A la mañana siguiente, como Lug había tenido la última guardia, comenzó a preparar el desayuno para que estuviera listo cuando sus dos amigos se despertaran. Había pasado buena parte de la noche pensando cómo liberar Cryma. Había pensado que podía usar su habilidad para controlar a los sacerdotes, pero luego descartó la idea. A duras penas había podido controlar a tres a la vez, y cuando había intentado con un cuarto, no había podido detectar a tiempo sus intenciones para evitar el golpe en la cabeza, y había terminado indefenso en una celda recubierta con balmoral. Además, si la propia gente del pueblo se ponía en su contra y lo atacaba, no podría detenerlos a todos.
Había habido un tiempo en que había comandado ejércitos enteros, que había sido respetado y todos le pedían consejo, ahora no era más que un fugitivo, escapando de un grupo de fanáticos que irónicamente decían adorarlo. Todo estaba de cabeza, nada tenía sentido. Al menos tenía a Ana y a Colib de su lado. Su nueva aventura en el Círculo comenzaba otra vez en Cryma y de la mano de dos amigos. Su madre tenía razón: los eventos tendían a repetirse.
Pero aunque la ayuda de Ana y Colib había sido inconmensurable, no era suficiente para destronar a los que ostentaban el poder en Cryma. Necesitaba más ayuda. Necesitaba contactar a sus viejos amigos, y sabía exactamente quién podía tener información para encontrarlos.
Lug rozó suavemente el brazo de Ana para despertarla. Ella se refregó los ojos, soñolienta.
—Huele bien— dijo con una sonrisa al ver la taza de té humeante que Lug le ofrecía.
—Te dije que tenía varias habilidades— sonrió él.
La conversación despertó a Colib, y Lug le alcanzó también una taza de té.
—¿Qué clase de té es éste? Nunca había probado algo así— preguntó Ana.
—Es un té de otro mundo— respondió Lug, enigmático.
En efecto, el té estaba hecho con hebras que Nora había empaquetado y puesto en su mochila.
—Y tengo algo más que creo les gustará— anunció Lug, revolviendo su mochila.
Sacó un paquete de bizcochos y un frasco de vidrio con una pasta cristalina. Untó un bizcocho y se lo alcanzó a Ana.
—Pruébalo.
—Parece miel, pero el sabor es diferente— comentó Ana con la boca llena.
—Es mermelada de durazno— explicó Lug.
—¿También de otro mundo?— preguntó Ana.
—Sí— confirmó Lug.
Colib extendió su mano, ansioso por probar, cuando Lug le alcanzó un bizcocho untado con la mermelada.
—Es exquisito— dijo, chupándose un dedo en el cual se había derramado un poco de la mermelada.
—Después de desayunar, partiremos a buscar ayuda para volver y liberar a Cryma— anunció Lug.
—¿Adónde iremos?— quiso saber Colib.
—Conozco a un hombre que puede tener información confiable de dónde encontrar a mis viejos amigos. Vive en Polaros.
—¡Polaros!— exclamó Ana, poniéndose de pie de un salto—. No, no podemos ir a Polaros.
—¿Por qué no?— inquirió Lug.
—No iremos a Polaros— dijo ella, rotunda. Parecía sumamente agitada ante la mera mención del nombre de aquella ciudad.
Ana tomó la manta sobre la que había dormido y se envolvió en ella, saliendo de la ruinosa cúpula para estar un momento a solas y tratar de calmarse.
—¡Ana!— la llamó Lug sin comprender su actitud. Luego se volvió a Colib: —¿Qué le pasa?
Colib solo se encogió de hombros.
La mañana estaba fría, las hojas de los árboles goteaban rocío y la hierba estaba cubierta de una escarcha blanquecina. Ana ajustó más la manta alrededor de sus hombros, temblando de frío. Pero su frío no se debía tanto al clima como a la mención de Polaros. Desde que tenía uso de razón, la mención de Polaros había hecho palidecer el rostro de su madre. Había algo en aquella ciudad que aterrorizaba a su madre. Nunca le había contado mucho sobre el asunto, pero con los años, Ana había llegado a deducir que Polaros era el lugar de donde su madre había huido.
En el breve momento que había tenido para despedirse de ella, mientras la tenían encadenada del cuello como a un animal en una de las celdas bajo el Templo, su madre le había hecho dos importantes revelaciones antes de morir. A Ana se le hizo un nudo en la garganta al recordar aquellos últimos momentos con su madre. Arrodillada junto a su madre, no había podido parar de llorar, abrazándola con fuerza sin darse cuenta que su abrazo le renovaba el dolor de las heridas de la tortura. Su madre no se había quejado. Prefería soportar el dolor físico con tal de poder disfrutar de ese último abrazo. Con manos temblorosas, le había tomado el rostro a su hija de apenas quince años, y secándole las lágrimas con los dedos, la había obligado a mirarla a los ojos para decirle algo importante. Ana logró a duras penas parar de llorar por un momento para escuchar las últimas palabras de su madre. Su madre le había hecho prometer que nunca iría a Polaros y que se cuidaría de cualquiera que viniera de allí. Ana había intentado preguntar por qué, pero su madre, escuchando a los guardias que ya venían a llevarla, no había tenido tiempo de explicar más, y solo había atinado a hacerle una última revelación: Ana tenía un hermano mayor. No había habido tiempo para más, los guardias entraron abruptamente en la celda y la separaron bruscamente de su madre, llevándola afuera. Había miles de preguntas en la cabeza de Ana, tantas cosas que necesitaba saber, pero solo hubo tiempo para que su madre le murmurara que la amaba. Sus últimas palabras fueron un ruego ahogado, le suplicó que la perdonara por dejarla así. Aquella había sido la última vez que había hablado con su madre.
#1315 en Fantasía
#801 en Personajes sobrenaturales
#1860 en Otros
#116 en Aventura
Editado: 12.10.2019