La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

PRIMERA PARTE: El Prisionero - CAPÍTULO 6

—¿Qué son los sacerdotes de la Nueva Religión? Nunca había oído hablar de ellos. ¿Y qué les da derecho a ejecutar a una persona por no compartir sus ideas?— preguntó Dana, acercando una silla de madera para sentarse junto a Zenir.

            —Has estado fuera de circulación mucho tiempo— dijo él—. Hace ya varios años que comenzaron a aparecer estos sacerdotes en distintos poblados, especialmente en el sur. Son un grupo de fanáticos. Erigieron templos y una estructura jerárquica, y comenzaron a predicar las enseñanzas de Lug.

            —¿Las enseñanzas de Lug? ¿Qué enseñanzas de Lug?

            Zenir se encogió de hombros.

            —Toda clase de ceremonias y rituales inventados para honrar su muerte y venerarlo como a un dios.

            —¿Venerarlo? Lug nunca hubiera querido ser venerado por nadie— dijo Dana.

            —Por supuesto que no, pero la gente les cree y los sigue. Y los que no los siguen...

            —Terminan ejecutados— concluyó ella. La sangre se le estaba empezando a calentar al escuchar sobre aquella falsa religión que disfrazaba el asesinato como un acto de fe en Lug. Estaba segura de que si Lug supiera de esto, la sangre le herviría también. Pero Lug estaba muerto y no podía defenderse, no podía desasociar su nombre de aquella abominación. Lug había luchado por la libertad, y eso incluía la libertad de ideas. Si estos supuestos seguidores de sus enseñanzas querían creer en él como en un dios, allá ellos, pero eso no les daba derecho a matar a todos los que no pensaran como ellos.

            —¿Quiénes son estos sacerdotes? ¿De dónde sacan sus ideas?

            Eso era otra cosa que le molestaba. Estaba segura de que ninguno de esos fanáticos había conocido personalmente a Lug, o hablado con él, o siquiera conocido sus ideales.

            —No importa de dónde sacan sus ideas, da lo mismo. Esto no es una cuestión de ideología.

            —¿Entonces?

            —Es una cuestión de poder, siempre lo es. En los poblados donde hay un Templo de la Nueva Religión, estos sacerdotes lo controlan todo y a todos. Tienen a pueblos enteros a sus pies.

            —Pero, ¿de dónde vinieron? ¿Quiénes son?

            —No lo sé, pero su aparición y el desarrollo de su dominio están demasiado bien organizados para ser casuales.

            —¿Crees que hay una mente maestra? ¿Alguien que está orquestando todo esto?— fue una afirmación más que una pregunta.

            Zenir asintió.

            —Pero, ¿qué planean?

            —No lo sé.

            Dana se puso de pie y volvió a la mesa a seguir cortando vegetales, pensativa.

            —¿Por qué estaba Ema en Cryma, en medio de esos sacerdotes?— preguntó de pronto.

            —Al parecer, llegó a Cryma mucho antes que los sacerdotes, vivió allí muchos años, actuando como la Sanadora del pueblo.

            —No tiene sentido. Se suponía que debía huir lo más lejos posible de Polaros, lo  más lejos posible del Bosque de los Sueños, para proteger a su hijo, para protegerte a ti. ¿Por qué se detendría en Cryma?

            —No lo sé. Intenté averiguar lo más que pude, pero la gente de Cryma es reticente a hablar con extraños. Si seguía hurgando sobre el tema, iban a denunciarme al Templo y entregarme a los sacerdotes. Cryma es un lugar peligroso al estar bajo el dominio de la Nueva Religión, no se puede confiar en nadie. El más amistoso lugareño puede entregarte a los sacerdotes para congraciarse con ellos. Solo alcancé a hacer unas pocas preguntas y a poner un ramo de jarandas en su tumba, eran sus flores favoritas.




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