—¿Está seguro de que mi padre está muerto?— preguntó Ana, desconfiada.
—Sí— asintió Lug con seguridad—. Su nombre era Efran, se acercó a tu madre y la enamoró, incluso se casó con ella, pero sus verdaderas intenciones eran sacarle información sobre su padre, tu abuelo. Efran era un espía, un informante de los Antiguos. Tu madre escapó de él cruzando las sierras de Rijovik hacia el bosque de los Sueños. Él la siguió, pero fue atacado por tetras.
—¿Qué son tetras?
—Seres especiales, se mueven más allá de las tres dimensiones que conocemos y no son muy amigables con los humanos.
—¿Y qué pasó?
—Los tetras le sacaron lo de dentro hacia afuera. Efran murió con las entrañas colgando, delirando en insoportable agonía.
Ana permaneció en silencio. No sabía exactamente cómo debía sentirse ante la horrenda muerte de su padre. No sabía si alegrarse de que hubiera sufrido o sentir pena por él. Lo que sintió sin dudas fue un gran alivio. Ya nadie la perseguía, ya no tenía que seguir viviendo con ese miedo que había vivido su madre toda la vida. Pero aquella historia no explicaba el misterio de las jarandas en la tumba de su madre.
—Pero si no fue él quien puso las flores, ¿quién pudo ser?
—¿Qué más sabes sobre ese extraño?— preguntó Lug.
—Nada que sirva. La gente imagina muchas cosas, algunos hasta llegaron a decir que el extraño montaba un unicornio— dijo Ana.
Lug sonrió.
—Sí, ya sé, es de lo más ridículo— dijo Ana, malinterpretando su sonrisa.
—Ana— le respondió Lug—, creo que el que puso esas flores fue tu abuelo, el padre de tu madre.
—¿Cómo puede saber eso?— preguntó Ana, incrédula.
—Porque yo lo conocí bien. Un anciano montando un unicornio y relacionado con tu madre solo puede ser él. Su nombre es Zenir, bueno, su verdadero nombre es Cathbad. Él es uno de los ex-Antiguos. Escapó de Bress y le hizo creer que estaba muerto. Efran descubrió a través de tu madre que en realidad estaba vivo, pero murió antes de poder revelar esa información al enemigo.
La noticia de que además de tener un hermano tenía un abuelo le iluminó el alma. Había estado tan sola durante tanto tiempo... ahora descubría que en realidad tenía una familia. Lamentó que el miedo constante que había heredado de su madre la hubiera privado de conocer a su abuelo. Lorin no le había hablado de ella a su abuelo para protegerla. Su protección la había separado de la poca familia que le quedaba en el mundo.
Ana pensó que si Lug sabía tanto sobre su familia, tal vez...
—Antes de morir, mi madre me dijo que tenía un hermano. ¿Sabe algo de eso?
Lug asintió.
—Su nombre es Akir, debe ser un año mayor que tú. Cuando tu madre huyó, debió dejarlo al cuidado de sus tíos, en Polaros.
—¿También tengo tíos?
—Frido y Bianca. Son los dueños de la posada La Rosa en Polaros.
—¿También son hijos de Zenir?
—No, Bianca es hermana de tu padre.
—Entonces también es parte del enemigo, ¿cómo pudo mi madre dejar a mi hermano con ella?
—No tuvo mucha opción— se encogió de hombros Lug—. Frido es un buen hombre, y Bianca... bueno, no creo que haya sabido que su hermano era un espía.
—Para haber estado fuera de circulación por diez años, sabe muchas cosas— intervino Colib.
—No lo suficiente— respondió Lug, apesadumbrado—. Si hubiera sabido sobre la Nueva Religión, no me habría metido en tantos problemas y no les habría causado tantos problemas a ustedes. No habrían tenido que abandonar Cryma.
Ana le dio un sorpresivo beso en la mejilla.
—Yo me alegro de haberlo ayudado, y además, hacía mucho tiempo que quería escapar de Cryma.
—Sí— confirmó Colib—, Cryma ya no era un buen lugar para vivir de todas formas.
—Buscaremos ayuda y volveremos para hacer de Cryma un buen lugar para vivir otra vez— prometió Lug.
—¿Y Polaros?— preguntó Ana, esperanzada. Ahora que sabía que su hermano y sus tíos vivían allí, y que su padre ya no era una amenaza, deseaba lo que nunca hubiera imaginado desearía: deseaba ir a Polaros. Pero Polaros también estaba dominado por los sacerdotes de la Nueva Religión y no era seguro para ninguno de los tres.
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Editado: 12.10.2019