La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 67

Marta vio el Templo y se dirigió hacia allá con paso firme y resuelto. Si tenía el mismo diseño que el de Cryma, no sería difícil introducirse por la cocina. Le había tomado más de una hora convencer a Dana de que la esperara en las afueras de Polaros, de que la presencia de alguien como ella llamaría demasiado la atención. En cambio, Marta podría pasar fácilmente desapercibida con sus ropas simples y su físico un tanto regordete. Además, había vivido en el Templo de Cryma por muchos años y sabría cómo manejarse en el Templo de Polaros, sin levantar sospechas. Dana le había hecho mil recomendaciones, y Marta le había dicho que se quedara tranquila, que en esto, ella sabía más. Dana solo había suspirado y se había quedado oculta en una de las numerosas cuevas en las sierras de Rijovik, esperando el regreso de Marta.

Marta sonrió para sus adentros cuando probó el picaporte de la puerta de la cocina adyacente al Templo y la encontró abierta. Entró con decisión, como si fuera la dueña del lugar.

—¿Quién es usted?— le espetó una mujer flaca y de aspecto macilento que se secaba las manos en su delantal.

—¿El Supremo no le avisó de mi llegada?— le respondió Marta, sorprendida.

—El Supremo tiene cosas más importantes que estar avisándome de la llegada de nuevos miembros del Templo.

—Tiene razón— concedió Marta—. Soy la nueva ayudante de cocina— se presentó, estrechando una mano.

La mujer la miró, dubitativa.

—¿Ayudante?

Marta paseó la mirada por la cocina. Había mucha más vajilla que en el Templo de Cryma. Sin duda, al ser Polaros un pueblo mucho más grande que Cryma, albergaba a muchos más sacerdotes a los que atender. Marta decidió aferrarse a su historia.

—Sí, creo que finalmente escucharon sus pedidos.

La mujer se quedó mirándola por un momento.

—No puedo creer que el Supremo haya prestado atención a mis quejas de falta de personal...— murmuró. Y luego estrechó la mano de Marta con una sonrisa: —Bienvenida. Las cosas han estado complicadas desde que Bianca nos dejó.

—Gracias. ¿Quién es Bianca?

—Era— corrigió la mujer—. Trabajaba conmigo en la cocina. Era una pobre mujer, la esposa del dueño de La Rosa.

Marta se interesó de golpe. Dana le había hablado de la Rosa, le había dicho que sus dueños eran Frido y Bianca, y que junto con su sobrino Akir, atendían la posada que era famosa en todo el Círculo. Le dijo que si Lug había pasado por Polaros, era seguro que se había contactado con ellos.

—¿Qué le pasó?

—Las cosas empezaron a ir mal para la posada, ya casi no tenían clientes, así que Bianca pidió trabajo en el Templo. El Supremo la acogió con los brazos abiertos, pero el hereje de su marido se opuso a la decisión de Bianca de intentar salvar a la familia y se separaron. Luego Frido, su esposo, bueno, ex-esposo, desapareció de Polaros, dejando al joven Akir al mando.

—¿Akir?

—Su sobrino.

—Ahhh— asintió Marta.

—¿Cuándo desapareció el ex-marido?

—Hace varios meses ya. La pobrecita de Bianca no lo pudo soportar y se quitó la vida.

—Ohhh.

—Y ahora el muchacho...

—¿Qué pasó con el muchacho?

—Muerto también, asesinado.

—¿Asesinado?

—Al parecer por un extranjero. Un anciano que venía montado en un unicornio.

—¡Unicornio!— exclamó Marta. ¿Sería posible que el abuelo de Ana hubiera pasado por Polaros?

—Los sacerdotes están investigando. Están muy cerca de atrapar al asesino.

—¿Y qué pasó con la posada?

—Cerrada para siempre. De todas formas ya no tenía clientes.

—¿Ninguno?

—Nadie había pasado por ahí en seis meses, hasta que ese extranjero vino a matar al pobre Akir. Pobre muchacho, tuvo una vida muy dura, perdió a sus padres cuando era niño y ahora esto. Oh, vaya, he estado parloteando tanto que ni siquiera te he preguntado tu nombre.

—Marta.

—Yo soy Hilda.




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