La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 55

Cuando lo vio aparecer entre los árboles, Lug apretó los dientes y subió la espada, sosteniéndola con las dos manos. Mandel cargó hacia él con un enorme cuchillo en alto. Corría a toda velocidad hacia él mientras profería un grito de guerra que erizaba la piel. Lug no necesitó estudiar su mente para saber que aquel no era el Mandel normal. La forma con que se había lanzado a atacarlo con un frenesí asesino era clara indicación de que tenía las mismas órdenes de Goster implantadas en el cerebro. Su avance era tan vertiginoso que no había tiempo de intentar contrarrestar aquellas órdenes. Lug apretó más la espada en sus manos y separó las piernas, preparándose para el inevitable y sangriento encuentro.

De repente y sin previo aviso, los ojos de Mandel se abrieron desorbitados, su grito se cortó en seco y fue reemplazado por un gemido ahogado. Sorprendido, Lug vio como Mandel caía de rodillas. El cuchillo cayó de su mano, rebotando en la hierba, y Mandel se derrumbó del todo de cara contra el suelo. Lug no le había hecho nada.

Desconcertado, Lug avanzó unos pasos hacia el caído Mandel, la espada apretada en su mano derecha. Al observarlo más de cerca, vio un puñal clavado en su espalda.

—¿Le di?— escuchó una voz entre los árboles.

Lug levantó la espada con desconfianza al ver al dueño de la voz avanzar hacia él. Era un individuo flaco de manos grandes, tenía cabello negro y lacio que le llegaba hasta los hombros. Sonreía a través de unos labios finos, mientras sus ojos negros y penetrantes lo estudiaban de arriba a abajo. Vestía un atuendo gris.

—¡Ah! Justo en el blanco— dijo, agachándose y sacando el puñal de la espalda de Mandel. Limpió la sangre en la sotana negra de Mandel y guardó el puñal en una vaina que le colgaba del cinto.

—¿Se encuentra bien?— le preguntó el desconocido a Lug.

Lug no contestó, tampoco envainó la espada. Había algo muy extraño en aquel hombre, algo que impedía que Lug se comportara como debería comportarse alguien a quién le han salvado la vida. Lug no estaba seguro de sentir gratitud por aquel hombre. Lo que sentía era desconfianza, porque aquel hombre no tenía patrones. Lug podía verlo y escucharlo, pero su mente no podía percibir nada en su cerebro, era como si estuviera allí, sin estar realmente allí. La última vez que Lug había sentido algo así había sido en la celda de madera de balmoral. Pero no había balmorales allí.

—¿Quién es usted?— inquirió Lug.

—Estos malditos sacerdotes son una plaga. No se contentan con invadir y dominar pueblos enteros, parece que también andan por los caminos atacando a la gente. Claro que en su caso, el ataque les ha de haber parecido más que justificado. Usted no es un hereje común— dijo el extraño.

—¿Quién es usted?— repitió Lug.

La conducta poco amigable de Lug no disminuyó su sonrisa.

—Mi nombre es Math— dijo el extraño, extendiendo su mano derecha para estrechar la de Lug y dejando ver deliberadamente el brazalete con la Perla en su muñeca.

Lug dio tres pasos hacia atrás y levantó la espada, apuntándola hacia Math.

—¡Quédese donde está!— le gritó Lug, tratando desesperadamente de recordar.

Dana había mencionado el nombre de Math. Era uno de los Antiguos, la Perla lo confirmaba y también explicaba por qué Lug no había percibido sus patrones. Lug sabía que mientras Math usara la Perla, él no podría usar su habilidad para defenderse o para atacar al Antiguo. Su única esperanza era la espada. ¿Pero sería su espada suficiente para contrarrestar la habilidad de Math? ¿Cuál era la habilidad de Math? Eso era lo que su mente trataba desesperadamente de recordar. No, ni Dana ni Calpar habían mencionado nunca cuál era. No había habido tiempo. Había estado tan preocupado y obsesionado con la habilidad de Ailill que no se había interesado por preguntar sobre las habilidades de los demás Antiguos. Dana lo hubiera sabido. Dana había sido su guía, su consejera, pero ahora ella estaba muerta, y él tendría que arreglárselas solo. ¡Cómo la extrañaba!

Lug recordó de pronto que aun tenía el anillo con la Perla en su bolsillo. El anillo que su madre había dejado para él. Usarlo era peligroso, pero Lug no estaba seguro si no era más peligroso estar expuesto a la habilidad de Math, cualquiera que fuera. Sin pensarlo demasiado, Lug cambió de mano la espada para dejar libre su mano derecha y poder meterla en el bolsillo donde estaba el anillo. Pero su mano se detuvo al ver que Math se arrodillaba en el suelo y bajaba la cabeza.




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