El mago observó desde su ventana cómo amanecía sobre el mar, mientras apretaba un papel con fuerza en su puño derecho. Sus ojos chispeaban de rabia y su mandíbula estaba tensa. ¿Cómo era posible? Habían rastreado los espíritus desde que la chica del Fuego murió, habían encontrado a los nuevos depositarios... unos niños, solo eran unos malditos críos inexpertos que probablemente no sabían ni lo que les estaba pasando. Y sin embargo, habían fracasado. Cuando había enviado a sus agentes a la casa a comprobar qué había sucedido, la habían encontrado desierta: ni rastro de las criaturas ni de los cuatro humanos. Sin embargo, el ambiente olía a magia. Apestaba a bruja.
Con rabia, arrojó el mensaje a la chimenea del dormitorio, y se quedó mirando cómo se consumía entre las llamas mientras reflexionaba. Alguien se le había adelantado, y sospechaba que era para protegerles. Por lo tanto, tenía que meditar su estrategia. No podía fallar, su posición dependía de ello.
Volvió ligeramente la cabeza cuando la oyó llegar. Por el rabillo del ojo, vislumbró la túnica verde y blanca que se ceñía al contorno escuálido de su cuerpo, el cual, por otra parte, no carecía de cierta belleza sobrenatural. El mago sonrió con maldad.
—Escribe a nuestro fiel servidor —le indicó a la mujer—, creo que le vamos a necesitar.
Ella alzó la barbilla con expresión curiosa, pero no se movió del sitio.
—¿Sigue de nuestra parte? —preguntó con su voz suave y melodiosa como la brisa.
El mago rio por lo bajo con crueldad.
—Si no es así, haremos que lo esté —aseguró en un susurro malévolo.
Ella se rio a su vez en el mismo tono. Su risa era casi más taimada que la de él.
—Como deseéis, mi señor.
Inclinó brevemente la cabeza a modo de despedida y se dio la vuelta para irse. Su túnica revoloteó tras ella mientras desaparecía por el umbral de la puerta, y él se demoró un segundo mirando el contorno de su espalda. Muchos no entendían qué veía en ella. Sonrió con diversión: que siguieran elucubrando, pensó mientras retomaba su posición junto a la ventana. El mar lucía un color más y más aturquesado cuanto más se alzaba el sol; la niebla cubría el horizonte, como siempre. La sonrisa del mago se ensanchó hasta convertirse en una mueca malévola. El día que atravesara esa niebla, sería para adueñarse del mundo. Y nadie podría impedírselo.
***
Cora abrió lentamente los ojos y cuando miró el reloj, dio un respingo. "Mierda", masculló; eran las dos y media de la tarde, si no se daba prisa no llegarían a la entrevista... ¿Por qué la habían dejado dormirse? Frunció el ceño. Algo no iba bien.
Lentamente, se incorporó en la cama y miró a su alrededor con cautela. Aquella habitación no era la suya: era mucho más sobria, sin adornos, con las paredes lisas pintadas de color pastel, y también era bastante más grande que la que solía ocupar. De hecho, había otra cama un metro más allá, paralela a la suya, y un pijama arrugado de color gris asomaba bajo la almohada, idéntico al que habían colocado a los pies de su cama: un conjunto de algo que parecía raso, formado por un pantalón y una camiseta de manga corta, de color rojo cereza. La colcha de la otra cama también estaba arrugada, como si alguien hubiese estado allí tumbado. Se frotó las sienes, cada vez más confundida. ¿Dónde estaba? Un escalofrío recorrió su espalda. ¿La habrían secuestrado, o algo parecido? Se levantó de un salto, dispuesta a escapar, cuando, de repente los recuerdos llegaron arrasando su cerebro. Jadeó y se sentó de nuevo en la cama, mareada. No era posible. Tenía que haber sido una pesadilla. No solo por lo estrambótico del asunto si no porque, de ser cierto, su vida acababa de dar un vuelco que no estaba segura de poder asumir. Se levantó de nuevo, lentamente y se pasó la mano por el pelo, angustiada. No podía ser verdad. Pero durante aquel gesto, el extraño tatuaje estrellado de su muñeca asomó en su campo de visión como una broma macabra, por lo que bajó la mano de inmediato y se quedó un rato contemplándolo, pensativa. Después, alzó la cabeza con resolución, respiró hondo y se dirigió hacia la puerta. Debía averiguar dónde estaba y qué diablos estaba pasando. Necesitaba confirmar que el mundo no se había vuelto loco de repente.
***
Marco contempló pensativo el fondo de la pequeña fuente mientras trataba de poner en orden sus ideas. Su cerebro era un torbellino desde aquella mañana, cuando había salido de aquella terrible pesadilla e intuía, pero no se atrevía casi a pensarlo, que Marina, los monstruos y la gente que les había sacado de su casa estaban relacionados de alguna forma que escapaba a cualquier tipo de racionalidad. Y eso era lo que más le asustaba.
Había encontrado el jardín por accidente, al perderse por una pequeña escalera lateral de la mansión y salir por la parte de atrás. Sus pasos le habían conducido lentamente hasta aquel rincón, en el que, sorprendentemente, su mente parecía tranquilizarse. Casi se podría decir que sus pensamientos fluían con más serenidad, como las pequeñas corrientes que, a través de canalones de piedra abiertos en el suelo, salían de la fuente para desembocar en dos estanques laterales.