Dana abrió los ojos de pronto, un sudor frío le corría por las sienes, las manos le temblaban. Tardó un momento en enfocar la vista. Lentamente, miró en derredor, tratando de orientarse. Estaba tirada sobre el piso de madera de la cabaña de Zenir. Mirando hacia un costado, vio un cuenco de cerámica hecho pedazos, su contenido esparcido por el piso. Recordó que había estado preparándose el almuerzo. Debió desmayarse mientras llevaba el cuenco a la mesa.
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, pero durante ese tiempo, había tenido la más horrible de las pesadillas. Se apoyó sobre un codo, tratando de levantarse, mientras procuraba tranquilizar su agitada respiración y el galope desbocado de su corazón. Se sentó en el suelo y se llevó una mano temblorosa al pecho, tratando de calmarse, pero el horror de lo que había visto no abandonaba su mente.
Una y otra vez lo veía a él con las manos atadas a la espalda, parecía ido, apenas consciente, mientras dos de aquellos sacerdotes lo levantaban y le ponían una soga al cuello. Había una gran multitud reunida alrededor de la plataforma de madera donde tenían a Lug. Dana reconoció el árbol que estaba junto a la plataforma. Cryma. Desesperada, había gritado su nombre, había extendido su mano tratando de alcanzarlo. Quería correr hacia él, sacarlo de ahí, rescatarlo, pero las piernas no le respondían, no podía moverse, solo podía ver cómo iban a matarlo y ella no podía hacer nada. En un momento, él había levantado apenas la cabeza y la había mirado a los ojos con una sonrisa triste. Ella sintió que se derretía. Mientras las lágrimas le corrían por el rostro, seguía gritando su nombre, seguía luchando ferozmente con todas sus fuerzas por moverse, por llegar hasta él. Congelada en aquel lugar, vio sus ojos llenos de lágrimas fijos en los de ella, vio sus labios formar las palabras “te amo”. Quiso responderle, pero todo se volvió negro de repente, y las imágenes desaparecieron.
Sentada en el piso de madera de la cabaña, Dana dio rienda suelta a su angustia y lloró amargamente un buen rato. Cuando por fin se calmó, se levantó del piso y fue al pozo de agua detrás de la cabaña para lavarse la cara. Atada a un árbol cercano, Brisa dejó de comer hierba para mirarla. Ella fue hasta el animal y apoyó la mejilla en su suave cuello, acariciando su pelaje con la mano, buscando consuelo. Zenir había partido hacía dos días junto con los unicornios, satisfecho de que al menos ella había aceptado a la yegua. Ella cerró los ojos y agradeció en silencio aquel regalo.
Dana entró nuevamente en la cabaña, y comenzó a limpiar el estofado desparramado y los trozos de cerámica rotos. Con la mente más calmada, intentó analizar racionalmente lo que había pasado. Solo había sido un sueño. Había combinado elementos de la historia de Ema y su ejecución con su añoranza por Lug, y su mente lo había embrollado todo en una horrible pesadilla.
Pero había cosas que no encajaban. No había estado durmiendo, había estado preparando el almuerzo y se había desmayado. ¿Se podía soñar durante un desmayo? Sí, tal vez era perfectamente posible. Aun así, lo que había sentido era diferente. Tal vez hacía muchos años que no lo sentía, pero aun así, podía reconocerlo sin lugar a dudas: lo que había sentido al desplomarse era la apertura de un canal. Solo que este canal no lo había abierto ella, lo había abierto él. Normalmente, solo se podían escuchar palabras a través del canal, siempre era un canal auditivo, pero este canal había sido diferente, había sido un canal visual. Sí, Dana se dio cuenta que durante toda la extraña pesadilla, solo había percibido imágenes sin sonido. Aun cuando ella había gritado incansablemente su nombre, no había podido siquiera escuchar su propia voz.
Pero si realmente se trataba de un canal, si no era un sueño, entonces la sensación que había tenido hacía varias noches de que Lug había vuelto al Círculo, de que estaba vivo, también era real. Su momentánea esperanza de volver a verlo se disolvió abruptamente al recordar la visión de él siendo ahorcado en Cryma. ¿Era posible? ¿Lug había vuelto solo para morir a manos de los sacerdotes de la Nueva Religión? ¿Para morir antes de que ella pudiera reencontrarse con él, salvarlo? ¿Podía ser tan cruel el destino?
Dana se desplomó en la cama. Las lágrimas no tardaron en empezar a correr de nuevo por su rostro. Si hubiera prestado más atención a la sensación de que él había vuelto, si hubiera salido a buscarlo, habría podido evitar que lo mataran. Le había fallado una vez más, había dejado que muriera otra vez. El desconsuelo y la culpa le oprimieron el pecho. Las heridas de su alma, que habían comenzado a sanar lentamente con los años, se abrieron nuevamente, hundiéndola en la desesperación.
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Editado: 12.10.2019