El agua estaba en calma, y el yate avanzaba despacio impulsado por la magia, proporcionada por un cuarzo hechizado, que Akhen había hecho engarzar en el centro del timón de caoba. Lo que le permitía, mientras Ruth dormía después de una mañana, digamos, intensa, sentarse en la borda y pensar con la vista perdida en el neblinoso horizonte.
Habían pasado dos años desde la última vez que la había visto. Ella tenía razón; había estado muy ausente y al final había tenido que irse, pero, ¿cómo explicárselo? Siempre estuvo seguro, y aún lo estaba, de que no lo vería con buenos ojos.
Poco después de su boda, dos días después de volver de la luna de miel, había recibido un mensaje de su cuñado. Decía: "Te espero en el rincón a medianoche. Sé puntual, y asegúrate de que Ruth se ha dormido cuando vayas a salir". No llevaba firma, pero Akhen reconoció la letra. Ya entonces, sospechaba que sería algo más que un simple encuentro entre parientes. Algo que le confirmó el discurso de Gregor cuando se encontraron. Tras los saludos de rigor, le dijo:
—Akhen, creo que sabes por qué te he hecho venir.
—Ojalá lo supiera —había contestado él, aunque notando cómo una pequeña gota de sudor frío se escurría sobre su espalda.
Gregor se había reído.
—Akhen, el mundo está cambiando —había dicho el mago— lo sabes tan bien como yo.
—Sí —había contestado él, cauteloso—, pero creo que para nosotros las cosas seguirán igual, Greg.
Entonces, el semblante de Gregor se había ensombrecido y había susurrado unas palabras que hasta el momento, no había sido capaz de olvidar.
—¿Estás seguro de ello?
—¿A qué te refieres? —había preguntado él, inquieto. Otra vez el sudor frío. No le gustaba aquel tono de voz ni aquella situación.
Pero después, Gregor se había metido las manos en los bolsillos y había echado a andar con supuesta indiferencia. Akhen le había imitado. Tras unos minutos, su cuñado había vuelto a hablar:
—Akhen —había dicho en tono casi paternal, algo que a él no le había gustado— sabes que Morgana y su familia defienden un cambio en la política que llevamos manteniendo hasta ahora —se había reído con fría ironía—. Un cambio que implica a ciertos espíritus de una forma que no podemos permitirnos.
—Los Elementos.
—En efecto, veo que lo vas comprendiendo —le había pasado un brazo por los hombros—. Y quiero que entiendas algo, que yo desde Avalon veo pero que desde fuera es difícil —entonces se había detenido, le había mirado a los ojos, y le había dicho en un siseo—: los Elementos acabarán gobernándonos.
Akhen se le había quedado mirando como si se hubiese vuelto loco. Pero en un remoto rincón de su interior, algo se había removido, algo hacía tiempo escondido y sepultado que, tras aquellas palabras, intentaba volver a salir a la superficie. Y Gregor lo sabía desde siempre.
—¿Cómo lo sabes? —había preguntado Akhen.
Gregor se había reído de nuevo, sin pizca de alegría.
—Porque ya le he oído a Morgana hablando con sus consejeros —había dicho, con un suspiro dramático—. Quiere encontrar a los Elementos, reunirlos, y cumplir la Profecía de los Elementos.
Entonces Akhen había palidecido de verdad, y comenzado a temblar.
—La Profecía...
—Sabes lo que eso puede significar —había apuntado Gregor.
Su cuñado había asentido. Y dos segundos después, había pronunciado cuatro palabras fatales:
—¿Qué tengo que hacer?
A partir de ese momento, Akhen había sido el segundo de a bordo de Gregor. Por las noches, huía de casa como un chiquillo mientras Ruth dormía profundamente, y se había reunido con él en secreto en los rincones más oscuros de la ciudad. Hasta que, seis meses después, mientras estaban sentados en un bar, Gregor le dijo:
—Ven conmigo.
—¿A dónde? —había preguntado Akhen.
—A Avalon —había dicho él con una amplia sonrisa.
Aquel día, casi se le veía ilusionado. Incluso tenía un brillo extraño en los ojos cuando se lo propuso. Aunque quizá fuese por la cantidad de alcohol que había bebido.
—Greg, no puedo, yo... —su cuñado había intentado excusarse— tengo a Ruth... No sé si te lo he contado... está embarazada.
—¿De veras? —Gregor parecía sorprendido, pero sonrió—. ¡Me alegro por ti, hombre!
Alzó su vaso para brindar, pero Akhen no le secundó.
—Greg —le advirtió en tono severo—, estás borracho.
Entonces, el semblante de Gregor había cambiado a la velocidad del rayo. De pronto, le miraba serio... Y su cuñado creyó detectar un velo de amenaza en el fondo de sus iris oscuros.