Cuando Frido volvió a su morada, encontró a Ruwald revolviendo su bolsa.
—¿Qué...?
—Órdenes del rey— se escudó Ruwald.
—Empiezo a creer que el rey me citó para darte tiempo a revisar mis cosas.
El guardia personal de Frido solo sonrió sin contestar. Ruwald era un hombre singular. Sabía todo lo que se necesitaba saber para estar al lado de un rey y serle de utilidad. Había trabajado en Kildare en todas las ramas posibles: herrero, carpintero, mayordomo, guardia, espía, consejero y decenas más. Actualmente era tenido en alta estima por Neryok. Pero por sobre todas las cosas, Ruwald era un viajero, y como viajero, sabía cómo organizar un bolso de viaje.
—¿Qué se supone que es esto?— inquirió Ruwald, sacando un artefacto dorado de la bolsa.
—Es una vieja lámpara— explicó Frido—, ya no funciona, pero es un recuerdo de familia.
—¿Significa eso que no sirve para nada?
—Bueno...
—Mi querido amigo— continuó él, sacando cosas de la bolsa y esparciéndolas sobre la cama—, todas estas cosas no le sirven a un viajero y por lo tanto deben quedarse en casa.
—Pero...— protestó Frido débilmente.
—Nada de peros. Esta no es una excursión turística.
—De acuerdo— dijo, palmeándose los muslos—. ¿Qué sugieres?
Aquella era la pregunta que Ruwald había estado esperando y lo que le había encomendado el rey. Frido se sintió un poco molesto al principio, al ver todas las cosas que Ruwald apartaba, pero se calmó al escuchar sus explicaciones de por qué esto se podía llevar y aquello no. Frido debió admitir que Ruwald era mucho más coherente que él.
Cuando Ruwald terminó de ayudarlo con su equipaje, Frido suspiró y dijo:
—Parece que ni siquiera soy bueno para armar mi propio equipaje.
—No te pongas así— dijo Ruwald—, todos sabemos alguna cosa que los demás no saben...
—No me vengas con eso Ruwald, tú sabes de todo.
—Eso no es del todo cierto— respondió él—. Yo no sé leer, y por lo tanto tampoco escribir.
—¿Qué?— se sorprendió Frido.
—Como lo oyes.
—Eso es algo que habrá que solucionar— decidió el tabernero.
—En verdad me gustaría aprender— aseguró Ruwald.
—Entonces hagamos un trato: tú harás de mí un buen viajero y yo haré de ti un buen lector, ¿qué dices?
—Me parece un trato justo y redituable.
—Hecho, entonces.
Frido nunca se hubiera imaginado que Ruwald no sabía leer, pero en fin, Ruwald había sido mensajero muchos años, y la costumbre era no enseñar a los mensajeros a leer para que no pudieran violar la correspondencia entre los notables. Bueno, después de todo, Calpar (a quien no se le escapaba ni un detalle) había escrito su carta en el idioma de Yarcon para que el propio Frido no cayera en la tentación de leerla, así que el tabernero no tenía por qué asombrarse tanto.
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Editado: 12.10.2019