecía compartir el mismo interés por él. Marco suponía que podía ser cuestión de tiempo, pero había veces que empezaba a perder la esperanza. En ese momento apareció Ray, su otro compañero de piso, detrás de Cora, y le impidió seguir divagando sobre ella. Sus ojos oscuros tenían el mismo brillo de preocupación que los de la joven, bajo el flequillo moreno y despuntado.
—Eh, oye, ¿estás bien? —le preguntó acercándose a la cama.
También parecía visiblemente preocupado. Marco se preguntó por enésima vez qué narices habría pasado.
—Sí, no sé... —dudó un segundo antes de proseguir. Podía ser eso— estaba teniendo una pesadilla... nada más. No sé por qué me habré puesto a... temblar.
Le costó pronunciar la palabra de lo inverosímil que le parecía, a la vez que miraba a Cora con extrañeza.
—Nos has asustado —aseguró Ray, al parecer aliviado. Marco le miró, inquisitivo. Tenía que haber algo más, lo notaba en el rostro de su amigo—. También... gritabas —añadió entonces este, frunciendo el ceño.
"Venga ya...", pensó Marco, incrédulo. Nunca antes le había pasado eso. Claro que la mayoría de las noches se acostaba agotado de... sacudió la cabeza con rapidez para arrinconar rápidamente aquellos pensamientos. No era el momento de ponerse a pensar en eso.
—¿Gritar... qué, exactamente? —quiso saber, mirando alternativamente a los otros dos.
Pero antes de que pudieran responderle, una imagen volvió vívidamente a sus recuerdos. Sí, era verdad, había gritado al final de la pesadilla..., pero solo había sido una palabra... El nombre de ella. La respuesta de Cora le confirmó sus sospechas.
—El nombre de una de tus últimas amantes, probablemente —le indicó la joven con rencor mal disimulado, como siempre que surgía "el tema"—. Pensándolo bien, quizá ya he sacado en claro por qué te has puesto así...
—Cora, no tiene gracia —la interrumpió Ray con rostro severo.
Ella se calló de inmediato, pero entrecerró los ojos, molesta. Marco sacudió la cabeza, atónito. "Ya estamos otra vez", pensó con amargura, "siempre a vueltas con lo mismo". Cora no era de las que olvidaba fácilmente, aunque hubiese sucedido cinco años atrás.
—Os dejo a los tíos que os las arregléis con cosas de tíos —les espetó, añadiendo una mirada envenenada dirigida hacia Marco, antes de darse la vuelta y salir de la habitación dando un portazo.