Pol paseó la mirada entre sus compañeros de celda, y luego la volvió al guardia que esperaba impaciente. Debía haber una confusión, la visita que el guardia anunciaba no podía ser para él. Él no podía recibir visitas.
—Vamos, ¿quién de ustedes es Pol?— volvió a preguntar el guardia.
Pol dio un paso al frente.
—Yo soy Pol— anunció—. Señor, ¿está seguro de que la visita es para mí?
—No te entusiasmes, Pol— le dijo el guardia, tomándolo del brazo y girándolo para inmovilizarle las manos en la espalda con un dispositivo especial—. No es una linda chica, es un viejo, y no viene a charlar contigo, viene a interrogarte en nombre de Eltsen.
Pol tragó saliva, aquello no podía ser bueno. Si alguien venía a interrogarlo en nombre de Eltsen, significaba que venía enviado por Malcolm. Tal vez Malcolm se había arrepentido de haberlo dejado vivir.
Pol siguió al guardia con pasos reticentes hasta una habitación en el área de visitas. El guardia lo hizo entrar y lo hizo sentar en una silla ante una mesa. Lo dejó allí sentado, solo, y se retiró de la habitación. Pol nunca había estado en una habitación de visitas. Miró en derredor a las paredes desnudas, inmaculadamente blancas. La silla donde estaba sentado, la mesa, y la silla del otro lado de la mesa también eran blancas. Su uniforme rojo resaltaba como una mancha de sangre entre toda aquella blancura. Pol se sentía vulnerable y tan desnudo como aquellas paredes.
Cuando escuchó la puerta abrirse, se le hizo un nudo en el estómago, pero trató de mantener la compostura.
—Este es un asunto privado que no puede quedar registrado— escuchó una voz autoritaria—. Nadie debe saber lo que va a pasar aquí dentro.
Pol tragó saliva. Sintió que el collar electrónico de control rodeando su cuello lo sofocaba, una visita sin registro solo podía implicar tortura ilegal.
—Entiendo, señor. Le aseguro que hemos desconectado los sistemas de vigilancia como lo pidió— respondió el guardia.
—Bien— dijo el viejo, entrando en la blanca habitación.
Cuando Pol lo vio entrar, abrió grandes los ojos y la boca, azorado, poniéndose de pie de un salto. Aquel hombre era la última persona que hubiera imaginado ver entrar por aquella puerta.
Calpar miró a Pol con fingido desprecio, y antes de que Pol pudiera articular palabra, se dio vuelta hacia el guardia y preguntó:
—¿Éste es el prisionero?
—Sí, señor, éste es Pol— contestó el guardia.
—Hmm— asintió Calpar—. Lo necesito con las manos libres— indicó Calpar con la cabeza hacia Pol.
—Pero, señor— protestó el guardia—, éste es un prisionero peligroso...
Calpar sonrió con suficiencia.
—Yo soy más peligroso que él— aseguró—. Además, tengo el control remoto del collar.
El guardia asintió y liberó las manos de Pol, poco convencido.
—Déjenos solos— ordenó Calpar.
El guardia volvió a asentir y salió de la habitación, cerrando y asegurando la puerta tras de sí. Calpar se volvió hacia Pol:
—¡Oh, Pol! ¡Amigo!— exclamó, extendiendo los brazos.
Pol se arrojó en sus brazos, loco de contento.
—Calpar, no puedo creerlo, ¿qué haces aquí? ¿cómo te permitieron verme?
—Fynn me ayudó— dijo Calpar—. Me presentó como a un interrogador especial enviado por Eltsen.
Pol asintió:
—Fynn es uno de los nuestros.
Calpar señaló hacia la mesa con la mano y ambos se sentaron. Calpar apoyó el control remoto del collar sobre la mesa. Pol lo miró de soslayo con aprensión. Pol nunca les había dado motivos a los guardias para que usaran el control de su collar, pero había visto a otros prisioneros revolverse en el piso a los gritos, rogando a los guardias que detuvieran el dolor. La función principal del collar era la de localizar a los prisioneros en todo momento. Si un prisionero se encontraba en un área indebida o intentaba escapar, el collar automáticamente estimulaba los nervios de la espina dorsal, paralizando al prisionero y causando un dolor insoportable. En caso de mal comportamiento, los guardias podían usar el control remoto para provocar dolor e inmovilizar a un prisionero rebelde.
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Editado: 12.10.2019